Sería muy agradable que alguien le acercara un buen psicoanalista al actual gobierno porteño, para que haga una sesión de grupo. Colectivamente, muestran una necesidad de llamar la atención de difícil pronóstico, que se expresa en una pulsión por pintar todo lo pintable de amarillo, el color más visible del espectro. Pues resulta que algún genio de la gestión pública ahora decidió que las escuelas deben mostrar su identidad con una fuerte capa de color verde en su tono más loro. Las fotos muestran el resultado, que es horroroso en una escuela de arquitectura olvidable y un pecado de leso patrimonio en una fachada de piedra París. ¿Quién puede moderar a esta gente?