Si tenés sexo porque te gusta y te quedas embarazada, jodete. Te podés morir por la clandestinidad del aborto. Eso te pasa por tener sexo. Si tenés sexo porque te gusta y uno que no te gusta quiere tener sexo o uno que te gusta quiere tener sexo pero él te obliga de una manera que no te gusta o con quienes no te gusta, jodete. Eso te pasa por tener sexo. El Senado de la Nación y el Tribunal Oral N°1 de Mar del Plata coinciden en la misma sentencia: el sexo, todavía, puede ser una condena a muerte para las mujeres, las jóvenes y las personas trans. Las que gozan deben pagar (o tener miedo) de pagar con su vida el precio del placer. Y las que no mueren tienen que tener sexo con la sombra del miedo (a la violación, la clandestinidad y el asesinato) como fantasma permanente. 

El fallo divulgado el 26 de noviembre estigmatiza a Lucía Perez por tener sexo, por no parecer de su edad (¿qué edad es la que se parece a su propia edad según qué parámetros de lo que debe ser y hacer una chica de 16 años que nunca deja de tener 16 años?), que salía con varones más grandes, que tenía sexo con quien quería y que estaba empoderada. Lucía tenía sexo. ¿Y qué? El sexo es deseo, no violación, no sometimiento, no violencia, no muerte. No queremos impunidad para el femicidio de Lucía. No queremos que nuestras hijas crezcan sabiendo que la Justicia les dice que si tienen sexo se ponen en riesgo. Lo que jode es el deseo. Y lo que mata a las pibas no es su deseo, sino los femicidas. Y lo que los legitima es la Justicia machista que los deja impunes y les da argumentos.

No se necesita ser sumisa para probar ser violada. No se necesita ser santa, ni monja, ni buena, ni mala, para ser víctima. Natalia Melmann no quiso ser violada por sus asesinos y se resistió. ¿Hubiera sido culpable por resistirse? Y la violencia sexual en Mar del Plata y Miramar no era –ni es– una excepción, sino parte de la corrupción sistemática de las fuerzas de seguridad (que incluyen arreglos con quienes venden drogas con protección y zona liberada) en donde las adolescentes son tomadas como objeto del botín de portación de prepotencia e impunidad de la ya bautizada maldita (y machista) Policía Bonaerense. En el fallo por el femicidio de Paola Acosta, de 36 años, en Córdoba, también la Justicia ponderó que como ella había reclamado alimentos no era una mujer sumisa. El argumento que intenta mostrar que las víctimas de femicidios solo son víctimas quietas es parte de una ofensiva neomachista que intenta culpabilizar a quienes se defienden de la violencia o son autónomas en su vida sexual y quita la perspectiva de género (que entiende que la desigualdad existe aunque las víctimas de la desigualdad no la acepten pasivamente) de todas aquellas mujeres, jóvenes y trans que no se sienten a aplaudir el machismo o que decidan por ellas. “Puede presumirse el grado de autodeterminación de Lucía”, la juzga el Tribunal por un testimonio que dice que ella decidió no estar con un varón que le faltó el respeto. La autodeterminación es un valor. No un escudo que impide a las mujeres ser violadas y asesinadas. ¿O la autodeterminación ahora va a ser una prueba en contra de las mujeres?

El avance antiderechos no da puntada sin hilo y no da puntadas aisladas. En el Encuentro de Mujeres de Mar del Plata (en el 2015, un año antes de la muerte de Lucía, el 8 de octubre del 2016) se desencadenó la primera represión brutal, detención de manifestantes y amenazas fascistas a feministas. Y la sentencia que negó el femicidio y abuso sexual de Lucía Pérez y absolvió a los acusados Matías Farías y Juan Pablo Offidani (solo condenados por venta de drogas) y Alejandro Maciel proviene de la misma ciudad arroyada por la oleada neomachista.

El fallo de los jueces Facundo Gómez Urso, Pablo Viñas y Aldo Carnevale, a cargo del Tribunal Oral en lo Criminal N° 1, es un ejemplo explícito de machismo y falta de capacitación en perspectiva de género. “El día sábado Farías le escribió y le dijo que estaba yendo para lo de Lucía, debiendo destacar también que tal como lo afirmara el coimputado Offidani y el propio Farías, este último compró facturas y una Cindor para compartir con Lucía en su domicilio. Es evidente que estas actitudes no son las asumidas habitualmente por las personas con la intención de cometer un hecho tan aberrante como por el que resulta acusado”, se merienda de inocencia el fallo. ¿Los femicidas no toman Cindor? ¿Los violentos no engañan? ¿Los violadores no invitan a un viaje o a bailar o no compran regalos? La Justicia marplatense escribió el antimanual de la violencia de género. 

Pero, además, no investigó los antecedentes de los imputados. Tomar Cindor no inmunizó a Farías del machismo que le relató a Las 12 una víctima de violencia de género que mantuvo con él una relación en la adolescencia y pidió reserva de su identidad porque, desde el colegio, vivió con miedo por continuos llamados (más de cinco en una noche desde números desconocidos) y persecuciones de su parte. “Yo me quería morir, no entendía su obsesión”, contó la joven. Y también que él la increpaba por haberse casado y formado una familia ya él consideraba que era “suya”. “Me cuestionó que yo era de él y cómo había tenido un hijo con otra pareja”, afirmó la chica, otra más. Porque el miedo se expande. Pero la Justicia no investigó, no escuchó y solo juzgó. 

A la víctima.