El primer ascenso es devastador. A pocos minutos de haber empezado la caminata, los pensamientos comienzan a desatarse: “No voy a poder”, “el peso es demasiado”, “así no voy a llegar nunca”. Una subida casi ininterrumpida de media hora es la puerta de entrada al cerro Hielo Azul, y la montaña no tarda en probar el espíritu de los que pretenden adentrarse en ella. Para poder seguir, para atravesar este camino gobernado por paisajes milenarios que exhalan una sabiduría silenciosa, habrá que aprender a detener el pensamiento. O a transformarlo. Convencerse de que cada paso vale. Repetirlo como un mantra y olvidar todo lo demás. Todavía faltan seis horas, haciendo un buen tiempo, para alcanzar el primer refugio. 

Ubicada a dieciséis kilómetros de la ciudad de El Bolsón, en la provincia de Río Negro, la comunidad vecinal Doña Rosa –junto a la Chacra Wharton– funciona como uno de los dos accesos al Área Natural Protegida Río Azul–Lago Escondido, que abarca sesenta mil hectáreas con más de una veintena de cerros, una decena de lagos y lagunas y trece refugios de montaña. Desde Doña Rosa, luego de caminar unos cuarenta minutos bordeando el río Azul y cruzarlo a través de un puente colgante de maderas que crujen a cada paso, el camino hacia la cima del cerro Hielo Azul, donde descansa un inmenso glaciar que alimenta el río, se transforma en el inicio de un viaje impredecible en el que las rutas planificadas se verán alteradas por el clima, los paisajes, la comida y el dinero. 

Habiendo remontado el río Azul, un cartel indica el comienzo del ascenso: “Cargue agua aquí, dos litros por persona. No encontrará más hasta la cima. Respete los horarios y vuelva con su basura. Duración: 7 hs. ¡Buen viaje!”. Un sendero de más de quince kilómetros irá atravesando inmensos bosques de coihues, lengas y cipreses, puentes de troncos blancos apelmazados, pantanos rodeados por las flores amarillas y anaranjadas de la Amancay y la Topa-Topa, pedregales y claros desde donde se observa el valle que separa el camino del cerro Dedo Gordo, en el que se ubican la mayor cantidad de los refugios. Pequeños círculos amarillos y rojos clavados en los árboles se convertirán en nuestros guías. Estar pendiente de ellos será la única manera para evitar perderse entre los caminos abiertos por las vacas que pastan en la montaña, y encontrarlos nos dará siempre un nuevo impulso para seguir caminando. 

La pequeña laguna a los pies del glaciar Hielo Azul, cuando el cielo empieza a volverse gris de lluvia.

CIELO O INFIERNO “Esto es un paraíso, pero también puede convertirse en un infierno”, dice Lucía Saquero, que junto a su familia administra el refugio Hielo Azul –ubicado a 1350 metros sobre el nivel del mar– desde hace diecisiete años. “Acá mucha gente quedó atrapada de noche en los bosques por no respetar los horarios de salida, y llegamos a tener casos de muerte por hipotermia. Pero si uno escucha a la montaña y la respeta, puede volver con una nueva mirada sobre sí mismo, una mirada mucho más profunda”. Una vez alcanzado el refugio, conformado por un amplio salón de mesas y bancos hechos de troncos, y que puede albergar hasta cuarenta personas en un segundo piso repleto de colchones, el cansancio se impone y el cuerpo pide una tregua.

Haber alcanzado el refugio despierta una irremediable sensación de bienestar. Luego de quince kilómetros transitados en soledad, el contacto humano se vuelve revitalizador. Aunque por momentos también complicado. El hecho de atravesar situaciones desconocidas a lo largo del camino, o de mantenerse muchos días dentro del refugio, va haciendo mella en el humor y los nervios. Y en los refugios, cualquier conflicto debe ser resuelto en la altura inexpugnable de la montaña. La policía, a caballo, tarda al menos un día en llegar hasta allí. “No son tantos los problemas, pero los hemos tenido y hay que solucionarlos. Incluso entre los refugieros, muchos han hecho de esto un comercio cuando en realidad es un servicio”, explica Lucía, quien durante las temporadas de trabajo cría a sus dos hijas en el refugio. “Si hay algo que aprendí de estas montañas es la necesidad de hablar todo, de que las palabras aparezcan antes que los conflictos”. 

Comienzo del ascenso desde la comunidad Doña Rosa hacia el Hielo Azul, atravesando primero un puente colgante

PRUEBA DE HIELO Al día siguiente, lo que espera es el ascenso hacia la base del glaciar Hielo Azul (1700 msnm). Dos horas de caminata sobre una pendiente repleta de piedras hacen falta para poder observarlo y ver cómo su cuerpo inmenso se confunde con las nubes y el cielo en un blanco casi infinito. Solo durante algunos días soleados, esa mole blanca puede ser escalada con equipo de montaña y la guía de los refugieros. En menos de diez minutos, las nubes comienzan a oscurecerse y el cielo se vuelve de un gris húmedo que va absorbiendo el glaciar y los picos que se esconden detrás de él. La lluvia comienza a apoderarse del lugar y la pequeña laguna formada a los pies del glaciar recrudece su color amarronado, producto de los sedimentos y minerales que se han depositado en ella. El viento helado comienza a tallar pequeños tajos invisibles en la piel, y el frío obliga a retroceder hacia el sendero que lleva de vuelta al refugio. 

Al descender de ese paraje inquebrantable, comienza a hacerse valer la comida que uno haya podido cargar desde el comienzo. Cada plato que se prepara en los refugios ronda los $ 300, que sumados a la estadía –que oscila entre $ 300 y $ 350 por persona– serán un factor importante para determinar el tiempo que podamos hacer base en ellos. Durante el verano, el refugio Hielo Azul suele hospedar a casi cien personas por día, que se dividen entre aquellos que duermen en el segundo piso y las carpas que lo van rodeando. Puertas adentro, el salón se ordena alrededor de una salamandra sobre la que se seca la ropa y se hierven las pavas. Pero a pesar de la tranquilidad que se siente al acercarse al calor de la leña y de lo majestuoso del paisaje, algo comienza a inquietarse a medida que pasan las horas, y una sensación al principio difusa se va comprendiendo: en la montaña no es posible permanecer demasiado tiempo en un mismo lugar. La necesidad de estar en movimiento se hace cada vez más presente a medida que uno se va adentrando en ella. 

Desde el refugio Hielo Azul, es posible descender nuevamente hacia Doña Rosa o continuar por el sendero que lo une al cerro Dedo Gordo, y que tiene una parada casi obligada: el refugio Natación (1450 msnm). Para llegar hasta allí, un camino de dos horas asciende por una pendiente pronunciada entre árboles que crecen en forma de ele, doblados por el viento y cuyas raíces se van atando a las piedras y a los tallos caídos. Ubicado sobre la orilla de la laguna Natación, cuyas aguas calmas la asemejan a una gigantesca pileta de un verde esmeralda, se encuentra el refugio Natación. A pesar de ser una de las construcciones más precarias del cerro –ya que hace diez años debió ser reconstruido tras una avalancha– el refugio esconde una de los espectáculos más inesperados del viaje. Luego de un día de lluvias intensas, que obligan a permanecer allí, y de una noche de vientos incesantes, el amanecer deja al descubierto que afuera, el paisaje ha sido trastocado por completo: en pocas horas, todo ha sido cubierto por la nieve. 

Los refugieros indican que es el mejor momento para conocer el Anfiteatro. Luego de atravesar un bosque de cipreses, se abre un gigantesco claro que finaliza en un paredón imponente de montañas oscuras y pulidas que dan forma a una suerte de teatro recóndito edificado por la naturaleza. Allí, la nieve va pintando cuadros a su antojo, mostrando un escenario de blancos y marrones que se desdibujan y toman nuevas formas a cada momento. El frío va obligando lentamente a volver al refugio. Una vez adentro, la sensación de que el tiempo se ha detenido vuelve a operar en el cuerpo. Arriba de las montañas, en esos reductos de madera donde se sirven tortas fritas, chocolate caliente, pizzas y cerveza y las personas se vuelven íntimas luego de algunos minutos de charla, el tiempo parece dejar de moverse. Desde octubre a mayo, mientras permanecen abiertos a los viajeros, la Navidad, el fin de año, los feriados y los días laborales se vuelven solo días de montaña. Y la montaña tiene una sola exigencia para los viajeros: descansar y seguir camino.

El Cajón del Azul, donde dos colosales paredones de piedra grisácea encajonan el río en su descenso.

LA MONTAÑA SAGRADA La siguiente parada camino al cerro Dedo Gordo, luego de unas seis horas de caminata descendiendo por la ladera del cerro Hielo Azul, será el refugio del Cajón del Azul. El camino penetrará en bosques frondosos donde el silbido de los árboles será el único sonido que le disputará el ambiente al canto de los pájaros carpinteros, que por momentos acompañarán la caminata dando saltos entre las altísimas copas que ocultan el cielo. Unos 600 metros antes de alcanzar el refugio, dos colosales paredones de piedra grisácea encajonan el río Azul en su descenso desde la cima de los cerros. El incesante ruido del río golpeando la piedra se impone allí, y es posible descender hasta ese encuentro a través de un camino sinuoso de piedras y matorrales, para sumergirse por unos minutos en el sonido estremecedor que produce su choque. 

Dentro del refugio del Cajón Azul, uno de los más confortables y caros de la montaña, el contacto con la ciudad parece ir acercándose. Un amplio salón de madera y sillas de plástico agrupa mesas largas donde los gritos de bromas y festejos se vuelven parte del ambiente. Por las noches, en el camping ubicado detrás del refugio, los fogones y las canciones se escuchan hasta bien entrada la medianoche. Desde el Cajón del Azul, se abre la posibilidad de descender hacia Wharton o de continuar el ascenso sobre el cerro Dedo Gordo. Para los que siguen camino, esperan los refugios Retamal y Horquetas. Para los que deciden ir aún más lejos, otras siete horas de caminata los separan del refugio Los Laguitos, casi en la frontera con Chile. 

A dos kilómetros del Cajón del Azul, una vez alcanzado el refugio Retamal, construido sobre una pradera que reposa detrás de la montaña, se abre un camino cuya vegetación se va haciendo tan verde y frondosa que por momentos parece que la montaña se ha convertido en una selva tropical. Ascendiendo por ese sendero, se llega a la cima de a una montaña que se erige en el centro del valle que separa los cerros Hielo Azul y Dedo Gordo: el Paso de los Vientos. Allí, el rugido del viento se llevará las voces hacia lo más inexpugnable del valle. En silencio, uno puede intentar dejarse caer para que por momentos ese mismo viento sea el que sostenga el cuerpo y lo mantenga de pie. Pero esa fuerza no puede resistirse demasiado tiempo. El mensaje de que allí no es uno el que decide la estadía vuelve a hacerse claro, una regla que no es posible infringir sin poner en riesgo la propia vida. 

Al regreso, luego de haber estado casi una semana en la montaña, es tiempo de descender. Camino a Wharton desde el Cajón del Azul, se abre la posibilidad de hacer el trayecto a caballo. Para los que continúan a pie, quedarán por conocer los refugios La Tronconada y La Playita, dos espacios a la vera del río Azul que sirven también para tomar un descanso en el camino hacia la base. Las canciones de Bob Marley y de The Rolling Stones que se escuchan allí dentro vuelven a establecer una conexión con la ciudad, que por momentos parece entrar en cortocircuito. 

A lo largo del viaje, cada sendero transitando ha dejado una sensación inequívoca de que uno ha sido presa de una calma que exige revisar la propia vida. La velocidad de la ciudad se siente con violencia apenas uno alcanza el diminuto centro comercial de El Bolsón. El hecho de haber vivido, al menos unos días, con el único objetivo de continuar camino y observar los mensajes ocultos que reposan en la montaña, dejará una huella interior. Una huella que será posible seguir para abrir las puertas a un nuevo viaje. Uno que permita alcanzar, como la llaman los refugieros, esa “montaña sagrada” que solo crece dentro de uno mismo.

Descenso desde el Cajón del Azul hacia Wharton, al final del recorrido.

DATOS ÚTILES

  • Una vez que se arriba a la ciudad de El Bolsón, registrarse en la Oficina de Montaña. Allí se entregarán mapas y guías y se tomarán los datos personales para controlar la estadía en la montaña. (www.turismoelbolson.gob.ar/refugios-de-montana.html)
  • En caso de viajar en auto, es necesario dejarlo en la comunidad vecinal Doña Rosa ($ 80 por día) o en la chacra Wharton (a colaboración).
  • Respetar los horarios indicados para comenzar los ascensos y descensos en la montaña. 
  • No llevar peso de más en la mochila: de siete a ocho kilos en total.
  • Calcular las raciones diarias de comida: preferentemente cargar legumbres, arroz, frutas secas y pequeños frasquitos de sal y aceite. Algunos refugios proveen verdura y frutas frescas.
  • Todos los refugios proveen utensilios de cocina para los que duerman en ellos. En caso de dormir en carpa, es necesario llevarlos uno mismo. 
  • Elementos imprescindibles para la montaña: botiquín, cantimplora, cortaplumas, bolsa para residuos, linterna, ropa seca, bolsa de dormir de montaña (500 gr.), zapatillas resistentes y buen abrigo.