Cuando Secreto en la montaña, basada en su relato “Brokeback Mountain”, recibió solo 3 premios sobre 8 nominaciones y no ganó el Oscar a la mejor película en 2005, Annie Proulx escribió una carta en The Guardian acusando a los miembros de la Academia de homofóbicos. Con premio o sin él, lo cierto es que aquella historia de amor entre dos campesinos del oeste de los Estados Unidos, dio la vuelta al mundo y armó una revolución. Dicho esto, no sorprende que ahora Proulx a sus 81 años irrumpa con El bosque infinito, una novela de 840 páginas y diez años de trabajo que condensan cuatro siglos desde 1693 a la actualidad. Con foco en las consecuencias de la colonización europea sobre Canadá y los Estados Unidos, la novela sigue a pie juntillas la historia de las familias descendientes de dos jóvenes franceses, René Sel y Charles Duquet que llegan a Canadá para trabajar en la tala de árboles al servicio de Monsieur Trépagny, un colono déspota y usurpador. Pero las vidas de René y Charles tomarán rumbos diferentes. Cuando Trépagny intenta sacarle una muela infectada a golpes de cuchillo, Charles huye a través del bosque donde no solo logra sobrevivir, sino que luego de cambiar su apellido por Duke, se convierte en un astuto comerciante de pieles y maderas iniciando una gran dinastía de madereros que terminará siendo la multinacional Duke&Sons en el siglo XXI. 

Por el contrario, René trabaja duro para Trépagny –que planea deforestar toda Nueva Francia (Canadá en el siglo XVII)– con la ilusión de que su patrón le ceda las tierras que le prometió. Eso nunca sucede y además Trépagny lo obliga a unirse con Mari, su concubina india mi’kmaq, para que él pueda casarse con una aristócrata francesa y hacerse noble. La unión de René con Mari, dará una descendencia mestiza que acabará cruzándose en algún punto de los árboles genealógicos (por cierto, muy bien detallados en un Anexo al final del libro) con los los Duquet o Duke, descendientes de Charles.

La saga familiar entreteje aventuras con conflictos íntimos y bellamente tratados, sobre un escenario tan vasto y revelador como dotado de actualidad: la deforestación de los bosques naturales en América y sus intereses económicos. Proulx impacta con detalles dignos del mejor historiador, a la vez que lo hace de manera exquisitamente literaria. Narra el mecanismo de destrucción de los bosques y en paralelo, el crecimiento de los mercados naval y terrestre en sus múltiples derivados: el comercio de madera, pieles, especias y hasta plantas medicinales. 

Claro que semejante avance desbocado del hombre sobre la naturaleza no podría hacerse sin el dominio del blanco sobre el indio. Y en esto también Proulx va al detalle. Los gobernantes europeos responsables de la colonización, deciden sobre el futuro de poblaciones nativas que ni siquiera conocen, quedándose por la fuerza con sus tierras mientras van minando su cultura y su forma de vida. “Lo único que les importa es qué pueden extraer de la colonia para meterlo en su caja fuerte”, se oye decir a un colono detractor. A veces por la fuerza, otras por el mestizaje, el blanco va corrompiéndolo todo y se sirve del indígena para lo que no está dispuesto a hacer: pelear contra los ingleses (con los que Francia disputa tierras) adentrarse en la impenetrabilidad del bosque, cazar, transportar troncos, tender redes de ferrocarriles y abrir caminos. “Los indios sufren. Tienen sentimientos. Aman su tierra que nosotros le estamos arrebatando, aman a sus hijos que nosotros estamos corrompiendo con nuestras mercancías y nuestras imposiciones. Esta es su tierra, donde incontables generaciones han vivido en paz. A diferencia de nosotros, no llevan una vida ordenada. Su tiempo se acomoda a los ciclos de abundancia de animales, fruta y pescado; a las temporadas de caza y la maduración de las bayas. Consideran a los árboles como sus iguales. A veces tengo la impresión de que son ellos quienes me enseñan a mí”, cuenta en una carta un colono a su hermana que está en Europa. El indio es ahora el nuevo esclavo europeo.

Nada sobre lo que no se haya escrito. Sin embargo, el  hallazgo de Proulx no radica solo en el detalle histórico sino en el literario: contar a partir de situaciones cotidianas y personajes tan bien trazados, que en medio de semejante multiplicidad, el lector puede identificarlos y gozar de ellos. Las historias de cada uno funcionan como relatos dentro de la estructura mayor.  

Avanzado los siglos, cuando los países colonizados logran independizarse de las potencias europeas, necesitan recursos y las grandes empresas ven su oportunidad de salvación el unirse a “la gran conflagración mundial”. Ahora el saqueo será patrimonio de las grandes corporaciones. Ahora bien, en el desasosiego la reparación surge desde aquel único punto de cruce de ambas familias. De la unión entre las líneas Sel y Duquet nacerá Lavinia, una mujer de una fuerza arrolladora que ocupará 200 páginas del libro de Proulx. El único hijo que tendrá Lavinia será Charley Duke, heredero de Duke&Sons pero también heredero de la rebeldía y lucidez de su madre. Será el primero en romper los mandatos negándose a estudiar ingeniería forestal como se espera de él, y ponerse al frente del nuevo objetivo de la empresa familiar: devastar bosques naturales de secuoyas de dos mil años y única madera capaz de sobrevivir al fuego. Charley renuncia a la fortuna familiar, se recluye en el Amazonas y pasa el resto de su vida relevando especies en esos bosques naturales únicos en la tierra e inaccesibles a la depredación del hombre.  

Annie Proulx publicó su primer libro de cuentos Canciones del corazón (1988), a los 52 años. Se había dedicado por años al periodismo y había estudiado historia. Creció en contacto con la naturaleza y vivió en pueblos rurales que son el escenario casi excluyente de sus historias. Antes de mudarse al interior de Washington donde reside actualmente, tuvo una granja en Wyoming donde vivió sola luego de pasar por cuatro matrimonios y criar a cuatro hijos. Allí tenía paneles solares, plantaciones y un invernadero.  

Que quede claro que lo que se cuenta en El bosque infinito es mucho más que el exterminio de los recursos naturales: es una radiografía de la necesidad de los humanos por someter y destruir, no como impulso natural sino como objetivo. De una actualidad arrolladora, tan entretenido como instructivo, el libro de Proulx forma conciencia más allá de que su meta sea literaria. 

Hoy entre tanta noticia licuada de los medios de comunicación, con un tratamiento casi nulo de la última violenta represión a los mapuches por el reclamo de sus tierras en nuestro país, un libro así es la salvación misma. Proulx sedimenta la idea de que la conciencia no se crea “manteniéndose informados”, sino entendiendo de dónde venimos. Y eso, solo es posible a través de los libros que dejan de manifiesto cómo los ciclos de la historia se repiten. Cómo los poderosos, su soberbia y brutalidad son los motores del desarrollo y el progreso. Ya lo dice el desheredado Charley, antes de morir: “El género humano evoluciona hacia una nueva especie aterradora, y lamento formar parte de él”.

El bosque infinito Annie. Proulx Tusquets 840 páginas