Corría la década del 60 y en el mundo editorial las cosas empezaban a cambiar. La poetisa Olga Orozco escribía horóscopos en el diario Clarín, Clarice Lispector publicaba crónicas en el Jornal do Brasil y Diana Vreeland revolucionaba las políticas editoriales en Estados Unidos a través de su trabajo en Vogue. El ojo tiene que viajar, decía Vreeland mientras mandaba a Richard Avedon a Egipto a hacer fotos de moda, y eso fue lo que hizo en ese momento Delia Cancela en 1969: se tomó un avión a  Nueva York junto a su amor Pablo Mesejeán, aunque no sólo por motivos estéticos sino apremiados por la situación política del país. Luego Londres, para terminar afianzándose en París, donde dejaron su marca artística en cientos de números de la prestigiosa revista francesa Vogue.

Delia Cancela en su taller, 1965

La gráfica en ese momento vivía un momento de quiebre histórico que coincidía con el movimiento feminista. Por un lado, históricamente, las revistas eran el espacio reservado a las mujeres en su vida doméstica, su acceso privilegiado y manierista al mundo. Pero como ese mundo estaba siendo tomado por las mismas mujeres, la venganza a tanto tip sobre planchado y formas de hacer tuco, fue un lujo. Arte y diseño, arte y moda, arte y escritura de vanguardia y calidad insospechada, en revistas semanales que terminarían siendo números históricos. En la retrospectiva  Delia Cancela: Reina de Corazones 1962-2018 se pueden ver obras de  la artista en esos años tanto en Londres como en París. Obra gráfica que es obra artística. Porque esa es una de las particularidades de Delia Cancela: intercambiar soportes con total naturalidad para encarnar su lenguaje. Cancela estampa pinturas, cose dibujos, dibuja estampas y cose telas en sus pinturas. La libertad creativa y el desprejuicio son dos constantes en su trabajo, que abarca todos los soportes posibles y de las formas más variadas.

Lo masivo y lo industrial no constituyen un pecado para la artista, inmersa en esa cultura pop donde el arte comienza a formar parte del mercado, de ritos tan paganos como lúdicos y liberadores, para la misma industria cultural y que tanto necesita patrones en sus diseños y ornamento en sus formas, universos en los que Delia Cancela gobierna con maestría y sutileza. El voyerismo en la cultura de masas es insaciable y voraz, exige una renovación permanente. Fueron los artistas quienes apoyaron e hicieron posible ese movimiento cultural donde la construcción de la imagen reina por sobre la palabra.

Delia Cancela y Pablo Mesejean, mujer y nubes, 1965

En la versión Wikipedia, Cancela es definida como una artista argentina pop y una diseñadora de indumentaria de reconocimiento internacional. Como su obra, así de multifacéticas son sus presentaciones. El mapa de relaciones con los que construye la artista su obra es la relación entre arte, diseño y moda. Delia produce obra de forma sistemática y sostenida desde hace más de cincuenta años y su obra conserva siempre, aún hoy, una vitalidad juvenil. La curadora de la exposición Carla Barbero afirma: “Su andar escurridizo respecto al canon del arte revela que el trabajo de Cancela manifiesta un componente genuino; su carácter esencial siempre está en ‘modo presente’... una mirada que no se dirige hacia atrás, sino hacia adentro, una oportunidad para ‘verse a sí misma’.”

La artista se formó en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Su padre tenía una distribuidora de diarios y revistas, situación que influyó en la pequeña Cuqui –así la apodaban en su infancia– que tenía un acceso privilegiado y permanente a las revistas de moda, especialmente la alemana Burda, en cuyas páginas conoció al diseñador francés Jacques Fath y a su modelo argentina del alta costura adorada, Kouka.

Esos recorridos están presentes en la primera obra de Cancela Las señoritas no salen solas (1962) y Las tentaciones del Sr. X (1963), con sus figuras femeninas y collage con textiles. En la exposición figuran como Páginas Vogue (1962). Pero antes de ese universo pop en el que la gráfica, la publicidad y la moda se dan la mano, Delia había transitado por el Instituto Torcuato Di Tella de la calle Florida, centro de las vanguardias artísticas argentinas entre los años 1965-1970. El golpe del 66 interrumpió el trabajo de los artistas y la experimentación. Muchos empezaron a militar. Otros se fueron. Delia pasó por Nueva York, luego Londres hasta aterrizar en París, donde vivió y trabajó durante años. Lo sigue haciendo. Buenos Aires y París son sus residencias alternativas. En París vive su hija, la fotógrafa Celeste Leeuwenburg.

Delia Cancela, corazón destrozado, 1964

Nosotros amamos (1966), es el testimonio de ese gran amor que Delia vivió con el artista Pablo Mesejeán, su pareja afectiva y creativa durante veinte años. En 1965 sellan el romance exponiendo en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires Donde existe el amor reina la felicidad. En 1970 se instalan en Londres. Allí trabajan para British Vogue, Harper’s Bazaar y American Vogue. En 1971 fundan la marca inglesa Pablo & Delia, afianzando ese terreno en el que serían pioneros, no sólo por su estética sino porque inauguraban el oficio, la profesión, hoy conocida como Directores de Arte.

El manifiesto Nosotros amamos –presentado en el marco de la presentación del tríptico Retrato de muchachas y muchachos– es una síntesis de la actitud amorosa de la artista hacia el mundo y hacia su obra, y también descubre a Cancela como una feminista avant la lettre. “Nosotros amamos los días de sol, las plantas, los Rolling Stones, las medias blancas, rosas y plateadas, a Sonny y a Cher, a Rita Tushingham y a Bob Dylan. Las pieles, Saint Laurent y el young savage look, las canciones de moda, el campo, el celeste y el rosa, las camisas con flores, las camisas con rayas, que nos saquen fotos, los pelos, Alicia en el país de las maravillas, los cuerpos tostados, las gorras de color, las caras blancas y los finales felices, el mar, bailar, las revistas, el cine, la Cibellina. Ringo y Antoine, las nubes, el negro, las ropas brillantes, las baby-girls, las boy-girls, los girl-boys y los boys-boy.” Inclusión de la diversidad de identidades sexuales, también presentes en los diseños de vestuario que hacían para las obras de teatro, donde la no distinción entre lo femenino y lo masculino habilita una androginia propia de la generación del 60 y un ejercicio de la libertad personal y sexual. Entre otros, la versión remixada y actualizada de los ponchos que diseñan en esa época hoy forma parte del Victoria & Albert Museum de Londres.

En relación a la firma en primera persona del plural, al matrimonio Delia-Pablo, subraya la curadora: “En Nosotros amamos aparecen dos asuntos centrales del trabajo de Cancela-Mesejeán: la autoafirmación y la expresión de un gusto como arquitectura de obra. La construcción de la imagen de los artistas es parte inherente a la obra. Definen un ser/artista sin época y asumen con vanidad el brillo de serlo, tanto que también se podría pensar en una generación de artistas unida a través de una filiación artística que continúa hasta hoy”.

Delia Cancela y Pablo Mesejean, chicas pop, 1966

La obra de Delia Cancela es una práctica de la horizontalidad en las artes visuales: enormes dibujos de tinta sobre papel donde los gatos negros sobre las hierbas verdes se repiten como patrones textiles, bellísimos y sensibles. Dibujos a lo Matisse con marcadores de una gracia y elegancia inusuales, mujeres con trajes de otros mundos, con capelinas, transparencias, tacos con moños y encajes, hechos con un finísimo plumín y tinta negra sobre blanco. Como los dibujos para la marca Hermes, ultrafemeninos en un sentido inusual. Las mujeres aparecen como casas. Cada una tiene su estilo, su pose, su ventana, sus blancos. Mujeres como mundos. Dibujos como mapas. Delia trabaja con múltiples soportes, riqueza de lenguajes, libertades para mezclar, leer, reunir y acoplar. En su desprejuicio, trabaja todo el tiempo rodeando la idea, la pregunta sobre la relación entre lo bello y lo útil, lo bello y lo innecesario, lo bello y el mercado. Gana la poética del sueño, esa vitalidad que cura. Ophelia, obra del 2015, especie de enorme cortina dibujada con lápiz y bordada con flores y pájaros, debajo de tules rosas y sobre blanco, que hace de telón para abrirnos los ojos como si el mundo fuera un escenario.

Y muchas flores, corazones, moños. Fue en París donde afiló ese estilo feminista art déco con sus mujeres-flores, portando cerebros que son nidos y llorando lágrimas contundentes como medias. Dio a luz también una de las marcas de su obra: el rojo Delia Cancela. Rojo boca, rojo sangre, rojo pelo, rojo labios, rojo cordón umbilical, rojo hilo, rojo vulva. Corazones y moños, dos íconos de su universo poético, donde la belleza y la inteligencia van siempre a la par. Solo Delia Cancela puede poner un corazón rojo en un cuadro blanco y negro y que no resulte un cliché insoportable. En la exposición late fuerte la tensión entre el imaginario de un universo infantil, una estética que remite a lo clásico y al mismo tiempo una mirada totalmente contemporánea. Imágenes irresistibles y de cierto semblante punk, emparentadas con la estética de Tim Burton, Mark Ryden y Benjamin Lacombe, imágenes empalagosas y conmovedoras que riegan con jugo de frutillas a los espíritus tristes y los mundos aburridos.

También está el negro Delia Cancela. Negro duelo, negro encaje, negro elegancia, negro lencería. No hay diferencias entre el disfraz y el uniforme, no hay diferencia entre la vida y la obra en el mundo de las maravillas para la Reina de Corazones.

Reina de Corazones 1962-2018 se puede ver en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Av. San Juan 350, hasta el 3 de marzo.

Delia Cancela, atributos masculinos, 2010