El régimen actual es un barco que avanza y el presidente sostiene el timón con la energía que declama, sin que ningún viento, tormenta o huracán le haga temblar el pulso. Es que ni Macri ni sus socios y sicarios pensaron jamás en modificar el rumbo. Lo que sucede es que, para muchos políticos, tal vez desorientados, este es un gobierno que está fracasando por completo. Y se equivocan, porque la gestión Cambiemos nunca entendió la política como herramienta para reconocer cada día más derechos, más bienestar, menos dolor y menos pobreza. Nada de eso pasó siquiera por la cabeza de quienes hoy toman las decisiones. Pertenecientes a un sector muy definido de la sociedad, el de mayor concentración de riqueza, sólo tienen espacio en su mente para acrecentar sus fortunas y para eso han estudiado. Claro que no en cualquier escuela pública del Gran Buenos Aires o del norte argentino de Milagro Sala o la Patagonia de Santiago Maldonado. Sino en caros colegios donde, como sostiene en palabras muy impresionantes el Presidente de la Nación, el acoso hace bien. El 2 de mayo (desde 2013), se instituyó por parte de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) como el día mundial contra el Bullying. Así se denomina el acoso físico o psicológico al que someten, de forma reiterada, a un alumno, sus compañeros de escuela; una práctica nefasta que sufren miles de niños en todo el mundo. Es bueno recordar que Mauricio Macri señaló públicamente el 2 de noviembre de 2017 que en el colegio donde asistió –Cardenal Newman-, le hicieron mucho “Bullyng”. Y agregó que “ayuda a formar la personalidad (sic)”. Quien así piensa es quien ostenta el cargo político más alto de nuestro país. Desde ese espacio de poder, junto a sus compañeros de ruta locales y sus socios foráneos, han comprometido la salud, la vida, la educación y el patrimonio de varias generaciones de argentinos. Deudas que saben impagables serán canjeadas durante décadas por recursos industriales, educacionales, de salud, previsionales, así como del subsuelo, suelo y aire de nuestro país. Ya nada será igual para quien además de su trabajo, perdió la esperanza para sus hijos y nietos. Y ahí, en la panza vacía de cada niña y niño víctima de este plan de verdadero exterminio Cambiemos, está el centro del dolor. Dolor que se multiplica en cada despido, en cada palo, en cada balazo.           

Hace unos días, Rodolfo Orellana, militante de Confederación de los Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), fue asesinado de un disparo que penetró por el omoplato y salió por su rostro. El crimen ocurrió durante una represión policial contra un centenar de familias que intentaban tomar terrenos en la zona de Puente 12, en el partido de La Matanza. Una vez más dolor infinito en los cinco hijos de Rodolfo y terror que se irradia a las cien familias que buscaban techo así como a millones de habitantes argentinos y extranjeros que hasta hace apenas tres años se soñaban humanos. Matar por la espalda se volvió costumbre del gobierno argentino. El cuerpo previamente desaparecido de Santiago Maldonado, flotando en el río Chubut, o de Rafael Nahuel, Pablo Kukoc y tantos otros cadáveres de víctimas asesinadas por la espalda son dramático testimonio de ello. Y, cuando se naturalizan esas tragedias en bizarras escenas donde el Presidente de la Nación felicita y promete asistencia a quien la justicia procesó por uno de esos crímenes horrendos, todo está en riesgo. Nos vienen a la mente las imágenes del Rector de la Universidad de Salamanca, Miguel de Unamuno, en 1936, horrorizado ante el grito del general fascista Millán Astray: “¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la muerte!” Esos gritos lo impulsaron a Unamuno a la dura respuesta que dio al militar en el paraninfo de la célebre Universidad, lo que le costó su cargo deteriorando su salud y falleciendo poco después.

Nuestro país padeció varias dictaduras, la última de ellas, genocida. Fue, sin embargo, en la región la que menos tiempo duró en años, gracias a la resistencia de un pueblo que nunca estuvo dispuesto a tolerar la barbarie. Y de la mano de Madres, Abuelas e hijos, enfrentó al tirano, vivando la vida. Y hoy, cuando se pretende volver a vivar la muerte, no alcanza con culpar al bullying de la falta de sensibilidad ante la injusticia de quien felicita a un asesino. La culpa es de un sistema perverso que implanta un modelo económico brutal y que empobrece a millones de habitantes para enriquecer a unos pocos. Esos pocos pagarán sus crímenes cuando el pueblo, como siempre lo hizo, haga realidad esa consigna de que “se va a acabar esa costumbre de matar”.