Escena: un kiosco de diarios y revistas a la sombra de un árbol en la esquina de Buenos Aires y Cerrito, La Sexta (Rosario), a media cuadra de la iglesia San Cayetano en la tarde de un 19 de enero, día de San Expedito (que se celebra en esa iglesia). En hilera contra la pared opuesta al kiosco (que es la de una academia de música) se apoyan unas pinturas sobre tabla que representan, con mucha fantasía y en estilo ingenuo, paisajes litoraleños, flores o figuras de personas o pájaros, o caprichos donde todo eso se mezcla. Las figuras son de colores vivos, a veces muy variados, que crean un espacio pictórico donde reverbera el espectro del arco iris. Los detalles son los indispensables, la técnica es cruda pero el color resulta bello y hasta podría decirse que obra un efecto terapéutico. Casi siempre hay una figura grande y central sobre fondo celeste, que es también el color del kiosco, sentados en cuyo interior están Javier y Jorgelina, silenciosos. Jorgelina, de vestido azul, es como una niña grande. En un viejo sillón que se guarece bajo el armazón metálico del kiosco, vestida con una colorida túnica, se sienta una mujer morena de sonrisa honesta y vital. Lleva un rosario al cuello y tiene los dedos manchados de pintura azul. Su nombre artístico es Marta Febré. Es la autora de los cuadros, y viene obteniendo reconocimiento local en el ambiente del arte contemporáneo. Expuso en El Castillo y está exponiendo en el Trocadero (Santiago 989). Nos recita un poema suyo:

"¿De dónde vengo? ¿Por qué esas manos se repiten en las mías? Con tantos huecos como recodos, recorro el tiempo en busca del destino. Para sentir mi ancestro. Para vivir más cerca de mis muertos".

La artista dota de fantasía y estilo ingenuo a sus pinturas.

Muchacho que finge un acento español: ¡La profe! No estaba muerta, andaba de parranda (el muchacho reparte bizcochos 9 de oro a todes).

Marta (imitándolo): ¡Pero caramba, qué generoso eres!

Muchacho: ¿Dónde andaba la profe?

Marta: La profe andaba paseando.

Muchacho: ¿No estaba desaparecida?

Marta (repentinamente seria): No.

Marta: De mi abuelo Cecilio Arrellano, que labraba la tierra, aprendí el amor por las plantas. Él era descendiente de sicilianos, portugueses y vascos. Nosotros vivíamos en la isla donde pintaba Raúl Domínguez, en la isla Charigüé de los Marinos. En esa isla, él iba a pintar siempre a la casa de mi mamá. A él le gustaba pintar el bote, pintar un sauce que estaba en el río. Y había una gran morera. Yo le decía a mi abuelo: "Cuando sea grande, abuelo, yo voy a ser artista".

"Vivíamos en la isla donde pintaba Raúl Domínguez, en Charigüe de los Marinos. Él iba a la casa de mi mamá".

Muchacho de los bizcochos (a Marta, como inspirado): Yo si resucito en otra vida quisiera tener la dicha de haberte conocido de nuevo.

Marta: ¡Pero caramba! ¡Cómo estamos hoy! Era vecina de Nora Lagos. Ella tenía su casa de fin de semana [en la isla]. Y me preguntó un día si me gustaba el teatro. "Yo te traigo las cajas de Rosario, vos agarrás una telita, y adentro le ponés muñecos". ¿Y quiénes son esos muñecos? Ellos son las personas que me van a aplaudir, porque yo voy a trabajar en el teatro, decía yo. "Siempre te aislás de tus hermanos, y tenés cinco", me dijo. "Cuando seas grande, vas a ser artista". Entonces teníamos una escuela, la escuela tenía forma de... ¿cómo se llaman las casas de los japoneses? De pagoda, y todavía está. Y alrededor de aquella escuela estaban los árboles de ciruelo, los árboles de durazno, de membrillo... ¡era un paraíso! Después, empezaron a invadir... (La interrumpe el caño de escape abierto de una moto). Eso es violencia acústica. Pero bué. Y yo le preguntaba a mi mamá: Mamá, ¿qué está pasando que vienen estos camiones, que la gente va hasta la otra punta en bicicleta...? y me dijo: "No, lo que pasa es que ahora funciona la tierrera". Que se sacaba la arcilla. O sea, Yacuzzi y compañía, una empresa que funcionaba acá en la calle Pasco y Necochea, extraía con grandes lanchas, con grandes maquinarias que traían del extranjero, la tierra, la arcilla, para hacer trabajos, para hacer sanitarios, macetas, para un montón de utilidades. Iba la gente, trabajaba, se le pagaba bien, le regalaban una bicicleta, y ellos extraían, en grandes lanchones. Y eso hizo que se empezara a horadar la isla. Se empezó a inundar cada siete meses. Había árboles añosos, de eucaliptos. Había un pinar. Que yo siempre le decía a mi mamá: Cuando paso por allí, me parece escuchar el rumor del mar. Y ella me decía: "¡Pero si vos nunca fuiste al mar!". No es necesario ir. Porque se puede sentir que hay un mar, lejos.

Sebastián Joel Vargas
Febré crea y expone en Buenos Aires y Cerrito.

Nací en el '54 en el Hospital Provincial, en la calle Alem. Mi verdadero nombre es Blanca Córdoba García Arellano Febré. Febré me lo negó mi abuelo, no le dio el apellido a mi padre. Mi abuelo era Pereira Febre. Yo me puse Febré porque, si el viejito me lo quitó, ¡yo me lo pongo! Y me cambio el nombre también porque no me gustaba Blanca. Porque me cargaban cuando era chica. Imaginate. Un niño que viene de la isla, es discriminado. Porque papá murió. Papá se ahogó cuando yo tenía seis añitos y mi mamá me dejó a cargo de una amiga de ella, acá en la calle Alem y La Paz, que me crió. Y yo le dije: ¿Y cuándo vas a venir? Todos mis hermanitos, los fue poniendo en otros lugares porque ella decía que qué íbamos a hacer en la isla. Que no íbamos a tener educación... me dijo "Mañana vengo" y tardó cinco años. Fui a aprender dibujo publicitario y comercial, en la escuela Juana Elena Blanco, también auxiliar administrativo de comercio, y me felicitaban los profesores de dibujo. Y desde los 7 años ya escribía perfecto. Y también cantaba. En la escuela primaria imitaba a Rafael y a Sandro. Y los chicos decían: "No, si ésta… ¡es artista!".

"Siempre te aislás de tus hermanos, y tenés cinco", me dijo. "Cuando seas grande, vas a ser artista".

A los 17 años, Marta volvió a la isla con su madre y sus hermanos, encontró todo cambiado y regresó a su hogar adoptivo, al lado de lo que entonces era el diario La Tribuna. De allí se escapaba para ir a los bailes del club Sportsmen y del club Temperley. Dice que la ciudad, ahora, "es un infierno". "Pero siempre se me mezclaban los mundos", recuerda. Hace cuatro años, usando su kiosco como taller, empezó a pintar. Fue cuando se separó de un marido "golpeador, psicológica y físicamente" que le rompía los libros y poemas, y con quien estuvo casada 35 años. Tiene el kiosco desde 1987 y sin embargo desde 2010 rema contra con la "competencia desleal". En 2011 le balearon el kiosco. "Me lo intentaron incendiar. Me salvó un vecino. Me lo rompieron siete veces. Y siete veces lo tuve que hacer arreglar. Y tengo otros vecinos también que me están haciendo la guerra, que me hacen seguir por la policía comunitaria que está a la vuelta de casa, pero yo no voy a abandonar mi lucha ni mis sueños".