Aunque Pedro hable del mate, de alguna mariposa que lxs interrumpe con su aleteo exagerado, o de la hija que juega en la plaza con un desenfado que hace tronar las hamacas, Ana entiende que cada palabra suave y amorosa está inspirada en algo que la involucra y la nombra. 

Es que Ana tiene unas ansias feroces de enamorarse que disimula en su cuerpito bien dispuesto para el banco de plaza y el libro que lee o acaricia, que guarda en su cartera mientras adivina los gestos de Pedro. El le propone un dialogo un tanto extraviado y antiguo, endulzado entre tanta palabra que mezcla con una filosofía leve y cotidiana que desfallece entre las imperfecciones ortográficas de su lengua.

Ella lo corrige con cariño mientras toma la última frase y se la devuelve con un signo de pregunta. En el texto de Leandro Airaldo, el amor encierra la voluntad de comprenderse. Escuchar, en Enamorarse es hablar cortito y enredado, implica involucrarse, identificar el propio deseo en la cadencia del otro. 

El banco gira como un tiempo que se asimila y lxs marea. Ella no sabe lo que es estar enamorada y empieza a reconocer su pasión en el modo cuidadoso y manso en el que Pedro se le acerca temiendo siempre quedar como un macho impertinente. 

La palabra alcanza tal magnitud en Airaldo que lo contiene todo y, a su vez, el autor elige un tema simple, que parece no requerir otras lecturas para presentar la acción desde un diálogo aplacado, como si estos personajes se tomaran el tiempo para conocerse y en esa manera de brindar sus palabras descubrieran el mayor acto de amor. 

Sol Rodríguez Seoane narra a su personaje desde una precisión pensada y sensible. Cada movimiento hace aparecer ese interior de muchacha desdichada que se siente fea, invisible para esa intemperie urbana donde nunca puede hallar calidez. Ella es cautelosa pero necesita retener ese momento. Acepta un mate porque el deseo estaba antes de que él se lo ofreciera. Lo mira, lo estudia y se anima a acercarse un poco más porque la dramaturgia está aprisionada y extendida en esos cuerpos que la inflaman de un mundo afable. 

Emiliano Díaz no se deja ganar por una caracterización que podría parecer demasiado prototípica. El actor le da a su Pedro los aires de esta época donde el hombre debe inventarse de nuevo. Este viudo que se ocupa de sus hijxs con apego, descubre a Ana, en su soledad de chica silenciosa que lee sostenida por el viento, por la arboleda de una plaza que le da sonidos y distracciones a esos ojos enfundados en lentes. Todo podría ser convencional si no fuera habitado por esa vida que los piensa como seres capaces de encarnar una aventura amorosa.    

Lo que el amor produce es un cambio en la palabra como la materia que hace de esos cuerpos sustancias frágiles para las emociones. Tanto Ana como Pedro se animan a adentrarse en esa vulnerabilidad del amor sin máscaras, con una ingenuidad y un despojo que no lxs vuelve simples. Por el contrario, la humanización de los protagonistas que realiza Airaldo como autor hace del enredo del amor una experiencia riesgosa donde los seres se confunden y no se animan a decir directamente lo que sienten, como si esa verdad necesitara una preparación, un tiempo donde decodificar el lenguaje del otro para saber si comparte nuestro amor, si hablamos de lo mismo. Una vez que ese cuidado se construye, que las relaciones se asientan como los buenos mates (según la filosofía de Pedro) no hace falta engañar, chamuyar o construir una fachada fantástica para deslumbrar al ser amado. La seducción como un entramado intrigante es desplazada en esta obra por un modo sincero de enamorar desde la fascinación inesperada de ser auténticxs.

   

Enamorarse es hablar cortito y enredado se presenta los sábados a las 23 en el Teatro Auditorium de Mar del Plata. Bv. Marítimo Patricio Peralta Ramos 2280.