Existen dramas que con el paso del tiempo se cuentan como comedias en fiestas familiares. "El último viaje de mi abuelo" podría llamarse la historia que religiosamente escuchaba entre risas y ocurrencias en cada reunión. Había distintas versiones, algunas lo situaban en el asiento trasero, otras lo describían como un frío acompañante de un intrépido chofer, futuro piloto de turismo carretera. Se esmeraban en detalles,  aseguraban que había viajado todo el camino con un cigarro entre los labios, sombrero y lentes oscuro. Todos los relatos coincidían en que el cadáver había llegado en buen estado, cubriendo la distancia Cosquín-Rosario en un tiempo récord. En mi casa sólo se escuchaba tango y folklore. Por las noches mis sueños eran acunados por un silencio indio, con una luna tucumana por caja solía escaparme con mi burrito cordobés en un trote mezquino bordeando la  calle angosta, paseando por la Bomba y Lules, un Viejo Almacén de la calle Colón, las salinas de Salavina. Formé parte del Ejército de ocupación rosarino que supo invadir la localidad de Capilla del Monte en los años sesenta. Una noche visitamos el pueblo donde la muerte se  cruzó con el Tata. No había forma de equivocarse, un locutor argentinísimo gritaba el nombre del lugar desde un escenario levantado frente a una plaza. Los alrededores estaban colmados de peñas en donde se cantaba y tomaba vino en jarra hasta quedar imposibilitado de pronunciar Próspero Molina sin escupir ni trabarse en el intento. Muchos cantores vestidos con pilchas gauchas, tallaban a fuerza de bombo y guitarra sus paisajes  de origen. Mi ciudad no estuvo representada en aquella obra. Pago  indocumentado, regado por arroyos bautizados en guaraní, camino obligado entre dos proyectos enfrentados de país, identidad perdida del caminante, Rosario, un gran signo de pregunta. Tan de paso como Belgrano en la aprendida de memoria historia mitrista. Tal vez una reproducción doméstica  del mito sarmientino que nos enseñara don Arturo. Los griegos llamaban "bárbaro" a lo extranjero, a los pueblos que no hablaban su lengua. Sarmiento invirtió dicha lógica, la barbarie estaba adentro, la civilización afuera. Fuimos civilizados bárbaramente. La lucha era contra nosotros mismos, contra nuestra propia cultura. Los artistas de la zona, salvo excepciones, fueron témpanos huyendo por el río marrón. Soñaron con otras aldeas más sofisticadas, París, Praga, Moscú. En el exilio no existe el intercambio. No vinieron europeos a cantarle a lo nuestro, nos fuimos quedando sin voz. Mi generación supo adorar desde la barranca al animal de barro que huye, amó la calle, el escenario, sabía que Rosario era el parque Independencia, junto con el cielo, la ancha avenida, las mesas de café, las estrellas en el frasco sobre el hospital Carrasco, el retumbe del Estrella del Norte en la vieja estación de trenes. Los elegidos supieron traducirnos, jaquearon la inteligencia, la hicieron canción para cantarla  bajo un cielo negro. En ocasiones los civilizados suelen ser muy crueles contra los bárbaros que deciden recuperar lo usurpado. Se retomó la lógica occidental por algunos meses y se prohibió el idioma del agresor. Dicen que la suerte es uno de los disfraces del destino. Con corazón de barco, La Trova partió desde el Rosario sin más amparo que la piel. En medio de una tormenta de diablo y alcohol desembarcó en tierra firme, había llegado para quedarse, para cantarnos cuentos que hablan de nosotros, gritar lo que nos quema, regalarnos canciones que se hicieron anónimas, dibujar una línea en el aire, incluirnos en el mapa folklórico. Después de siete mil años pisaron el Atahualpa Yupanqui en nuevos tiempos difíciles, distintamente parecidos, dieron una vuelta más, pero esta vez la poesía no la tiene Buenos Aires, Rosario levanta su canto como bandera para resistir en una tierra incendiada, con la necesidad imperiosa de encontrar un nuevo modelo para armar. Ya no sólo somos unos cuantos locos que nunca conocimos a Gardel, sólo a Hendrix y a Tanguito los que nos sentimos emparentados con estos tipos, hoy encarnan el sentir de una ciudad, de una provincia toda  que sigue buscando su identidad con terquedad, cantando versos del corazón,  forjándose el futuro que se merece, desenterrando viejas estrofas de otro de sus hijos para sembrarlas en el viento, "aquí juntando lágrimas para una nueva risa, con lo bueno y lo malo, mírennos, aquí estamos".

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