Tod@s lo sabemos: nuestro país está en una emergencia gravísima, terminal. Y si acaso este gobierno fuera reelecto (no es electoralmente imposible, y además es muy probable que hagan fraude, electrónico y manual), los siguientes cuatro años serán horrorosos porque se ocuparán de que el daño sea irreversible.

Esto tiene que ver, además, con que somos un país en el que se rompieron todas las reglas tradicionales de la política y la economía, e incluso de la convivencia. De donde lo que está en peligro es la paz social.

La velocidad con que estos tipos producen acontecimientos, su impresionante manejo del factor sorpresa, más la mentira, el ocultamiento y la prédica insidiosa y constante de su sistema propagandístico, es un hecho que limita la capacidad de respuesta del campo nacional y popular, forzado a multiplicarse agotadoramente para frenar los infinitos abusos y atropellos del neocolonialismo imperante. Frente a eso, bueno sería reconocer que la corporación dirigencial argentina, con muchas taras históricas y pocas virtudes, no parece estar a la necesaria altura de las circunstancias.

Por eso ante la aplanadora mediática del macrismo y sus exégetas –maestros en el arte de mentir y dañar– es esperanzador que todo el espectro opositor reconozca a la ex presidenta como líder indiscutible de la minoría más numerosa de este país, a la que todas las encuestas, aún las más macaneadoras, atribuyen entre 30 y 40 por ciento de seguidores. Pero también es evidente que Cristina aparece, entonces, como si fuera la única ficha.

Y eso no es bueno, porque si todo se reduce a la opción Cristina o Nadie, el riesgo es enorme, ya que tod@s sabemos que en el último mes preelectoral es extremadamente probable que entre Cambiemos y la patota judicial porteña hagan con ella una especie de Gran Lula. No es difícil imaginar el desastre político que significaría que un mes o semanas antes del comicio el fascismo gobernante impidiera a Cristina ser la candidata nacional y popular y hubiera que inventar un Haddad argentino de emergencia. 

Y sí, también puede ser que no lo hagan, pero ¿y si lo hacen, que es lo más probable? ¿Qué respuesta, qué opción de último momento tendrá el pueblo?

Hoy no hay más candidatura de oposición ganadora que la de CFK; por eso van por ella. Es mentira que quieren agrandarla para que Macri compita con ella y le gane. 

Esto es lo que da relieve a los Planes B que ya están en marcha, y que muestran interesantes desarrollos. Ahí están Agustín Rossi o Felipe Solá, por lo menos hasta ahora. Y si bien ninguno despega del todo puede ser porque el baile recién empieza, o también porque en sus filas es todavía muy fuerte cierto unionismo cualquierista que es típico de la corporación dirigencial argentina, peronista o no. Y también porque si éste es un momento de diálogos abiertos, lo que está bien, es igualmente cierto que hay algunos que son tan abiertos que resultan por lo menos sospechosos.

Porque está claro que el único camino para derrotar a estos tipos es un frente único, amplio y unido. Todo el universo opositor está de acuerdo en eso. Muy bien. Pero la pregunta es: ¿frente con quiénes, con qué límites? ¿Con Massa, que para muchos es como dialogar con el Departamento de Estado norteamericano? ¿Con “peronistas” como Urtubey o Pichetto? ¿Y además en contextos machistas y patriarcales que dan la espalda al más extraordinario cambio que está viviendo este país?

Entonces hay algo que parece fallar, y en opinión de esta columna es que la opción Cristina o Nadie tiene plan B pero no tiene plan C.

Cerca de los candidatos mencionados hay un altísimo riesgo de que algunos posibles aliados sean flor de un día, o acuerden pero insinceros. No hay que olvidar que estamos ante una corporación dirigencial que tiene larguísimo historial de agachadas, tragasapos y traiciones. Y el peligro va más allá de la elección. A ver si después de un triunfo electoral, en 50 o 100 días se termina a las patadas. 

Por eso no es exótico pensar –y quizás va siendo hora– en un plan C. Que es como decir: Frente sí, Unidad sí, Cristina sí. Pero con una o más candidaturas alternativas, suplentes en la última instancia, que sean nuevas y diferentes, éticamente irreprochables y con discursos que combatan la antipolítica con más y mejor política. Tales candidat@s –comprometid@s a que si lo es Cristina, se bajan– deben ser capaces también de liberarla de la presión horrible que sufre, que es familiar además de judicial. Porque debe ser tremendo que todo un país arruinado cifre su débil esperanza en tu persona, hoy fragilizada por la bestialidad de los medios, de jueces y fiscales inmorales, y de un odio de clase estúpido y necio que ha sido cincelado milimétricamente.

Entonces cabría pensar en otras alternativas, basadas en acuerdos con el extraordinario movimiento de mujeres –que es un hecho democrático revolucionario en sí mismo– y elaborar una agenda de trabajo para pilotear nacionalmente el acompañamiento lateral a la candidatura de Cristina. 

Esta columna cree que El Manifiesto Argentino, el vasto Feminismo nacional y popular y otros colectivos que pujan por una nueva Constitución son capaces y están decididos a cambiar verdadera y radicalmente las cosas. Porque a partir del triunfo electoral habrá que rehacerlo todo: una nueva Constitución Nacional de origen popular que recupere lo mejor de la última CN legal que tuvimos l@s argentinos, la de 1949; un nuevo y diferente Sistema Judicial con renovación de la magistratura completa; la firme recuperación de la educación, la ciencia, la salud y la previsión social, y la recuperación y defensa del territorio nacional, por lo menos, como vías urgentes para sacar al país del atolladero. O sea todo eso que la corporación dirigencial no va a hacer, aunque últimamente se haya prendido en el discurso.

Ese plan C debería iniciar campaña ahora mismo. No contra Cristina sino por ella y a la par de ella. Como otra posibilidad electoral que desde el vamos se plante ante las corporaciones y sus taras históricas y antinacionales, y que no confrontará con ella pero sí estará disponible y en fuerte crecimiento si a último momento es impedida de ser candidata.

Y todo esto urge, además, porque en cualquier momento puede tallar el bolsonarismo argentino, peste que también prenderá aquí como expresión contemporánea del fascismo, esa bestia negra planetaria jamás exterminada y hoy de repugnante moda en el mundo.