Verónica Yattah

Me pedís que te ate el pelo.

Con el inicio del viento y los álamos

balanceándose cerca del muelle

decís “haceme un peinado”.

Tomo tu cabello como a un racimo de uvas.

Como a uvas de una naturaleza muerta

entre seguir mirando y atacar

hundo mis dedos en tu pelo,

lo envuelvo con mis manos.

Ahora queda libre tu nuca

y tu columna vertebral

es el camino de una gota.

Hasta disolverse, esa gota de agua

recorrerá tu espalda.

Es un descenso que estremece.

Entonces suelto tu pelo y te abrazo quién sabe

si por primera o por última vez.