La primera vez que leí la palabra panfleto fue en la biblioteca gorila de mis padres, en la tapa gris de una vieja compilación que llevaba por nombre Panfletos de la Revolución Libertadora. En 1955, las redes sociales circulaban como la del pajarito en el hall de entrada de los edificios, en las universidades, en las iglesias, donde se arrojaban miles de fake news mimeografiadas, programados delirios sobre la vida sexual del poder que constituían una verdadera escuela de obscenidades (ahí creo haber leído que Perón y un famoso boxeador eran amantes) y, por supuesto, invocaciones a “derrocar al tirano”. O sea, que mientras yo llegaba a la pubertad y ya sabía que mi futuro no sería el fútbol sino la literatura y la ropa preferida era la que me estaba prohibido usar, no por ser cara sino por femenina, supe que toda revolución precisa de la hipérbole pedagógica, las buenas y las malas, y que aquella contra Perón llevaba agua purista para un molino que sentí ubicado en un territorio que ya adivinaba hostil. La mayoría de las octavillas, intuía, provenían de unas voces para las cuales mi sexualidad-cigoto seguramente era el mal absoluto, un horizonte vital que habría que abortar pronto.

Por suerte, ahora -puto por deseo y decisión- leo en el recientemente publicado Panfleto. Erótica y feminismo, de María Moreno (Random House, 2018), el agua servida de mi diferencia, unos pensamientos tejidos a vuelo de genio sobre el universo de sexo y política, pero que pueden caber también en un grano de maíz (parafraseo a Urdapilleta) y, lo más importante, entre los indecibles pliegues del ano. Esos breves tesoros de gran cronista cuyo escondite hay que saber y querer encontrar, y que otros, cogoteando solemnidad masculinista, pasarían por alto.

ALMA Y TRIPAS

En Panfleto María ironiza sobre las limitaciones de la pornografía clásica e invita a reconvertirla, no tanto en un post porno, sino en  “cassettes de señoras” que aprecien la obscenidad como en El Decamerón;  señala la “firmeza de una mirada inteligente” en los ojos de la paciente Sidonie Csillag (muerta en 1999, sin haber envidiado el pene), que asustaron a Freud y lo llevaron a una renuncia -la derivación a otras analistas- porque, en ella, él percibió un narcisismo brillante y libertario que lo interpelaba; echa en falta figuras de obscenidad femenina en la literatura. Porque la llamada escritura femenina suele tratar a los cuerpos “como almas” mientras celebra los geranios angelizados, la porcelana y el lenguaje poético.  Rescata, por eso, al personaje de Greta La Gorda, de Günther Grass, “asesina culinaria de figurones políticos, filósofa del poder libertador de los vientos intestinales, feminista solitaria de los siete pecados capitales”, Esa, justamente, se ríe de nuevo la Moreno, “debería ser nuestra dirigente”. Porque si las mujeres entran en la cultura, deben hacerlo con el cuerpo, que es también un cuerpo con tripas.     

Ese artículo publicado en 1988 podría formar parte del Panfleto-Manifiesto con el que se cierra el libro (o se abre, como en la sístole diástole del ojete liberado), y que si hace pensar en aquel otro que Sade cuela en La filosofía en el tocador, está en cambio lejos del Regimiento de Patricios y de la Libertadora (no olvidar que Foucault llamaba a Sade el sargento del sexo). Contra la servidumbre del goce fálico, María milita a favor de una multiplicidad de objetos de deseos, no degradados (o mejor, no desgraciados), sino colmados de artificio, como la naturaleza que es barroca, y su sabiduría consiste en el engaño. ¡Qué anatomía como destino ni pañuelo celeste! Justo en estos tiempos, cuando las personas trans  prueban como nadie que “la anatomía es coyuntura” y el Misoprostol desmiente también el destino farmacológico con el que fue creado y desata, en cambio, con merecida fama, el nudo enventrado que la ley patriarcal prohíbe tocar en nombre del Dios de los Ejércitos (por ahora). Esa misma ley que, para “restaurar una autoridad masculina dañada”, autoriza de manera clandestina la violación, que no es mero “ejercicio de poder”, sino sobre todo deber reparador de una fratría fantasmática: nunca se viola en soledad. Acá, otra vez y sin necesidad de decirlo, María invita a la marica a comprender que en los crímenes de odio que la tienen como víctima se mata tanto  “los signos y gestos de la femineidad” como se exorciza, en el criminal, el peligro de un devenir mujer. 

HOMOSEXUALIDAD CHIMPANCÉ

Si el antropólogo René Girard supo ver en la sexualidad la fuente de una rivalidad mimética y violenta, María apela, en cambio, a la celebración  de la lujuria del bonobo, el chimpancé bibelot que evita mediante el coito y las caricias sexuadas, precisamente, la rivalidad y la violencia recíproca. Propone, y nos encantará, un feminismo bonobo, del mismo modo que una homosexualidad  bonoba. Porque sabe de los riesgos de recaer en formas inadvertidas de neopuritanismo, que pasen por alto el cuerpo sexuado mientras se sigue sacralizando el ano como a la escarapela.  

Menos cenáculo y más conventillo, dirá, en consonancia con el gineceo plebeyo que postula María Pía López: el conventillo es aquello que los fundadores de “La Patria” vigilaban como focos infecciosos, execrencias, fluidos migratorios; o sea justo eso que el patriarcado no puede terminar de fijar para mejor combatir. Como las mujeres indóciles y las locas a la deriva, volvámonos conventilleras.    

Con ese humor perfeccionado en el esgrima de la mesa del café y la inventiva del alcohol, María Moreno apunta a una revolución de “alma carnal” que no sublime, ni castre anos ni normalice conductas: “el ano sería  post identitario”, lee en el Guy saber de Paul B. Preciado. Una educación anal, pues, para una homosexualidad que ya no sería identitaria, sino “el nombre de una ruptura con la norma”. El ano solar sería otro de los nombres posibles del feminismo. Un feminismo solar que recree el genio, ya no masculino, que Julia Kristeva visita y lengüetea en su estudio de Colette. 

No es una dominatriz la que me habla en la porca docencia de Panfleto, sino una maestra de educación cívico-anal que en su recorrido por los variados feminismos y el interior del culo argento ofrece, como al pasar, argumentos sagaces para esta marica espermófaga que desea  todas las libertades, pero no luchará nunca por la libertad de mercado.