La factura de la luz en un hostel que supo ser emblema en el barrio de Palermo, en pleno corazón turístico porteño, promedió en lo que va del año 14.000 pesos mensuales. En 2017 el costo del servicio era de 6000 pesos por mes. En 2016, de 3700. Y en 2015, de 900 pesos. Se trata de un establecimiento de doce habitaciones, con 45 camas. Por el agua el hostel pagó este año un promedio de 10.000 pesos por mes, contra 5700 del año pasado, 1800 en 2016 y 600 pesos en 2015. Y por el gas, la boleta promedio fue de 2500 pesos este año,  1300 en 2017, 400 en 2016 y 90 pesos en 2015. En total, el costo de esos servicios alcanzó a 26.500 pesos por mes este año, 13.000 pesos en 2017, 5900 pesos en 2016 y 1600 pesos en 2015. Expresado en términos anuales, las boletas sumarán unos 318.000 pesos este año, fueron 156.000 en 2017; 71.000 en 2016 y 19.000 en 2015. Los tarifazos castigaron los números del negocio. Con el 40 por ciento de ocupación, el hostel alcanzaba su punto de equilibrio en 2015 para cubrir todos los costos –no solo las tarifas e impuestos–, en tanto que este año necesitó llegar al 70 por ciento, con el agravante de que dejó de ofrecer desayuno y bajó a la mitad el número de empleados. El gradualismo del que hablaba el Gobierno significó en realidad para esta empresa un shock demoledor. Por el lado de la demanda, la fuerte caída que se produjo este año del turismo interno, que representaba hasta el 40 por ciento de la ocupación del hostel, y la aparición fulgurante de plataformas como Airbnb, que le quitó público sobre todo extranjero, terminó de cerrar la pinza en la ecuación económica del hostel. El final de la historia es el anuncio del cierre del establecimiento a fines de 2018, cuando termine de cumplir con las reservas comprometidas.

El caso describe la situación general que atraviesa este segmento del rubro turismo a partir del aumento desmedido de los costos y la baja de la demanda interna. En la Ciudad de Buenos Aires todas las semanas se conoce el cierre de algún hostel en Palermo, San Telmo o Monserrat, que son las zonas donde se habían desplegado en mayor número, o su reconversión a la fuerza en casas compartidas, donde uno o dos empleados son suficientes para hacer el trabajo que antes realizaba una docena. Los hostels montados en edificios alquilados son los más expuestos a la crisis y los que más están cerrando, en tanto que la otra mitad del mercado la componen inmuebles propios de los empresarios y eso les permite sostenerse con márgenes de rentabilidad acotados. La devaluación mejoró la competitividad cambiaria, pero el surgimiento de departamentos y habitaciones de alquiler temporario a través de Airbnb u otras similares obligó a los hostels a bajar las tarifas de modo significativo. Una habitación para dos personas con aire acondicionado y baño privado que hace cuatro años se pagaba unos 80 dólares ahora cuesta la mitad. Y por una cama en habitación compartida el precio actual es de 8 a 10 dólares, contra 16 a 18 de 2015. Además, los costos de reposición de sábanas, colchones y otros insumos básicos de los hostels subieron al ritmo del dólar.

“El mercado interno está muy golpeado. Hasta 2015 teníamos una demanda fuerte de turistas del resto del país. En especial del interior de la provincia de Buenos Aires. Ahora ese público diría que está desaparecido. Para nosotros representaba entre 30 y 40 por ciento de ocupación permanente”, explica Manuel Frías, dueño de cinco hostels de la marca Art Factory en Palermo y San Telmo. La consultora Radar advierte en su último informe sobre esta situación. Plantea que la devaluación puede tener un efecto expansivo sobre el turismo por la llegada de más visitantes del exterior, pero produce el movimiento contrario en los viajes internos, que generan la porción más relevante del turismo en el país. “Dado que los residentes representan aproximadamente el 80 por ciento de los viajeros en Argentina, el número total de turistas cayó en los últimos meses respecto al nivel del año pasado, debido a que por ahora prima el efecto de caída de ingresos (recesivo) por sobre el efecto sustitución (expansivo)”, describe. De hecho, las estadísticas oficiales muestran que desde junio todos los meses se encadenaron caídas en la cantidad de viajeros, de entre 3 y 10 por ciento interanual, así como en los niveles de ocupación hotelera, de hasta el 25 por ciento.  

La crisis que atraviesan los hostels en la Ciudad de Buenos Aires expone a nivel microeconómico lo que sucede en términos macro con el modelo de Cambiemos. El auge de esta actividad que duró casi una década se transformó en achicamiento y cierres constantes en apenas tres años. El clima de negocios y la seguridad jurídica de la que tanto hablan los economistas neoliberales son en realidad para un puñado de sectores concentrados, en desmedro de la mayoría de la sociedad. La dimensión que alcanzó la crisis económica lleva ahora a que la evaluación sobre el éxito o fracaso del programa oficial se restrinja a observar si el precio del dólar queda contenido por algún tiempo o vuelve a estallar y se precipitan catástrofes mayores. Consultores de la city y medios dominantes se entusiasman con la baja de la tasa de interés del Banco Central de 72 a 66 por ciento en un mes y medio, piden esperar más de un año hasta llegar al piso de caída del nivel de actividad y reclaman profundizar el rumbo con un mayor ajuste del gasto público, como único camino para garantizar la sustentabilidad de la enorme deuda contraída en esta etapa. Mientras tanto, la realidad es que la economía productiva y también la de servicios se desangran por esas medidas.

Las cifras del Indec en otros tres rubros claves de la economía, como la industria, la construcción y el comercio, exhiben el desplome de las expectativas empresarias. Cuando arrancó 2018, el 40 por ciento de los industriales anticipaba un aumento de la producción para los meses siguientes, contra el 10 por ciento que proyectaba una caída. El dato surge de la encuesta que realiza el instituto para la confección del Estimador Mensual Industrial (EMI). El informe que se conoció esta semana presenta un cambio radical. Ahora solo el 9 por ciento de los empresarios espera que la producción aumente a corto plazo, contra un masivo 60 por ciento que ve venir nuevos descensos. Hay que remontarse a 2002 para encontrar registros tan negativos. En la construcción se produjo el mismo movimiento. En enero, el 36 por ciento de quienes se concentran en obras privadas asumía que la actividad seguiría en ascenso, frente a solo el 3 por ciento que temía una baja. Ahora es al revés: el 7 por ciento supone que su producción aumentará a corto plazo, contra el 49 que proyecta una contracción. Por último, en ventas minoristas del sector comercial, la encuesta que realiza Came entre sus afiliados arrojaba en enero una caída del consumo del 1,0 por ciento, con el 45 por ciento de los consultados que decía haber sufrido una baja frente al 40 por ciento que reportaba crecimiento. En octubre, el consumo derrapó 9,4 por ciento, pero además la cantidad de negocios con resultados negativos avanzó hasta el 76 por ciento, frente a solo el 17 que pudo vender más que en octubre del año anterior. En resumen, el 60 por ciento de los industriales, el 49 por ciento de los constructores privados y el 76 por ciento de los comercios atraviesan una grave situación.

El aumento de costos y la caída de la demanda son una realidad extendida en la economía. Los hostels también la sufren. Más allá del “auxilio” transitorio del FMI, el modelo de Cambiemos está cayendo por su propio peso.