“Este documental fue realizado sin el consentimiento de su protagonista”, se lee en una placa al inicio de Flora no es un canto a la vida, que luego de participar en la Competencia Argentina del último Bafici tendrá su lanzamiento comercial mañana en el auditorio del Malba (Avenida Figueroa Alcorta 3415). La aclaración es fundamental para entender el debut en la realización de largometrajes del actor, guionista y director de casting Iair Said. Filmó a su tía abuela Flora Schvartzman, una mujer soltera de 90 años que desea morir desde el día que nació y dueña de un pesimismo y misantropía innegociables, quien luego de más de una década alejada de la familia encuentra en su sobrino nieto un soga para salir de la abrumadora oscuridad de su amplio departamento del barrio de Flores. Un departamento cuyo destino asoma incierto, en tanto ella no tiene herederos directos, y se convierte en el botín más preciado de Said: a él le interesa el bienestar de Flora, pero sobre todo, tal como aclara con su voz en off, quedarse con su departamento.

Durante poco más de una hora, Flora… muestra en clave de comedia (a veces negra y trágica, otras melancólica y tierna) los denodados intentos de Said por ganarse la simpatía de esa anciana tan querible como cascarrabias. Un carácter forjado al calor del tedio, la apatía y el aislamiento, y con la certeza de la finitud revoloteando cada charla, cada gesto hacia su sobrino nieto. El resultado es un documental familiar -uno de los platos más recurrentes del menú del cine argentino contemporáneo- que tensa los límites entre realidad y ficción y en cuyos pliegues aparecen temas como la vejez, la soledad y la muerte. “Algo de la vejez está muy relacionado a dejar de funcionar para el mundo, y me parece desolador pensarse viejo e inservible. Hay tantas historias de vida de señores o señoras mayores que no fueron contadas porque ellos no fueron importantes para la ciencia o los medios. Entonces, ¿qué nos queda al resto? Nadie iba a recordar a esta mujer que estaba sola, y la película intenta de cierta forma hacerla eterna, que no muera de esa forma”, afirma el director de los cortos 9 vacunas y Presente imperfecto y actor de la serie web Eléctrica.

–¿La idea siempre fue usar el futuro del departamento como hilo narrativo?

–No, eso apareció en el montaje. La película refleja las inquietudes que me surgían a medida que iba conociendo a Flora. El rodaje duró siete años durante los que la intención de la película fue cambiando. Lo del departamento no era tan importante al principio, el foco estaba puesto en que ella se acercaba a mí para regalarme cosas inútiles. Era más superficial todo, no había un vínculo fuerte entre nosotros. Era otra cosa.

–¿Y cómo fue creándose el vínculo?

–De chico ya la quería, pero de repente la dejé de ver. Después tuve que forzar mucho el vínculo porque ella no me dejaba verla y tenía que insistirle. Por eso la película tiene muchos llamados telefónicos. Ella me veía sólo para darme regalos. Yo aceptaba todo, desde una calculadora rota hasta una polvera del año 50. Todas cosas que no me servían para nada pero que eran excusas para ir a filmarla. 

–En varias entrevistas dijiste que tu preocupación más importante como director y guionista era no exponerla. ¿Cómo manejaste ese límite?

–Lo principal fue sacar todo lo que no tuviera que ver conmigo o con mi familia. Todo lo que hablaba sobre su vida privada lo dejaba afuera porque había elegido construir mi historia. O sea, lo que muestro tiene que ver conmigo y no con ella. Había mucha información sobre su intimidad, sus noviazgos y otros temas, pero ya estaba exponiéndola demasiado haciendo una película contra su voluntad como para además exponer su vida personal. Había un límite muy fino entre reírse de ella y mostrar una parte de ella. Yo no quería caer en lo primero aun cuando fuera muy fácil hacerlo. Ella contaba anécdotas muy hiteras y muchos me preguntaban por qué las sacaba, y yo lo hacía porque entendía que sacar eso era una manera de cuidarla. El morbo y el amarillismo del espectador siempre son más grandes, entonces prefería exponerme a mí y mis miserias y no a ella. Había partes muy graciosas en las que, por ejemplo, hablaba mal de varias actrices argentinas, pero sentía que la ponía en un lugar que no la dejaba bien parada. 

–Si la dejabas mal parada, hubieras quebrado esa confianza muy genuina de ella hacia vos.

–Sí, los momentos en los que se abría tenían que estar relacionados con cosas que construyeran una historia. Me parecía desleal poner chismes sobre su vida porque ya había generado una confianza que si la rompía en la película, era un garca. A veces veo a directores que se hacen amigos de sus “presas” y al final terminan exponiéndolas, algo que me parece injusto, desleal y oportunista. Yo quería que el oportunismo se viera en mi personaje y no en mí como realizador. 

–Además, como director ya estabas en una posición dominante, y si a eso le sumabas una mala intención de tu parte…

–Hay que tener buena leche en el montaje porque es muy tentador pasarse al otro lado. Ahí entendí lo que es la manipulación del cine, de los medios, de todo. Yo podía contar cualquier historia con todo el material que tenía, y de hecho pasa un poco eso. Muchos me preguntan si es todo verdad. ¿Qué importa si es verdad o no? En esta película, que no cuenta un hecho histórico objetivo, es todo bienvenido mientras que transmita algo y el espectador empatice con Flora.

–Más allá de la línea narrativa del departamento, en los pliegues aparecen temas como la vejez y la soledad. ¿A priori te interesaban esas cuestiones o aparecieron a medida que filmaba?

–Me interesaban sobre todo esas cuestiones. La vejez, la soledad y la muerte son los temas más profundos que toca la película. Aparte, en ese momento estaba atravesando la enfermedad de mi papá y necesitaba exorcizar la muerte para acercarme de alguna manera más cotidiana y que la inminente muerte de mi papá no fuera algo que no pudiera superar. La película me ayudó a reconciliarme con la posible muerte de cualquier ser humano, sobre todo con la de mi papá y la mía. Nadie puede evitarla y sin embargo todos tratamos de que no exista. Flora dice una frase muy buena: “Cuando se murió tu abuelo, yo me dije que menos mal que no tuve hijos”. Es tremenda la muerte, pero si no vivimos, nos quedamos cruzados esperándola, que es lo que hizo ella. También la película fue una forma de devolverle un poco de vida a alguien que estaba muerto.

–Recién hablabas de exorcizar la muerte de una manera cotidiana. ¿Por qué tratarla desde el humor?

–Porque para mí todo en la vida tiene que tener humor. Cuando te pasa algo grave es difícil leerlo de esa manera, pero reírse sirve para descomprimir y pasarla mejor. Reírse es algo que hay que hacer todo el tiempo, incluso con temas serios. Necesitamos reírnos de la muerte porque nos va a tocar a todos, y si nos la pasamos padeciendo la idea de nuestra muerte o de la de quienes nos rodean, va a ser imposible pasarla bien.

–¿Cambió tu mirada sobre la muerte después de la película?

–Sí, hacerla cotidiana me hizo verla como algo no tan malo. Yo de chico no dormía a la noche porque le tenía miedo, y entre la película de Flora y la muerte de mi papá me di cuenta de que es muy distinta de lo que pensaba. Un amigo una vez me dijo que la tristeza es un pozo de donde se puede sacar mucha agua. Y es verdad: si lográs transformar esa tristeza en algo más vital, empezás a ver la muerte con más amor. Parezco Osho, pero yo pensaba que cuando se muriera mi papá no iba a poder levantarme de la cama nunca más: se moría él y me moría yo. Pero después fue increíble cómo aparecieron las ganas de vivir y de transformar eso en otra cosa. La muerte de alguien cercano te conecta mucho con tu presente, con estar vivo.