La inflación anual trepó al 47,6 por ciento. El oficialismo procura distraer la atención “valorizando” el 2,6 por ciento de diciembre. El déficit fiscal trepa al 5,2 por ciento del PBI computando los servicios de la deuda externa más allá de lo que proponga la matemática creativa del Gobierno. Si se paga, si la sociedad y el Fisco se llevan la mano al bolsillo, es gasto…

“La maquinita” de imprimir billetes, chimentan en la city, está desactivada. Los salarios suben mucho menos que los precios. Dos arquetípicas explicaciones de derecha naufragan ante su propia realidad. La narrativa M escamotean que las subas de precios obedecen a transferencias de ingresos decididas desde la Casa Rosada.

De enero a enero la plata es del banquero, reza un refrán viejísimo: da la impresión de ser una reseña sobre los efectos buscados de la política económica M. La Banca, en sentido estricto y figurado, gana siempre. Las entidades financieras, los grandes exportadores, los concesionarios de servicios públicos completan el elenco de privilegiados. Los demás jugadores ponen  todos, como en el clásico juego de la perinola.

Los indicadores económicos se remontan a 2002 cuando cesó la convertibilidad. La recesión bate cualquier record sin cumplir siquiera la tarea sucia de bajar la inflación.

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Se desconoce el impacto virtuoso de la jibarización de la administración pública, se sospecha que es mítico.

Usamos este espacio con fines solidarios: se desconoce el paradero de la ministra poli rubro Carolina Stanley, responsable superior de la Salud Pública. También el del secretario Sergio Bergman que no atiende el celular ni despacha aforismos. El hantavirus y las inundaciones tendrían que interpelarlos. Pero Stanley es potencial candidata del macrismo y se la preserva de conectarse con gente que se enferma o muere… sería piantavotos. En cuanto a Bergman, descendió a primera B en el torneo de gestión del macrismo, competencia nada exigente.

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Mientras tratamos de averiguar la millonada de dólares que ahorró la reducción del parque automotor oficial observamos que crecen las protestas contra los tarifazos anunciados con antelación y alevosía.

Macristas y opositores que los admiran interpretan que adelantarse a los aumentos fue una gran movida mediática. Tal vez resulte un búmeran como ocurrió con la reforma jubilatoria de fines de 2017. Las protestas comenzaron, tanto como la judicialización de los reclamos. La magnitud de la reacción ciudadana deberá calibrarse recién cuando las subas peguen en el bolsillo, junto a la canasta escolar, los sablazos al valor adquisitivo del salario y la propia inflación con piso en el 30 por ciento anual.

Cuesta hacer pronósticos certeros en un mundo líquido. Sí es pertinente remarcar que, de punta a punta, el 2018 resultó fatal para la enorme mayoría de los argentinos.