“Mi nombre es Erin Quinn. Tengo 16 años y vengo de un lugar llamado Derry, o Londonderry, depende de tu ideología. Una esquina bastante problemática en el noroeste de Irlanda”. Así se presenta la narradora de Derry Girls sobre las imágenes aéreas de una Irlanda del Norte fronteriza y en tensión, en los albores de la década de los 90. Erin exuda una irresistible simpatía y condensa cierto aire de diva de melodrama para contarnos la conflictiva relación con su ciudad que define su presente adolescencia. Como nacidas de un diario íntimo y con la curiosa inflexión de una lectora a escondidas, las palabras de Erin cobran cuerpo en la voz de su prima Orla, otra de las singulares habitantes de esa ecléctica comunidad que resulta desplazada en todos los sentidos: adolescentes en un mundo adulto, católicos en un territorio protestante, irlandeses bajo la égida de la corona británica. Ese juego entre la pertenencia y la exclusión es lo que la serie maneja con extraordinaria solvencia y con el humor más disruptivo: Derry Girls nunca abandona el horizonte en el que se sitúa, entre márgenes que erosiona bajo el amparo de los chistes más divertidos. 

La sitcom creada por la británica Lisa McGee para Channel 4 (acá disponible en Netflix) entrelaza la vida de un grupo de adolescentes, sus familias, profesores y vecinos, en un contexto que no resulta tan ajeno a la Inglaterra del Brexit. El primer viaje a la escuela de Erin y sus amigas combina los descontentos naturales de la adolescencia con las insistentes protestas de Irlanda del Norte por la independencia. Erin, Orla, la temerosa Claire y la irreverente Michelle también lidian en el seno de su grupo con el mal recuerdo del colonizador a partir de la llegada de James, el tímido y desclasado inglesito que Michelle presenta como su primo no deseado. Blanco de bromas perspicaces y ancestrales rencores, James se suma a la pandilla como esa nota discordante que completa las mejores melodías. Frente a la lúdica intransigencia de las monjas del colegio y el enojo provinciano de los comerciantes del barrio, el grupo comandado por Erin funciona como una célula de subversiva irreverencia que pone a prueba todos los límites desde el absurdo más radical. 

Con menos nostalgia que agudo revisionismo, la serie evita convertirse en una colección vintage de guiños noventosos para abrir sobre el pasado una mirada contemporánea. La música de R.E.M, The Cranberries y Wet Wet Wet se combina con las hombreras y los colores chillones, los walkman y el divorcio de los padres de Macaulay Culkin, pero ese mundo se materializa como un espacio genuino y vital, nunca salido de una lejana anécdota archivada en la memoria. La dinámica del grupo adolescente le debe mucho a las notables interpretaciones, sobre todo a la justa medida de astucia y perplejidad con la que Saoirse-Monica Jackson compone a Erin, amiga leal y celosa, custodia de la integridad del grupo e intermitente defensora de su propia libertad. La intensa dedicación y el secreto pavor que recorre a la Claire de Nicola Coughlan, la explosiva desfachatez y desbordante sensualidad que Jamie Lee O’Donnell aporta a Michelle, la divertida ingenuidad rayana en la tontera que Louisa Harland insufla a Orla y la patológica timidez del James de Dylan Llewellyn permiten que esos personajes no sean meras evocaciones del cine adolescente de John Hughes sino que vivan en ese universo, con sus miedos y delirios, sus penas e infinitas risas. 

“La serie está vagamente basada en mi adolescencia, en mi familia y en mis amigos”, contaba McGee a un diario de Derry el mismo día del estreno local. “Yo también asistía a Thornhill, un colegio que era al mismo tiempo un convento. Recuerdo cómo nos reíamos hasta creer que nos íbamos a morir. Mis amigos del colegio siguen siendo mis mejores amigos y no hay nadie que me haga reír como ellos”. Esa sensación de broma compartida es la que define el espíritu de Derry Girls, la misma que hace que el humor sobreviva al localismo y se vuelva universal, que conjugue la experiencia adolescente con el corrosivo retrato familiar. La vida en el colegio, las horas en dirección bajo la mirada incisiva de la Hermana Michael (increíble Siobhan McSweeney), los desafíos a la autoridad y el anhelo de autonomía se contagian de un júbilo locuaz y encendido sin nunca perder el inestimable poder de observación. El mundo que McGee disecciona con un ingenio incansable es el de sus años escolares en Derry pero también el de esa familia que batalla con su ciudad y su época, con ese latido tan cercano que a veces cuesta reconocerlo. 

La familia de Erin incluye a sus padres y su abuelo, a su tía Sarah y su prima Orla. Miembros de la clase trabajadora y habitantes de una frontera que les recuerda que la independencia está del otro lado del puente, cada episodio los muestra en el día a día y en las jornadas extraordinarias: un picnic para escapar del desfile de los leales a la corona británica, la fascinación por la comida chatarra de los viernes, las incansables disputa del padre con el suegro, la pelea de la madre por llenar el lavarropas. Los diálogos son filosos y las escenas están construidas con el ritmo adecuado, marcando en los cortes de montaje el perfecto cierre de cada gag. La escritura pulida de McGee sostiene el equilibrio de la serie y le quita esa tentación de condescendencia que siempre ofrece la cercanía. Sus personajes pueden tener debilidades e imperfecciones, pero son vistos desde la honestidad y la emoción que le garantiza ese prisma tan conocido que ha elegido. 

“Es la primera vez que hay una comedia realizada en Irlanda del Norte con mujeres como personajes centrales”, explica McGee al portal Irish Times sobre el por qué del fenómeno Derry Girls, que se convirtió en la comedia más vista de Gran Bretaña desde 2004 y en el programa de televisión más exitoso de la historia de Irlanda del Norte. El anclaje en la perspectiva femenina le permite a McGee sacudir ese único abordaje  que existía sobre el conflicto independentista bautizado como “The Troubles”. “Todas las miradas sobre el conflicto irlandés siempre fueron muy masculinas y muy de bigotes y campera de cuero. Ahora quería incluir aquello que yo recordaba y odiaba. El ejército, por ejemplo, no hace ninguna broma. Eso lo hubiera hecho menos real. Pero no por ello debí asumir una perspectiva solemne, o hacer que las chicas se lo tomen demasiado en serio”. Con una segunda temporada en camino, Lisa McGee asegura que Derry Girls apuesta a seguir ese recorrido con el mismo ímpetu que ha definido en su debut, demostrando que esa otra mirada existía allí mientras todo ocurría, y que era hora de que salga a la luz. “Quiero que mis chicas sean las que vivieron eso de lo que otros hablaron. Quiero que ahora ellas sean los verdaderos mitos urbanos”.