Suena forzado vincular al presidente norteamericano Donald Trump con la ambigüedad o la tibieza. Sin embargo, el resultado electoral del martes resultó matizado, no rotundo, revelador de los pliegues del sistema político de su país.

Las coberturas, los discursos y tuits de Trump revelan una sociedad polarizada con impresionantes grados de intransigencia. Un gobierno insoportable para los opositores que no hace nada para suturar los conflictos, al contrario. 

Se añadió otro caso de un fenómeno expandido: votaciones en las que confrontan proyectos disímiles, irreconciliables acaso. Muchas se dirimen por diferencias estrechas que inclinan la balanza a favor de una de las alternativas. Brexit, plebiscito en Colombia sobre la paz con la guerrilla, presidenciales en Estados Unidos cuando Trump batió a Hillary Clinton. O Argentina, Ecuador en tiempos recientes. Jair Bolsonaro alteró la regla con un triunfo holgado…con la pequeña ayuda de los amigos del Poder Judicial y el establishment que proscribieron al ex presidente Lula da Silva.

Complicado el escenario para los encuestadores, con grandes novedades y gran sesgo a la paridad. Con mucha pinta de inestabilidad en mediano o hasta corto plazo porque los enfrentamientos no dan tregua y las distancias parecen insalvables.

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Trump ostentó virulencia en la conferencia de prensa cuando maltrató a un periodista de la cadena CNN. El mandatario es tan odioso que cualquiera refulge por comparación. La prepotencia desde el poder jamás debe ser validada y el ejercicio de la libertad de expresión, siempre defendido. O sea, uno se coloca más cerca del periodista que del rubicundo billonario. De cualquier forma, hay que tratar de precaverse de las miradas binarias. El principio de identidad conserva vigencia en la aldea global.  La CNN, caramba, sigue siendo la CNN: algo muy distante a un modelo en materia de información, independencia y varios de esos etcéteras. El cronista privado de su credencial encarna un caso: es un trabajador de prensa lo patotearon, genera empatía. La CNN lo antecede y lo trasciende. El mundo rebosa de grises aunque Trump empuje hacia el blanco o negro.

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Los veredictos en el cuarto oscuro inducen a interpretaciones precoces a menudo con exceso de velocidad o de vehemencia. El éxito de Bolsonaro se traslada sin ambages a la Argentina, las comparaciones simplotas repletan el orden del día. 

Hasta hablando del país vecino y hermano cunde una tentación: resolver que el pueblo rechazó (al PT) aunque casi no eligió. Un mix de oportunismo estadístico y optimismo a lo Cándido remata en una hipótesis acaso aventurada. “La gente” reaccionó contra la corrupción del PT, no escogió a Bolsonaro por su chocante ideología ni por lo inequívoco de sus discursos. El rechazo, la antipolítica se inclinó por el hombre como (exageramos para ilustrar) podía haberlo hecho por Juan Carr, un referente de Médicos sin Fronteras o San Francisco de Asís si estos hubieran participado como candidatos.

La teoría es audaz, lanzada… se le desconocen fundamentos sólidos. Este cronista se inclina más por las lecturas eclécticas, las explicaciones multicausales. En principio, por aceptar lo obvio como posible: si decenas de millones de brasileños votaron a un facho de aquellos, algo tienen en común con él, hoy y aquí. 

La interpretación en boga duplica las “culpas” del ex presidente Lula da Silva, su partido y sus gobiernos. Alguna responsabilidad política tendrán, no cabe duda. Pero tal vez la furia de derecha no los persiga por sus defectos (o solamente por sus defectos). También por valores como la (búsqueda de) igualdad, el anti racismo, el respeto a la diversidad, la lucha contra la pobreza, el sesgo progresista. Si así fuera, habría que valorar que el PT frenó tendencias de derecha muy instaladas en la sociedad brasileña. Reconocerle haber conseguido durante largos años construir una sociedad mejor con una mayoría ajustada.

El cronista, con arrogancia socrática, solo sabe que no sabe casi nada. Lejos de su ambición erigirse en todólogo o en explicador de volea de procesos en tránsito, multicausales.

Solo desliza esa hipótesis añadiendo que cualquier semejanza con la Argentina podría no ser mera coincidencia. Podría, nada más. Podría, nada menos.