Pensar, se piensa de muchas maneras. Pero Toto Schmucler pensaba con los ojos. Todo lo que escuchaba era con la mirada, donde cabían el asombro por cualquier insignificancia del mundo, y el tolerante desconsuelo con que advertía las terribles encrucijadas de la existencia. Había sido profesor, crítico literario, experto en comunicación –mejor dicho, en teoría de la comunicación– y por fin había llegado a la convicción que todo eso lleva al drama profundo de lo que solo se realiza cuando algo queda sin explicar, cuando la opacidad se impone. Toto había formado parte de la revista Pasado y presente, donde mostró su interés por diferenciar un realismo crítico encarnado por un Viñas del viejo naturalismo de Cambaceres. Temas de aquellos años. 

La gran creación de Schmucler, la revista Los libros, bajo ese nombre de tanto deleite descriptivo y hasta distraído, abrigaba los máximos debates en torno a la escritura crítica, y a la literatura en torno a la política. No hay años sesenta argentinos sin que se indique la presencia de esa revista, como un eco de esos años y estos como resonancia de los textos que en ella se leían. Vivir una vida es posiblemente tratar de explicar las escisiones que la parten abruptamente, sacándola de su mundo habitual y obligándola a pensarlo todo desde una herida. Toto era una herida misma y comenzó a pensarla con la mirada, con la afabilidad de la voz, con el escepticismo tenue respecto de todo lo que permanecía de su pasado. Fundó carreras y cursos de doctorado, en Buenos Aires y Córdoba, la ciudad en que queda inscripto su nombre junto al de José Aricó.

No hay nada tan opuesto a la comunicación como la memoria. Con una, las relaciones entre vidas y cosas se hacen de una manera fugaz, incluso exterior. Con la otra, intentamos saber de nosotros mismos, sabiendo que tocamos una piedra ardiente. Apenas arriesgar la mano para tocarla, y retirarla sobresaltados. Héctor Schmucler, sus largos trabajos y días, consistieron en pensar sobre esa materia ardiente y, por eso, su mirada de anfitrión de todas las ideas conservaba siempre una señal rememorante, un leve rocío en las pupilas.