La temática y la instrumentación de la vinculación Universidad-Empresa (U-E) y/o Transferencia de Tecnología (TT) es una de las claves para el crecimiento y desarrollo de los países y por eso tiene una amplia literatura internacional: investigaciones, estudios, programas, análisis, propuestas, políticas.

Si bien en los países desarrollados existe una preocupación por ampliar y mejorar la TT y cuentan con una política activa de orientación y gestión de los Estados para que la TT se concrete, ya existe un camino para articular. Los “nuevos” países pueden ser Corea del Sur, China, Israel. En los países en desarrollo este tema es más complicado, hay algunos ejemplos exitosos, como puede ser en Brasil (a-JB, antes Jair Bolsonaro), Cuba en lo relacionado con la biotecnología en salud y en otros países, incluyendo a nuestro país. 

Pero estos esfuerzos solos no alcanzan, porque como ya lo había señalado Jorge Sábato en 1974 en Ensayos con Humor: “la ciencia es uno de los insumos de la tecnología, pero no el único y muchas veces ni siquiera el más importante. Es esencial que al menos haya una política económica que incluye entre sus objetivos específicos el de lograr una capacidad autónoma de producción y distribución de tecnología en el circuito económico”. 

En Argentina existen muchos ejemplos de convenios, vinculaciones, transferencias, asesorías, entre sectores académicos (universidades, Conicet, INTA, INTI, Anlis-Malbrán, CNEA) con sectores sociales y productivos. Pero cuando nos referimos a la TT hablamos de la “alta tecnología” (high tech), aquella que es novedosa, innovadora que en general se consolidan a través de registrar una patente (Propiedad Intelectual-PI-) y su licenciamiento para su explotación. “ 

Aprovecho para resaltar la actividad de Anlis-Malbrán que es base para todo nuestro sistema sanitario y que no está suficientemente reconocido ni apoyado e integrado a políticas nacionales e industriales en salud. Tal vez porque en el campo de la tecnología siguen predominando criterios químicos, ingenieriles, y se ve a la biología como un sector todavía “bucólico” y no como una importante herramienta industrial o tal vez porque no se creó a fines de los ‘50, sino en 1916.

Retomando lo de PI, es llamativo el artículo de los investigadores de la UNQ, D. Codner y R. Perrotta, publicado recientemente (J. Technol. Manag. Innov. 2018. Volume 13, Issue 3 ), donde muestran “los regalos” que hacemos con los conocimientos que estamos generando, y que lleva años obtenerlos y financiarlos, a empresas extranjeras en especial de Estados Unidos. Lo han denominado blind technology o tecnología ciega y así como desde comienzos del Siglo XX nos convertimos en fuertes agroexportadores, ahora Argentina exporta un nuevo raw material (materia prima). 

De la muestra que han seleccionado en base a los datos de la Anpcyt (Agencia) se ve especialmente la importancia del sector biológico (“bio” algo: medicina, agro, materiales): es el que está más presente (cerca de 75 por ciento de la muestra seleccionada).

Empresas

¿Cómo hacer para poder proteger en parte y, mejor aún, explotar algunos de ellos a través de empresas nacionales, ya sean públicas o privadas para su escalado, producción y comercialización? Por estas reflexiones me ha llamado negativamente la atención el artículo “Peligro en las mesas argentinas”, publicado en PáginaI12 el 24/12/2018. Los ejemplos tomados en el artículo que fueron aprobados nacionalmente para su producción y comercialización son de los pocos y muy buenos ejemplos de incorporar conocimientos generados en nuestro sector académico y tomado por empresas nacionales para hacer todo el largo trámite de registro, producción y comercialización. A estos dos del agro debemos sumar los del Grupo Insud (Elea) también mencionado en la nota a través de su Presidente.

El trigo y soja resistente a stress y la papa resistente a virus fueron desarrollados por dos excelentes grupos de investigación de dos de las prestigiosas instituciones que tenemos en el país, como son la UN del Litoral (Instituto de Agrobiotecnología) y el Ingebi-Conicet. Y lo de excelente no es solo por trabajo científico realizados por la doctora Chan y el doctor Bravo Almonacid que trabajan en el país y que les llevó muchos años de investigación, sino porque a eso suman desde siempre su preocupación por el rol social de la ciencia y, entre otras cosas, lo demuestran al proteger y transferir sus resultados a empresas nacionales, saliendo además del laboratorio, se implicaron en todo el proceso de registro y potencial comercialización. Esta nueva variedad de papa no usa los agroquímicos

Del otro lado de la mesa, empresas que desde hace años trabajan e invierten en proyectos con el sector académico. BioSidus está desde el origen de nuestra biotecnología industrial en el país, pionera, en el sector biofarmacéutico (hay otras empresas nacionales productivas en este campo), que con TecnoPlant viene trabajando en el sector agro. Y Bioceres, que sintéticamente podríamos definirla como la industria en el sector agrícola, que no sólo está en la producción de semillas, sino que a través del Indear (Instituto de investigaciones creado junto al Conicet) ya está produciendo y comercializando la quimosina recombinante, que no solo sustituye importación sino que hace crecer tecnológicamente la biotecnología industrial en el sector lácteo. Por otro lado, trabajando en conjunto con la empresa cordobesa Porta Hnos que fabrica y transfiere bioreactores y tecnología de bioprocesos, producen quimosina y otras enzimas recombinantes. 

Completando lo de la nota de PáginaI12, y de manera muy breve, menciono al Grupo Insud, tan solo por la experiencia que tenemos en la UNQ con más de 20 años de investigaciones y desarrollos juntos, que han terminado en servicios, productos, patentes. Uno de esos productos ha sido un anticuerpo monoclonal original, creo que primera molécula nueva desarrollada en América latina, de origen en el CIM de Cuba pero que el grupo empresario lo llevó adelante sumando a investigadores de UBA, UNQ, Brasil y Cuba. 

Respecto de los transgénicos, ya la doctora Chan fue muy clara sobre el tema en su nota de PáginaI12 del 8 de enero de 2019. Esto ya parece una discusión arcaica dado que comemos soja y maíz transgénico en Argentina desde hace más de 20 años y no han aparecido los niños que describió en su momento el Maestro Quino, y ni las vacas francesas o los cerdos españoles alimentados con nuestras harinas de soja transgénicas han cambiado el gusto de los famosos quesos o jamones respectivos. 

En realidad, esta “discusión” cubre la verdadera discusión social, política y económica, principalmente en el mundo llamado desarrollado.

Si, es cierto que todos los que estamos vinculados al sector de CyT, incluyendo industriales y productores, debemos ser conscientes de los potenciales riesgos de sus resultados y también advertir sobre los posibles “paquetes tecnológicos” y cómo prevenirlos. Y es acá donde entra lo de los agroquímicos, su utilización y control. También aclarar que si bien los organismo genéticamente modificado (OGM) son necesarios, no por eso se acaba con el hambre ni en el país ni en el mundo. Como toda tecnología ayuda pero no es absoluta y hay que distribuir mejor. Es necesario orientar desde los puestos directivos y políticos diseñar y producir OGM que no solo beneficien al productor, sino a los consumidores. Por ejemplo como la papa desarrollada en Perú con alto contenido de Zinc y Hierro o lo de los investigadores de Unsam–INTA que obtuvieron vacas transgénicas que no producen la beta lactoglobulina que es una de las proteínas con capacidad alergénica en la leche (“leches hipoalergénicas”) y anteriormente con la “vaquita Rosita” que en su leche contenía lisozima y lactoferrina humanas, que son proteínas “antiinfecciosas”.

Para esto se necesitan políticas activas del Estado, salir de los escritorios e ir al sector productivo para articular los conocimientos que generan nuestros investigadores (y son muchos) para establecer proyectos, facilitarlos, ampliarlos. Y muy especialmente en biomedicina donde Argentina es muy fuerte y puede ser base para todo el sector salud pública,  con los múltiples institutos y centros que tenemos jugando ALIS un rol coordinador. Necesitamos investigadores y ciencia y empresarios que desarrollen y un Estado activo que lo impulse.

* Especialista en biotecnología, UNQ/UBA y FSC.