Alfonsina Storni fue la gran poeta nacional. Llegó a la ciudad desde un hogar humilde, madre soltera y sola, supo hacerse lugar en un mundo de hombres y militó sus ideas feministas. A ochenta años de su muerte, su obra y su lucha perduran y se prolongan en otras generaciones de escritoras y de militantes por la ampliación de derechos. En su nuevo número, que estará mañana en los kioscos opcional con PáginaI12, Caras y Caretas la homenajea con un número dedicado a las mujeres poetas de la Argentina.

En su editorial, María Seoane evoca a Alejandra Pizarnik, una de las grandes escritoras de nuestro siglo XX: “Quise saber todo de esa mujer. Hacer sus recorridos, visitar los rincones en que había estado por esas calles y esos bares hasta saltar desde el viejo Politeama hasta El Ciervo, donde desayunaron por última vez Milcíades Peña y ella, antes del final”. Cristina Piña, que la perfila, escribe: “Lo primero que nos llama la atención en Alejandra Pizarnik es su pervivencia como poeta de culto a lo largo de los años. Pienso que obedece a que su poesía transmite una sensación extrema de riesgo y necesidad. Así, la escritura es capaz de dar razón y sentido a la existencia”.

Felipe Pigna lamenta en su editorial “que a Alfonsina muchos argentinos la conozcan más por su muerte que por su vida y su maravillosa obra, su exquisita poesía y su compromiso con su tiempo”. Desde la nota de tapa, Vicente Muleiro la recuerda en actividad intensa: “Ya anda por ahí mostrando originales, ofreciendo notas, animándose a reuniones donde todos los escritores son hombres; ya anda por ahí ganando amigos, amigas, cómplices. Para buscar lo que quiere no es tímida, ni remilgada, y los más lúcidos la aceptan por su humor, su inteligencia, su valentía. Le desconfían otros que no quieren ni presencia ni letras femeninas. Habrá más recelos cuando se convierta en la primera y más popular poeta argentina con inserción en Latinoamérica y en España”.

La poesía escrita por mujeres registra un momento de auge cuyo origen puede situarse en la década del 80. Hasta entonces, la escena estaba dominada por las voces masculinas, que tenían, y en buena medida siguen teniendo, predominio en jurados, premios y otros lugares institucionales. Sobre esto, y sobre las mujeres que eligieron la poesía como forma de vida, escribe María Malusardi. A su vez, Gabriela Franco intenta situar un origen: “Las mujeres escriben, al igual que los hombres, desde que saben escribir. Y desde antes. Desde que se canta en el aire con la palabra. Pero no se ha preservado la palabra de las mujeres con igual cuidado, tampoco se la ha dejado cantar con libertad”. Y están las voces ancestrales. “Las voces mapuches de las poetas desbaratan cualquier descripción que busque un ritmo estanco, una cesura monocromática, porque alcanzan el corpus amplio y heterogéneo entre la unicidad y la multiplicidad, entre el espacio comunal y la orfandad, entre los cantos de las abuelas y la voz individual”, escribe Silvia Mellado. Damián Fresolone muestra un fragmento del heterogéneo panorama que conforman las nuevas generaciones de poetas. 

Esta edición también destaca a Silvina Ocampo, de quien Mariana Enriquez traza un perfil (“En sus fotos de adulta, siempre está algo disgustada. Oculta detrás de los anteojos oscuros de marco blanco, vestida con ropa de hombre y gargantilla o sacón de piel, con frecuencia levanta la mano para detener al fotógrafo o para taparse la cara. ‘No soy sociable, soy íntima’, decía”) y a Olga Orozco, retratada por Mónica López Ocón (“Tiene una identidad tan fuerte que puede reconocerse de inmediato, igual que se reconoce el timbre de voz de los seres más cercanos”).

Un capítulo de esta historia está dedicado a las poetas feministas. Cuenta Paula Jiménez España: “En 1896  salió a la luz el periódico anarco feminista La voz de la mujer, integrado por periodistas, narradoras y poetas, cuyos discursos eran tan radicalizados como los que hoy, más de un siglo después, producen buena parte de las escritoras activistas. Nada tienen que envidiarles estas jóvenes a aquellas otras que a finales del XIX dieron combate al patriarcado y a la burguesía”. Javier Galarza esboza un panorama de la poesía femenina latinoamericana. Y Ricardo Ragendorfer deleita con la historia suculenta de un suicidio que no fue.

Todo se completa con entrevistas a Diana Bellessi (por Virginia Poblet) y Alicia Genovese (por Juan Carrá). Una edición imprescindible, con las ilustraciones y los diseños  que caracterizan a Caras y Caretas desde su fundación a fines del siglo XIX hasta la modernidad del siglo XXI.