¿Cómo decir en dos palabras, o en diez, quince minutos y de una manera simple, qué es Freud? Nótese que dije qué es Freud, y no quién es Freud.

Si estamos hoy acá es para festejar su pensamiento, no para homenajear a su persona. Si se trata de festejar, es porque hay algo vivo. Se trata nada más y nada menos que de aquel pensamiento que le ha dado a la Modernidad, nuestra época, la posibilidad de pensarse a sí misma. Nótese que de esta manera no hay modo de pensar la subjetividad sin la época, y no hay modo de entender la época, el mundo, sin dar con las ruinas y vestigios, con la historia -trágica- moderna, que determina este presente. Allí está, como materia pre-formada todo aquello que hace parte del descubrimiento de Freud: el inconsciente. La Modernidad es esa época, la nuestra, que empuja contra si misma: progreso y destrucción van juntos. La Modernidad, que no deja de hablar del hombre y sus derechos universales al mismo tiempo que lo asesina en nombre de alguna particularidad. Que cada quien sea particular puede tornarse muy inquietante; y la vida marchitarse bajo algún rasgo. Lo evidente no es obvio. El fondo de violencia que no cesa, que es permanente y continuo, sobre el que cada quien tiene que hacer soportar su existencia, será absolutamente interrogado por Freud. Si Freud primero se pregunta, y después escribe, ¿Por qué la Guerra? es porque la existencia se da siempre sobre ese fondo. La vida transcurre entre la que pasó y la próxima. La crisis (y aquí bien lo sabemos) no es una excepción, es la regla (del sistema). Aunque no sea ni tan obvio ni tan evidente. Ahora estamos, por ejemplo, en el tiempo de las guerras comerciales globales, cuando no estamos dentro de alguna guerra comercial familiar. Digamos al pasar, así lo entiendo, que no hay análisis que no haya modificado la relación de cada quien con el dinero y su amplio circuito; y que un análisis podría producir que algo (no alguien) pierda valor.

¿Por qué la inseguridad y el terror son globales desde que existe Occidente? Porque hay Occidente –un mundo global– desde que hay Conquista: de unas lenguas sobre otras, de ciertas categorías mentales, un sistema, sobre otras formas de vida. Hay acumulación posible de riqueza para algunos sólo porque hay una permanente producción extensiva de pobreza. También porque a la época le es intrínseca, lo que Freud llama la pulsión de muerte: ¿quién no ha vivido el miedo como un lugar de refugio? ¿Quién no le ha tenido miedo al miedo? ¿El que imparte terror está él mismo aterrorizado? El miedo es moneda corriente y la amenaza algo constante; y cada quien tiene su manera singular de hacerlo pasar por su cuerpo. El pánico es moneda corriente, aunque no siempre fue así. Donde no estaba, la globalización-la civilización, lo ha llevado. No hay ciudad occidental sin pánico: es allí donde vivimos, con el pánico y el terror naturalizados. Y será justamente allí que el psicoanálisis, y su invento, se interponen, toda vez que se pregunta, en su práctica, y de manera singular cada vez, cuáles son las condiciones de vaciamiento para un cuerpo colonizado por el miedo, el terror, la inseguridad, la amenaza, la vergüenza y el desamparo.

Pero sigamos con lo vivo de aquel pensamiento. Para que un pensamiento esté vivo, muerto el pensador-el autor, tiene, ese pensamiento, que necesariamente haber abierto un campo de interrogación que no se detiene. Y a esto se le ha dado el nombre de discurso. En este sentido el psicoanálisis lo es, tanto como el capitalismo. Sólo que no son el mismo. Y qué es un discurso sino una cierta relación social a la palabra. Una de las diferencias que podemos trazar entre uno y otro, es que abren, uno y otro, hacia formas de relación con la palabra que no son la misma. No alcanza para definir qué es el psicoanálisis con afirmar que se trata de una práctica de la palabra. No es lo mismo una relación crítica a la palabra, que una de obediencia, por ejemplo. No es la misma aquella que sostiene un pacto con la verdad, una voluntad de saber, que aquella con la que se comercia, incluso en el amor. No es lo mismo la circulación de la palabra cuando se está dispuesto a perder, que cuando sólo se trata de ganar. Y convengamos que si alguien quiere analizarse es porque querría, justamente, poder perder algo, aunque más no sea un poco de miedo. El pensamiento vivo de Freud está medido por el alcance crítico de las preguntas que se formula. 

Dicho esto, sigamos yendo hacia lo que es el descubrimiento freudiano, y hacia su invento, el consultorio, su práctica. Digamos que, como todo descubrimiento, el de América por ejemplo, se trata de algo que estaba ya ahí. Sólo que cubierto en la oscuridad, censurado y reprimido, negado y rechazado: el inconsciente son las formas paradojales de retorno al desnudo de la historia en el presente, y el análisis, su invento, el lugar donde será puesto en descubierto. Si Freud pudo construir un saber acerca del sufrimiento, del pathos, fue por haber sabido interrogarse acerca de lo que estaba allí haciéndolo posible. ¿Y cuál fue su mérito? El de hacerse las preguntas que no estaban. Nada muy distinto de lo que pasa en un análisis. Esas preguntas van guiando una lectura. Convengamos que si se trató de un gran escritor, tal cosa no existe sin que haya un gran lector. Su obra es un tejido heterogéneo y conflictivo que corre en diagonal atravesando la lengua, la historia de las religiones, de la filosofía, de la literatura, de la ciencia. Freud se mueve como un arqueólogo en un campo que es el de la historia, de la economía, de la política, un campo pulsional.

Abrir los textos, la obra de Freud, es encontrarse con un texto maravilloso. Tiene de maravilloso que está lleno de preguntas exquisitas. Una al azar: se pregunta por los sueños en los que el soñante aparece desnudo, inquieto por su desnudez, lleno de pudor y vergüenza. Sueños que provocan confusión, malestar y desazón. Sueños que atañen particularmente a hombres, hombres que exhiben la carencia de un atributo (fálico), expuestos entonces a un desfallecimiento posible. Se trata de la verdad desnuda, hasta de la verdad como desnudez. Se trata de la insoportable vergüenza del durmiente y la aparente indiferencia de su entorno. El durmiente es el único que se ve desnudo; y al verse desnudo está solo. Digamos que no hay análisis que no haya implicado para cada quien darle algunas vueltas a la palabra solo, tanto como a aquel atributo de poder. Digamos también que Freud dejó abierta la pregunta acerca de cómo se las arregla el hombre, con qué tipo de sustituto, ante su desfallecimiento posible. Así es la época: nos deja en la intemperie. Así es el mundo dominado por el hombre: un mundo desfalleciente, lleno de carencias y de sustitutos. La interpelación que el feminismo lleva adelante hoy, digamos que tiene como antecedente necesario la pregunta que Freud se hizo y las incompletas interpretaciones que formuló. Las mujeres, no todas, han decidido no dejarse tomar como ese sustituto, incluso a ellas mismas. La libido en Freud es siempre masculina porque en la modernidad, el campo del placer, está movido siempre por una carencia. Y hay un correlato que vive en cada cuerpo entre esa carencia y la modernidad, o sea el capitalismo, un sistema, globalizado: se llama síntoma. Todo análisis se ocupa del o la soñante, o sea de la manera singular en la que cada quien se las arregla con su carencia, con su desnudez y su deseo. De las maneras siempre singulares en las que cada quien se toma como mercancía, como moneda de cambio, en el placer y en el amor. ¿Por qué lo más propio, lo que más nos identifica, permanece desconocido? 

Freud es un pensador a contramano, un pensador contra-moderno. Allí donde se quiere hacer creer que cada quien es una unidad, Freud interpreta. Estamos divididos, por ejemplo, entre el placer o el amor que esperamos, el que damos y el que obtenemos.

Si las preguntas que Freud se hace son exquisitas, sus textos están hechos para ser masticados, suave y lentamente. Hay tanto un saber de la verdad, como un sabor verdadero. No alcanza con saber si no hay sabor; y no hay sabor sin una cierta relación con la verdad. Así es la vida. Y para darle sabor Freud produjo su invento, una práctica. El invento es en apariencia sencillo, solo se trata de hablar y de escuchar, solo que ni una cosa ni la otra son sencillas. Hablar para que lo reprimido, lo censurado, aquello que ensombrece una vida retorne, y se haga entonces descifrable. Hablar para que pueda surgir una pregunta hasta entonces inexistente, una pregunta que disloca todo lo conocido, que es agitadora y rebelde. El invento tiene como efecto que una vida, salida de las sombras en las que la época nos fija, pueda dirigirse hacia lo inesperado, la sorpresa. Una vida analizada, como efecto de aquel invento, es una vida que se habrá llevado hacia lugares antes impensados. El destino no es más que el lugar en la que la época fija a cada uno y a cada cuerpo. Que alguien pueda asociar libremente –nótese el uso de la palabra libertad– para ser escuchado atentamente (de manera flotante, no fija), aunque es simple, produce efectos inesperados. Dado que el pensamiento es obediente y dependiente, la asociación libre termina por deconstruir los cimientos de ese mismo pensamiento. El invento de Freud, un análisis, abre a la posibilidad de pensar de otra manera, abre la posibilidad de preguntarse, dado que no es obvio, qué es pensar

Antes de finalizar quiero leerles una cita de Freud. Entiendo, espero, que por lo dicho hasta aquí, se la podrá seguir en su agudeza y en su complejidad. Está sacada de un escrito cuyo título no es ingenuo, como no es ingenuo que haya decidido leerla hoy y en este particular contexto en el que estamos viviendo, un título que es casi una denuncia (tanto como un manifiesto): “Las resistencias al psicoanálisis”:

“Pero en suma, el hombre se ve obligado a exceder psicológicamente sus medios de vida, mientras que por otro lado sus exigencias pulsionales insatisfechas le hacen sentir las imposiciones culturales como una constante opresión. Con esto la sociedad sostiene un estado de hipocresía cultural (preguntémonos: ¿todo Estado es hipócrita?) que necesariamente será acompañado por un sentimiento de inseguridad y por la imprescindible precaución de prohibir toda crítica y discusión al respecto (...) debido a esta crítica, el psicoanálisis fue tachado de enemigo de la cultura, condenándoselo como peligro social. Semejante resistencia no puede gozar de vida eterna, ninguna institución humana podrá escapar a la influencia de una crítica justificada, pero hasta ahora la actitud del hombre sigue siendo dominada por este miedo que desencadena las pasiones y menoscaba la pretensión de argumentar lógicamente.”

Ahora sí, y para finalizar, una cita de Lacan que explica por qué, para preguntarse qué es Freud, debíamos pasar por la modernidad, por la época en la que nos toca vivir: “No reconocer la filiación o la paternidad cultural que hay entre Freud y cierto vuelco del pensamiento, manifiesto en ese punto de fractura, de división, que se sitúa hacia el final del siglo XVII, equivale a desconocer totalmente a qué tipo de problemas se dirige la interrogación freudiana” (13-1-60).

* Psicoanalista. Miembro del Colectivo Zona de Frontera.
Presentación para la mesa “Freud y la verdad”, compartida con Cynthia Szewach y Carlos Gutiérrez (coordinada por Adriana Abeles), dentro de la semana “Freud por ...venir”, organizada por la Municipalidad de San Isidro y Fundación Campos del Psicoanálisis.