Las protestas en las calles de trabajadores que han perdido su trabajo, los ruidazos de vecinos que ya no toleran los aumentos de la electricidad, el agua y el gas, los empresarios pymes que denuncian 50 cierres por día de unidades comerciales o industriales, la caída de salarios, la inflación, la baja en las ventas, la perplejidad ante bancos que baten récord de ganancias mientras que cobran tasas de interés exorbitantes para alejar potenciales clientes antes que atraerlos, son caras de una economía que se expone, que se vive todos los días y, sin embargo, está fuera del registro del discurso de Macri. De quienes se lo elaboraron, “el equipo”, y de quien lo leyó, el presidente de la Nación, que sin embargo lo terminó gritando “estamos acá para hacernos cargo” de una realidad que, justamente, acababa de dejar de lado en sus palabras.

Centremos el análisis en el capítulo de su pieza oratoria dedicado a la pobreza. Repasemos sus dichos. “‘Pobreza cero’ es un horizonte, es lo que nos guía, el rumbo hacia dónde vamos. Y, lo primero que hicimos fue poner la verdad sobre la mesa. La pobreza no desaparece porque se deje de medir. Recuperamos el Indec y volvimos a ver la realidad: teníamos una pobreza del 32,2 por ciento”, dijo el mandatario ante la Asamblea Legislativa. Una factura para el gobierno anterior, que había dejado de medir la pobreza en el último año con argumentos poco convincentes. Mala suya. El gobierno macrista retomó la medición, pero luego de una gran devaluación del peso y un impacto inflacionario que se registró, ya desde el momento en que la alianza de derecha se veía como futuro gobierno. Fueron los meses más duros de inflación (entre diciembre de 2015 y abril de 2016), que arrojaron el resultado del 32,2 por ciento. Estimando una incidencia de cinco a siete puntos del golpe inflacionario sobre la pobreza, el gobierno de Cristina Kirchner puede haber terminado con una cifra del 25 al 27 por ciento (mal resultado tras doce años de gestión), que Cambiemos elevó al 32,2 por ciento con su corrección cambiaria y redistribución a través de cambios en los precios relativos de la economía. A cada uno lo suyo.

Macri siguió diciendo en su discurso: “Pero ni siquiera ese dato era real. Reflejaba una realidad que había sido maquillada, manipulada, con una inflación contenida por cepos y prohibiciones, con tarifas irreales, con un Estado que despilfarraba recursos para hacernos creer que podíamos vivir en una realidad que no era, como si los problemas desaparecieran al no prestarles atención”. Epa, epa. Que alguien le explique al Presidente que ese dato del 32,2 corresponde a la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) de los meses de abril y mayo de 2016, hechas por el equipo del Indec comandado por Jorge Todesca, que este mismo funcionario del gobierno de Macri presentó el 28 de septiembre de ese mismo año. Es decir, que si el kirchnerismo “maquillaba, manipulaba” la realidad con “cepos, prohibiciones y tarifas irreales”, eso se hubiera reflejado en la pobreza del 25 al 27 por ciento de fines de 2015, que no se midió ni se informó. La del 32,2 ya es del gobierno de Macri, medida por funcionarios del mismo gobierno, post devaluación y post shock inflacionario. Si “ni siquiera ese dato era real”, que le avisen al primer mandatario que está poniendo en duda la palabra de Todesca. Mala suya, Presidente.

“Desde el primer momento, les dije que mi objetivo era reducir la pobreza. Y les pedí que mi mandato fuese evaluado según cómo avanzamos en el cumplimiento de este objetivo”, enfatizó además Macri, quien en su discurso admitió que la pobreza ya ha vuelto a aquellos niveles del 32 por ciento de abril/mayo de 2016. Considerando la evolución de la inflación, del salario y del empleo dada por las actuales condiciones, que según surge del propio discurso no cambiarán (se acentúa la misma política), podría arriesgarse que Cambiemos terminará su actual mandato con una pobreza cercana o superior al 35 por ciento, 8 a 10 puntos por encima de la que recibió.

La lógica reiterada de este gobierno es que a lo que no se logró, le deberán buscar las causas afuera. Ayer, Macri lo volvió a hacer. Dijo, por un lado, que “desde el momento en que empezamos a medir la pobreza, comenzamos a ver una tendencia a la baja durante dos años seguidos en los cuales casi dos millones de argentinos pudieron superarla”. Pero en 2018 pasaron cosas. “Cuando empezábamos a crecer y a asomar la cabeza como país, tuvimos tres shocks imprevistos: la salida de capitales de mercados emergentes, la sequía que afectó como nunca en 50 años al campo argentino, y la causa de los cuadernos. Todo nos agarró a mitad de camino”. La arbitrariedad del argumento es evidente –y se analiza en otras páginas de esta edición–, así como la “ajenidad” de las responsabilidades, pero hurguemos en la propia gestión del gobierno en la materia.

Las cámaras de la transmisión oficial del acto buscaban permanentemente a Carolina Stanley, ministra de Desarrollo Social, a la que en los bunkers del PRO se la baraja como probable candidata a un cargo electivo de importancia. De ella depende el plan o Programa Pobreza Cero, que de la mano del Plan Nacional de Protección Social son los instrumentos con los que el gobierno de Macri interviene activamente en los núcleos de población  más vulnerables. Las herramientas principales de este plan es la distribución de una “tarjeta alimentaria”, con la que cada familia a la que se le asigna cuenta con un saldo mensual para hacer sus compras de alimentos. Y decimos “compras” y no “para cubrir sus necesidades alimentarias” porque el valor asignado pone en duda que puedan alcanzar tal objetivo: 2300 pesos mensuales. Es decir, funciona más como vehículo para “ascender” de la indigencia a la pobreza, pero no más que eso. La distribución de estas tarjetas, en una cantidad bastante limitada, se ha concentrado principalmente en las provincias del NOA y el NEA, y su implementación, en muchos casos, recurre al método tan denostado cuando es usado por los gobiernos populares: se reparten a través de la intervención de los “punteros locales”. De allí al “uso político de la pobreza”, que ayer el Presidente denostó, hay un solo paso, que habrá que verificar si no se está dando. Otro dato preocupante que se podrá chequear cuando se conozcan las cifras definitivas y desagregadas de la ejecución presupuestaria del año 2018, es cuánto se subejecutó de la partida para el Programa Pobreza Cero. Algunos hablan de una cifra superior al 50 por ciento. ¿Justo en el año que más creció la pobreza?

Si la pobreza, como otros problemas estructurales graves de la economía, se espera resolver por vía de bajar el déficit fiscal y así confiar en que se va a reducir la inflación, vamos por mal camino. Es lo que manda el FMI, es el plan que este gobierno obedientemente tratará de ejecutar en los meses que le quedan de mandato, y que ayer el presidente de la Nación ratificó, aunque sin nombrar al organismo mandante. Más ajuste, es el mensaje. El gobierno aspira a reencontrarse con el panorama económico local que creía tener a principios de 2018, cuando a criterio de Macri el gobierno estaba consiguiendo “un resultado exitoso” en su política económica. Es decir, una economía con menos consumo, salarios en baja, una industria nacional en retirada, comercios sin compradores, pero orientado hacia “un futuro mejor después de haber sembrado las bases”. Futuro del que todos aquellos sectores estarían excluidos. Pero la vulnerabilidad externa frente a los capitales especulativos dejó la crisis a cielo abierto. Lo que se había sembrado es más pobreza, destrucción del empleo y el aparato productivo. Pero esta parte de la historia no entra en el relato oficial.