¡Deudólar, deudeura, estamos en el 2019! Si pensamos en los clásicos de ciencia ficción, hace rato que estamos en “el futuro”. No podemos seguir echándole la culpa al presente (o sea, el gobierno anterior), porque nuestro lector nos cierra el libro enseguida y se pone a ver una serie, tan increíble como lo nuestro, pero más rápida.

Usted se preguntará, quizás, por qué me refiero a este tema justo ahora. Bueno, ocurre que en estos días de enero, levemente vacacionales, se dan tardes ideales para disfrutar de un buen relato de ciencia ficción, tan bellamente escritos. Autores como Ray Bradbury, Asimov, Sturgeon, Clarke, los soviéticos Strugatskys. O Stanislav Lem, Julio Verne, Phillip K. Dick, Jorge L. Borges, Alberto Vanasco, o el maravilloso cuento Gu ta Gutarrak, donde la argentina Magdalena Moujan lanza una disparatada tesis (casi tan inverosímil como la lluvia de inversiones) sobre el origen de los vascos. O el interplanetario y tan querible Trafalgar Medrano de Angélica Gorodischer.

Cualquiera de esos autores, y tantos otros, nos brindan un intervalo de lúcida felicidad entre tanta crisis mauritocrática. Además, por más pesadillezco que pudiera ser el relato, uno cierra el libro y ¡puf, se terminó! No hay ningún relato de ciencia ficción cuyas consecuencias afecten el provenir de nuestros bisnietos. Todavía no se escribió el relato en el que un joven argentino del 2117 vaya caminando por la calle, silbando una melodía y entonando MMLPQTP, sin saber su significado real, al tiempo que su chip interno le marca un leve aumento de la “deudemia” y un panel luminoso muestra a cuerpo catástrofe “se sigue investigando a López y Baez”. Nada de eso.

Igualmente no pude dejar de descubrir lo que seguramente ya fue mil veces descubierto: que casi todas las utopías o ucronías creadas por los distintos autores a través de los tiempos, nos hablan de futuros “donde todo anda mal”.

Lo que no vi (confieso que no leí tanto, pero algo sí) son novelas o cuentos de ciencia ficción donde la cosa más o menos funcione bien. Pongámosle que la comida sea rica, el salario alcance, el sexo sea presencial, y la clase media no vote contra sus propios intereses reales favoreciendo a los más ricos. Ni una.

Digo, ya que en la realidad no lo logramos, bien podría ser un interesante desafío para los escritores. Y si bien podría aducirse que a nadie le divertiría un texto donde la cosa ande razonablemente bien, permítame deudor poner en duda tal afirmación. Quizás una novela de ese talante convoque a la esperanza, y ya sabemos que eso vende. Si no me creen, pregúntenle a Durán Barba.

Por otra parte, me pregunté hasta dónde nuestro mejor equipo contrario de los últimos 50 años no se está basando en estos textos de ciencia ficción apocalípticos, a falta de mejor plan económico.

Bueno, deudor, dejamos aquí por hoy, antes de que el destino nos alcance, nos convirtamos en repetidores de consignas vacías o nos pongamos a comer productos provenientes de Alfa Centauro, quizás no muy chequeados, pero importados, y en oferta por este milenio.

La seguimos

@humoristarudy