I.

N/o se mueven carnosos los instantes, garganta ardiendo en un transporte rápido de pasajero.  Baj/o con las preguntas más dispersas de un rey babilónico que, vuelto animal, se deja crecer el cabello, las uñas, y vaga por los campos y pastorea. A narrar, a narrar una cos/a detrás de la otra para que mientras todos sigan el relato, pueda abrirse paso la poesí/a.

 

II.

Alguien vive e/n abundante, instituyente vida cuando una bellísima expresión desparrama breves y esporádicas notas musicales qu/e pasan a toda velocidad a mi lado, no pesan, no pesa/n, cada cuatro gramos de minutos miro la esfera brillante del reloj. Nabucodonosor, rey de todos los pueblos, naciones y lenguas que moraron en la tierra,  viene a anunciar el extremo, el gran torrente de lo imaginario, mientras caigo en el fuego del misterio, en el misterio del lenguaj/e.

 

III.

Lo trabajo, lo impulso con mi poesí/a, me pudro, no gravito. Durante todo el día hago las preguntas más minuciosas, moviéndome a través de la ment/e. Digo que quiero ser poesía, mientras la poesía me es y mi corazón puntea bajo las delicias del coito con aquella parte de él que fue aprehendida antes de que Aspenaz abriera las puertas de un mundo apenas comenzado. Ero/s escribe mientras am/a, yo am/o mientras Eros escrib/e.

 

IV.

Aparto las manos y la cabeza me da vueltas. Es un lugar deslumbrant/e, como un proverbio chino que está siempre con la lámpara encendida. Me pudriré y me esfumaré en el próximo sistema solar. Lo necesito estrictamente para existi/r.

 

V.

Me obligo a hacer planos y croquis luminosos de un zigurat. No taso. O bien me resisto, o bien me porto mal, como es debido, como rana en las manos de una virgen, monádicamente casad/a con ella misma, con el resto de los vahos autoamorosos junto al maniquí de peluca rubia, de tamaño natural. Nabucodonosor aguarda en la Torre de Babel que los juegos del lenguaj/e y del amo/r no sean siempre los mismos.

 

VI.

Mis pensamientos se alejan volando hacia una región de hierba verd/e, de magníficos árboles, donde cada hombre y cada mujer vuelven a sí mismos. La virgen orin/a sobre el rostro del maniquí, chino como un proverbio, y contiene una curiosa exclamación. El caso es que está apuntada en el libro de las penitencias. Su única culpa es disfrutar y recoger en su totalidad la deliciosa cosecha de su/s esfuerzos.

 

 

 

VII.

Tomo la líne/a que va desde mis pensamientos hacia los ojos exteriores que no participan de la ilusión de ver lo exterior como exterior, resultando otro lenguaje, insaciabl/e en su pasión vida-muerte de las flores, pero primero no vuelo por la avenida del instante perfecto que da la sensación de ser de otro mundo cerca/no a un millón de placeres secretos, entonces hago presión sobre el mismo deliri/o que se ha metido en todas mis rendijas y rincones.

 

VIII.

El rey sueña y manda que vengan ante él magos, astrólogos, caldeos y adivinos, pero no pueden mostrarle su interpretación. Es poesí/a. Es también un homenaje a la compañía de transporte de pasajeros, a los ojos con alas, a la bestia que sale en tromba del toril, cielos para los ojos, unidos a esta vida por pequeños orgasmo/s de visión.

 

IX.

El día va pasando, y llega a la orilla juvenil, a las estructuras carnales, al encuadernador de libros, a los andróginos divididos, y estoy allí unos minutos, pensando que son alas los márgenes, y abro tanto los ojos, esperando aovar la primera escena del último acto del drama sensual. Más  allá, en lo alto, en la región astral de los capullos,

un/a pequeñ/a

y salvaj/e meditació/n

o pozo

o multitu/d

ocurre y n/o me sorprendo de los manotazos en el vientre para tomar la forma de una señal repentina e insospechada del amor del hombre y el amo/r de la muje/r, que están listos para entregar el alma, órgano soberbio encerrado en un campo que no es propiamente el su/yo, y se mueve con un movimiento de inutilidad que me complace.

 

X.

Boca arriba toda la noche, Nabucodonosor se deja ver bajo la luz de sí, como un exceso. Hay demasiadas cosas por hacer, conocer, abrazar largamente, traspasar la barrera del toque genia/l, horizontes que palpitan al desnudo para servir lo irreal, lo que no hace ni dice nada. Para mi infinito gusto poseo este destello de conciencia, y puede parecer que lo contrario es verda/d.

 

XI.

El alma se me escapa emitiendo sonidos ronco/s. He aquí lo que significa todo para nada, salv/o lo que siento, lo que imagino, en el instante en que abandono el oído donde remotamente Nabucodonosor me hizo dibujar los jardines colgantes con apenas nueve años babilónicos, que nadie hubiera imaginado sobrevivirían encogidos en un ataúd de briznas mientras estaba viva la epifanía. Ha pasado tanto tiemp/o y tanto lenguaj/e. Es claro para mí: la poesí/a es un ave que quiere cambiar su vuelo.

cairo3677@yahoo.com