Ofrecer lo que el mercado no es capaz de ofrecer. Esa ha sido una de las estrategias del Buenos Aires Jazz Festival, que en esta edición cumple once años, en relación a las figuras trascendentales del género. Una política que permitió que tocaran por primera vez en Buenos Aires –y en otras ciudades del país que se nutren de este festival– músicos fundamentales del jazz que sin embargo circulan al margen de las inducciones del gusto industrial. Es el caso de la cantante británica Norma Winstone, que será protagonista del concierto de apertura, esta noche a las 20.30 en la Usina del Arte. 

Considerada una de las cantantes más refinadas, originales y cautivantes de la actualidad, Winstone llega a Buenos Aires por primera vez –con el apoyo del British Council– al frente de un trío que se completa con el pianista italiano Glauco Venier y el alemán Klaus Gesing en saxo soprano y clarinete bajo. Con estos músicos, Winstone consolidó una marca propia, temperada por la madurez, entre la experimentación, la sutileza y la improvisación. Discos de este trío, como Chamber Music (2002), Distances (2007), Stories Yet To Tell (2009), Dance without Answer (2012) y el más reciente Descansado, sobre personales versiones de bandas sonoras del cine, dan cuenta de un estilo en que el despojo es potencia. 

“Cuando hago música no sabría decir si me resulta más difícil sacar que agregar. En realidad eso depende de lo que una canción me insinúe, de lo que de pronto descubro que un tema necesita para lograr un sonido propio. No tengo fórmulas para eso, pero el tiempo me fue aconsejando no abundar”, dice Winstone a PáginaI12. 

El sonido. Ese es el punto de partida y llegada para Winstone, artista de las que logran combinar con naturalidad tradición e irreverencia. “Crecí cantando el Great American Songbook, desde niña. Por supuesto, me cautivaron Frank Sinatra y Ella Fitzgerald, entre otros más tradicionales, hasta que descubrí mi propio sonido cuando comencé a cantar sin palabras, como un instrumento, con el grupo de Michael Garrick y luego en la big band de Kenny Wheeler”, cuenta la cantante nacida en Londres en 1941. De alguna manera, el trío actual de Winstone deriva de Azimuth, formación que compartió con el trompetista Kenny Wheeler y el pianista John Taylor, un momento particularmente interesante de su carrera. “Azimuth fue para mí una experiencia determinante. 

Comenzamos a dúo con John Taylor, que le hizo escuchar unas grabaciones nuestras a Manfred Eicher (productor del sello alemán ECM). Entre esas cintas había un tema en el que experimentábamos con el sintetizador AKS. Era un loop sobre el que yo improvisaba. Apenas lo escuchó, Manfred pensó que con la voz podía interactuar un flugelhorn y sugirió que incluyamos a Kenny Wheeler”, explica la cantante, que así volvió a reunirse con el gran trompetista canadiense. 

En 1977 ECM editó el primer disco de Azimuth. “Esta formación inusual determinó para siempre mi forma de cantar. Yo era un instrumento más en la dinámica del grupo, y trataba de fundir mi sonido con el de la trompeta o el flugelhorn. Por entonces, esa era una formación poco corriente en el jazz; tocábamos nuestra propia música, sin influencias directas reconocibles”, asegura Winstone, que más tarde comenzó a agregar palabras propias para que sus melodías wordless se convirtiesen en canciones. Su personal estilo se conjugó desde entonces con músicos como Paolo Fresu, Ralph Towner, Roland Kirk, John Surman y el pianista Fred Hersch, con quien entre otras cosas grabó el formidable 4 In Perspective (1999).

Además del concierto inaugural, Winstone tendrá a su cargo una serie de clases magistrales de canto en el segmento “El aula” del Festival, coordinado por Roxana Amed. “Creo que enseñar tiene que ver con poner en práctica nuestra experiencia, intentar de alguna manera transmitirla. Quiero animar a los cantantes más jóvenes a cantar lo que realmente aman. Quiero ser útil para que puedan encontrar la técnica que necesitan para desarrollar sus propias voces y para que sean lo mejor que puedan ser”, asegura la cantante que a los 77 años dice sentirse plena y feliz de haber hecho lo que sintió que debía hacer, con absoluta convicción.

–¿Cuáles crees que son los mayores desafíos artísticos para un músico en un mundo tan mercantilizado?

–Elegir lo que se ama, luchar por lo que uno cree. Seguir el propio instinto, incluso si parece que no está cerca de las modas. Creo que eso es lo deseable, pero no estoy seguro de que sea solo un “desafío artístico”. Vamos mucho más allá.

–¿Qué significa para usted el jazz, en un universo tan complejo y articulado como el de la música actual?

–El jazz es la música que siempre me interesó. Nunca me importaron los rótulos discográficos, pero lo que conocí como jazz me encantó desde que lo escuché por primera vez. Artistas como Fats Waller, Oscar Peterson, Louis Armstrong, Ella (Fitzgerald), Dave Brubeck y Miles Davis, para mí el más importante, tuvieron una energía que comenzaba en la individualidad de la propia voz. Cualquiera que sea el tipo de jazz que se toque, los músicos que amo tienen “voces” reconocibles al instante.