Argentina es uno de los países de la región que más rápido asimiló el uso de aplicaciones tecnológicas para vincularse con amores ocasionales o armar parejas. Conocí de estas apps en el cumpleaños de una amiga. Una rubia de ojos azules en sus cuarentas, separada después de 18 años de matrimonio, dijo que Tinder le permitió volver al ruedo. Luego sacó su celular y empezó a pasar las fotos de los candidatos a una velocidad chocante. 

–¿Así nomás descartás y te descartan? –pregunté, todavía era nueva.

–Son las reglas del juego –dijo ella, sin despegar su índice del teléfono. 

Los miedos a verte con un desconocido eran parte de mi resistencia. Hay que tener cuidados, dijo la rubia, que alguien siempre sepa dónde estás. Y como yo también estaba sola después de una de años de pareja, tiempo después me decidí.

Tinder me duró lo que un suspiro: hasta que me crucé con mi ex. Otra amiga me recomendó Happn, que tiene la ventaja de poder conectarte con los que te cruzás y también elegir con quienes no te querés cruzar más. 

Lo que hallé en Happn no es tan distinto de los encuentros tradicionales, aunque tiene algunas particularidades. Por ejemplo, los hombres se muestran muy preocupados por decir cuánto miden, sobre todo si son altos. 

Una vez uno me preguntó cuánto medía y calzaba. 

–¿No querés saber cuánto peso también? –le pregunté, intentando reírme un poco.

–Sí, ya que estás –fue su respuesta. Yo me acordé de esa chica que tenía una pitón de mascota y preguntó al veterinario por qué la víbora se acostaba a su lado, cuan larga era. “Te está midiendo para comerte”, la había alertado el experto.

Aquel fue un día bastante decepcionante, lo que me llevó a sacar la aplicación de mi teléfono. Abandono del cual me arrepentí a los pocos días, porque el afuera tampoco es un paraíso.

A muchos de los happeners les parece muy importante mostrarse haciendo deportes, si son extremos mejor, luciendo súper autos o velocísimas motos. Hay mucho amante de las guitarras; pareciera que el rocker, aunque tenga sus añitos, garpa. Abunda el tipo exhibiendo a sus hijes, como si eso sumara algún tipo de puntaje. Capítulo aparte merecen los que gustan de mostrar sus abdominales, siempre con los azulejos del baño de fondo. Los hay casados, los que piden tríos, los que buscan pareja y los que solo quieren “ponerla”, como les gusta alardear. También están los de gustos muy específicos (“BDSM. Solo para entendidas”). 

Llevo acumulados casi 200 crush, o sea, 200 coincidencias. Muchos de los muchachos son lindos cuadros que nunca iniciaron conversación. Otros se esfumaron sin explicaciones después de alguna pregunta intrascendente. Por ejemplo, nadie parece muy dispuesto a salir de la capital. Por eso la pregunta por el lugar de residencia es un filtro importante (diría que casi como Matemáticas en el CBC).

–¿Estás chateando con alguien? –me preguntó hace poco mi amiga. 

–No, no me hablan.

–También podés iniciar vos.

–No me funciona.

–Sí, no está bien visto.

Por si todavía quedaban dudas, el machismo también atiende en las apps. Me recomendaron probar con Bumble, que obliga a que todas las conversaciones las inicien las mujeres y da un tiempo de 24 horas para responder (dato que subsana esos chats con delay de días o hasta meses). La probé. Tiene un formulario con algunas preguntas básicas como la formación, la orientación política y si querés tener hijos (ay, la cantidad de señores mayores que marcan “algún día”, como si estuvieran en los veinti), lo que permite ahorrar varios pasos de conversaciones aburridísimas. 

Lo de la orientación política está bastante bien para no tener que escribir en el perfil MMLPQTP o expresiones poco sutiles por el estilo. La semana pasada un happener se desinfló porque usé la palabra “revolución”. Dudé antes de decirle que nuestras diferencias políticas harían imposible un encuentro porque había sido un chat estimulante (¡Y además usaba hasta los acentos!). Tal vez Bumble me hubiera ahorrado la decepción. Pero no estoy segura. Hasta ahora en esta app saludé a mis coincidencias y nadie me habló. Lo positivo es que me está ayudando en el camino de mi propia deconstrucción.

Desde aquella vez iniciática hace poco más de un año, no tuve noticias del estado civil de la amiga de mi amiga. Me enteré que una de las que la mirábamos azoradas conoció a un buen muchacho (¿o cómo lo llamo?) por una de estas aplicaciones. Por mi parte, llegué a cuatro encuentros presenciales.

En fin, les dejo. ¡Me avisa happn que tengo 15 crush que me están esperando!