Hasta acá se comprobaba que la situación económica popular, y en particular de la clase media, no existe para los medios hegemónicos. Casi literal: no existe. Pero faltaba lo que no por obvio es menos desvergonzado. Al revés. Lo hace más grosero todavía.

Sólo hay fiesta con la corrupción K sin que nunca aparezca la plata que se robaron, episodios policiales para instalar discurso de mano dura, promoción de xenofobia directa y las insustancialidades habituales que son subidas a categoría principal. Etcétera.

Detonada la denuncia contra el fiscal Carlos Stornelli por extorsión a un empresario en la causa de los cuadernos fotocopiados, cierta ingenuidad que nunca debe perderse esperanzaba la aparición de algún colega (al menos uno, de esos que a veces se escapan del control editorial especialmente en las radios) que pusiera un grito en el cielo. Nada. La documentación es abrumadora pero, y ahí la táctica oficial, el enchastre también. Como si nada fuera, sin ir más lejos, se perdió que la petrolera de Techint demanda al Estado por el quite de subsidios para Vaca Muerta. Rocca versus Macri. 

Como de costumbre, no suele fallar que, frente a enlodes semejantes, lo aconsejable es sacar conclusiones a través de beneficiados, perjudicados e imprevistos. A partir de ahí, sin que deba tomarse como una secuencia irrebatible y, sólo, a grandes rasgos: 

  • El interés geopolítico de los Estados Unidos, frente a la incidencia china en América Latina, es despejar el camino para la neo-penetración de sus empresas en la región.
  • Se promueve el lawfare, la guerra jurídico-mediática, para demonizar ejemplarmente a toda figura del “populismo” reinante a comienzos de siglo y rato después. 
  • Lo importante no es quién administra en nombre de qué –un peronista como Menem en los ‘90, outsiders como Macri y Bolsonaro ahora– sino el objetivo principal. Lula es la víctima más ostentosa de la maniobra. Cristina puede seguirlo. Que caiga quien caiga, incluyendo en el caso argentino a los capitostes de las empresas locales cualquiera fuere su volumen.
  • La operación de La Embajada, entre nos, produce entre otras la causa de los cuadernos. Serviría para horadar a la opción opositora más peligrosa, pero se lleva puestos a actores empresariales que no esperaban de ninguna manera una cosa así durante el gobierno amiguísimo. La patria mediática se desconcierta ante eso y la contratista, ni hablar. La causa de las fotocopias se puede ir de madre.
  • Se va de madre, como podía preverlo cualquiera con medio gramo de cerebro politizado. La Embajada estaría chocha, pero la documentación contra el fiscal encuadernador –y hacia arriba– podría generar daños muy considerables en el andar electoral macrista. No hay otra variante por derecha. 
  • Vaya a saber.

Si se cae la causa de las fotocopias, por peso de probanza o porque en el viejo invento de la posverdad alcanza con las sensaciones fuertes sin importar los hechos, estallará con ella una gran porción de la confianza gubernamental para perjudicar “creíblemente” a Cristina. Pero ese daño contra las chances electorales del PRO no significa traslación automática a entusiasmarse con una alternativa.

Habría que ver cuánto del eventual Stornelligate desatado y ocultado en estas horas interesa verdaderamente al grueso mayor de la sociedad. Es más: ¿qué pasaría si un simple relevamiento callejero preguntara quién es Stornelli, qué es Comodoro Py y, ya que estamos, de cuáles datos concretos se dispone en torno del PBI que se habrían robado los K y cuánto se sabe sobre la deuda de la famiglia Macri por administración fraudulenta del Correo Argentino? Por supuesto. No ocurriría resultado diferente al de una encuesta repentina a ciudadanos yanquis respecto de quién es Juan Guaidó, ni a los europeos por las consecuencias del Brexit. La información es poder y el poder maneja la información por vía de los estímulos masivos que mejor le convengan. 

Si siempre fue de esa manera, hoy es peor gracias a la lista escueta de corporaciones tecno-financieras-comerciales-comunicacionales que tripulan al mundo. Las llamadas democracias liberales ya no tienen respuesta frente a las monstruosidades planetarias del desequilibrio social y, también peor aún, provocan el surgimiento de fantoches fascistoides como Trump, Bolsonaro y su ruta de insatisfechos o indignados que en Europa desembocan hacia extrema derecha y variantes de nacionalismo blanco, agotadas de la política que no da respuestas. En Sudamérica, con la excepción del cavernícola brasileño que protegen “los mercados”, la variante es neoliberalismo feroz disfrazado de lucha contra las tiranías caudillistas. Van bastante bien. Rafael Correa levantó a Ecuador y ahora no puede pisar su país. Evo Morales puede perder las elecciones tras haber transformado a Bolivia en una pujante nación pluriétnica, ante la que se rindió por sus resultados económicos el propio FMI. Y en Venezuela está en marcha un golpe de Estado con la solidaridad de una región inundada de cipayismo que, en buena medida, fue capaz de perder la memoria. Porque las memorias populares parecen ser cada vez más cortas.

El Imperio tiene sus dificultades, desde ya. La propaganda nefasta sobre el gobierno venezolano, que pinta una miseria africana y que tiene su cuota de grandes problemas idiosincráticos y chavistas, no obsta que todavía se resiste gracias a la herencia de un líder que le dio identidad y progreso a los postergados eternos. En México se produjo una probable anomalía. Nada menos que en México. Y aquí resulta que hoy se discute cuántos puntos de diferencia hay entre Cristina y Macri, qué pasaría en un ballottage, si a los cambiemitas les conviene o no desdoblar comicios. Epa. 

Si acaso pudiera pasar algo mejor, general y/o particular, en medio de esta ola de derecha que recorre el mundo, no lo será por el denuncismo y las comprobaciones de lo que genera el neoliberalismo. 

La guerra de carpetazos, operaciones mediáticas, falsedades y documentaciones veraces que Argentina vivirá hasta las presidenciales ha de ser muy probablemente inédita. Pero ese terreno le conviene a Macri, porque no es cuestión de verdad sino de disputa simbólica. Si la venta del dólar estable lograra disimular al futuro espantoso, Macri podrá ganar por más que las tremendas revelaciones sobre Stornelli –u otras que surjan, afectando a quien fuere– sean expuestas por los medios que resisten de diversas formas. Y si la economía sufre avatares graves en su aspecto “macro”, que terminen de convencer a una mayoría suficiente sobre la ¿estafa? que significa Cambiemos, al Gobierno no le bastará ningún invento, ni opereta, ni recurrencia al pasado que no debe volver, ni promociones sobre series televisivas de la ruta del dinero K, ni desfile tribunalicio alguno.

Ese conjunto especulador refiere a la probabilística en el resultado de las elecciones. Si hablamos de política en su sentido de mayor eficiencia, que no eficacia, lo que está faltando a gritos es un nuevo relato capaz de seducir. Y después operar a tales efectos, porque, si voltear a Macri es nada más que una táctica hacia octubre y no una elemental estrategia para sostener emocionalmente lo que aguarda en 2020, el peligro es inmenso. ¿Con qué fuerza política y social, no electoral, se bancará que el “populismo” retornado no pueda redistribuir como desde 2003 hasta que empezó a caer el precio de los alimentos que Argentina exporta? Kirchner asumió con el 22,29 por ciento de los votos y aprovechó las circunstancias locales e internacionales para hacer política a favor de los más débiles. Llegó, al fin y al cabo, de la mano de Duhalde, ¿que quién era? ¿Rosa Luxemburgo? 

Una discusión falsamente moralista, cínica, sectaria, de cara a octubre, es atravesada por el “sapódromo”. Ocupa el lugar de cómo se construye, con quién y con qué discurso, el sueño de un porvenir que de piso sea menos luctuoso que el actual. Los sapos después se manipulan y digieren si hay convicción.

Justamente, ¿qué dijo Néstor cuando toda ilusión se había derrumbado?

“Vengo a proponerles un sueño.” 

Todos los errores que se hayan cometido a la larga no fueron en perjuicio de que cumplió con su anomalía.

Y ahora falta que se decida producir un sueño nuevo. El relato, qué tanto. Que es lo mismo que hizo y hace Macri y, antes, la historia de la política universal. De eso no hay noticias en la oposición, aunque los tiempos de los comentaristas suelen apurarse. ¿Quién es uno para exigirle definiciones inmediatas a Cristina, por caso? Por lo pronto, hay solamente el quejismo, el arrepentimiento por haber votado esta cosa (parece), la información justificada y agotadora sobre los índices económicos, la protesta en pedacitos, la lista de las mentiras cambiemitas y, para la coyuntura, este eventual Stornelligate.

Podría servir para ganar.

Construir y vencer es otro tema.