Cargar la suerte fue muy bien recibido por el público y por la crítica. Incluso aparecieron las comparaciones con Alta Suciedad y Honestidad Brutal. ¿Lo ves emparentado a esos otros momentos musicales que atravesaste, o quizás a alguna otra instancia de tu carrera? 

–Supongo que los discos son como parientes, aunque nunca lo había pensado así… ¡El Salmón fueron quintillizos entonces!... Ocurre con Alta Suciedad, como con Honestidad Brutal, que son discos que no pueden grabarse dos veces. Ahora sería impensable. Son discos insólitos, uno es mi cima estética y el otro es un disco que sigo descubriendo. Honestidad Brutal, como El Salmón, son grabaciones de guerrilla. Ofrecimos la vida.

–¿Resulta complicado alejarse un poco del camino recorrido y conocido para reinventarse una vez más?

–Supongo que lo conocido tampoco ofrece garantías. Esa seguridad es aparente, o consuelo de pocos. Atahualpa Yupanqui le puso palabras al conflicto en su texto “El Destino del Canto”. Volver a andar el camino recorrido no se me presenta como sencillo ni seguro.

–Durante muchos años hubo dentro del rock una sentencia que unía las grandes canciones y la inspiración a las sustancias psicoactivas. Por otro lado, grandes discos nacieron de un estado de “limpieza” completa. Cargar la suerte es un ejemplo de ellos.  ¿Cuál creés que es el estado que más potencia la creatividad? 

–Te costaría creer los límites que rompimos en aquellas grabaciones. Yo, que tampoco puedo recordarlo todo, sigo sorprendido por la potencia extrema de aquellas ingestas que tengo olvidadas. Con las sustancias llegamos al centro de la tierra bajo la brisa de un ventilador. Ahora mismo cultivo la virtud de Baudelaire cuando las horas bajan. Mi universo natural.