“Toda la ciudad está por estallar, tené cuidado de que nadie encienda la mecha”, avisa un personaje de Perros de Berlín (Netflix dispuso el último viernes su primera temporada). Salvo que al comienzo nomás se ve a la capital alemana sitiada por motines, explotan las bombas molotovs, los carros hidrantes hacen su trabajo y se divisa su icónica torre de transmisión cerca de Alexanderplatz entre un humo espeso. Así que alguien encendió la mecha. La frase, por otro lado, se siente filial en tiempo y lo temático. ¿El motivo? La resolución de un asesinato ligado al fútbol servirá de aperitivo para calentar el caldo social dentro de una enorme olla a presión. Se trata de la segunda ficción oriunda de Alemania (tras la buena repercusión de Dark) para la plataforma de streaming y en este caso, el thriller presenta el submundo de la capital europea, su diversidad cultural, y la contracara de la tensión étnica, una modernidad de golpes más goles y un soundtrack a puro hip hop con dicción deutsche. 

La historia gira en torno a un caso de los difíciles y con varias aristas, que le cae a la dupla policial conformada por Erol Birkan (Fahri Yardým) y Kurt Grimmer (Felix Kramer). El cuerpo de un inmigrante yace con un dedo cortado en un barrio donde mandan los neonazis. Para peor la víctima resulta ser un futbolista estrella de Alemania. Orkan Erdem, el ascendente mediocampista de la Mannschaft, era de origen turco y al día siguiente debía jugar un partido contra la selección de su país natal. ¿Los sospechosos? La derecha más rancia, un clan de origen árabe, barras que se la tenían jurada, la mafia de apuestas ilegales. El hecho salpica incluso a políticos poderosos. Queda claro que para los hacedores de Perros de Berlín, la muerte de Erdem es un Macguffin que sirve a otro fin mayor: dibujar una radiografía social de la violencia y con el fútbol como uno de sus puntos más tristemente relucientes. 

El proyecto de diez episodios fue creado, escrito y dirigido por Christian Alvart (en la Argentina se vio su película Banklady). Uno de los aciertos es aferrarse al género del thriller urbano, del cual claramente conoce los modismos.  Se suman algunos imprevisibles toques de comedia y termina de propulsarlo con los códigos de otro subgénero: la pareja de policías desparejos. Kurt y Erol no podrían ser más opuestos. Mientras que el primero flirteó con la doctrina xenófoba, el otro es liberal en extremo, gay y con un portfolio impoluto. Los dos comenzarán a trabajar a regañadientes en una misión incómoda. “Sé que tengo una mala reputación pero podemos resolver esto”, se confiesa Kurt. Por su parte, el intachable oficial hijo de inmigrantes tendrá que cruzar alguna frontera moral para dar con la verdad.   

Alvart señaló que quería exponer las contradicciones y áreas grises de los personajes. Su otro objetivo era el de bucear la metrópolis que titula la serie como un microcosmos particular. “En Berlín, más temprano o más tarde, caés en que no es solo una ciudad sino que son muchas ciudades dentro de una”. Bajo esta premisa, la ficción propone un paseo frenético en su U-Bahn audiovisual. Las estaciones subterráneas tiene paradas en el cabaret del futbol berlinés con sus apuestas en euros; motoqueros que dan miedo; células fascistas del barrio Marzahn; la bohemia de Prenzlauer Berg; la escena del gangsta rap junto la vida de los barrios de clase media alta. Un crisol complejo que está a punto de entrar en colisión. A todo esto se le suma una factura técnica impecable, mandan las panorámicas, los recorridos de planos secuencias regados en diversos tonos de gris cemento y una furiosa luminosidad nocturna. 

A diferencia de otro producto como Todo por el juego (Directv), que nunca perdía el foco sobre el negocio del fútbol en un dialecto globalizado, denso y espurio, Perros de Berlín rápidamente dejará de lado lo sucedido en el verde césped pues su mayor deseo es enfocarse en el caleidoscopio berlinés. Queda resonando una pregunta metaficcional: ¿Y si la Conmebol decidía que la final de la Copa Libertadores se realizara en el estadio del Hertha Berlín? ¿Qué podía llegar a salir peor?