Gustavo Garzón está en una etapa de genuina plenitud profesional: sube todas las semanas a un escenario del teatro comercial (Rotos de amor, en el Picadilly) y en abril retoma una obra del circuito independiente (Doscientos golpes de jamón serrano, en Chacarerean Teatre), mientras que este jueves estrena en el Gaumont Down para arriba, su segundo largo, después de Por un tiempo. En este caso, se trata de un documental en el que participan sus hijos mellizos y varios chicos con capacidades diferentes. El actor centraliza el film en la escuela de teatro de Juan Laso, en el barrio de Palermo, donde los alumnos llegan a su clase de teatro. El grupo, “Sin drama de Down”, funciona desde el año 2008 y está integrado en su totalidad por personas con síndrome de Down de edades que oscilan entre los veinticinco y cincuenta años. El objetivo de Juan es preparar a sus alumnos para la actuación y que puedan llegar a desenvolverse profesionalmente. La voz en off de Garzón guía este documental tan íntimo como personal. En las clases, a los jóvenes se les propone filmar un cortometraje de unos veinte minutos de duración, cuyo guión surja de las mismas temáticas y conflictos que se plantean dentro del grupo. Allí se muestra el minucioso seguimiento de todo el proceso: su construcción, la elección de los temas y la trama, los ensayos y la filmación propiamente dicha.

Garzón comienza señalando la incertidumbre que le generó el nacimiento de sus mellizos, algo que entiende que sólo fue por desconocimiento, “absolutamente, por ignorancia, no hay otra palabra”, reconoce. Es que cuando se produjeron los nacimientos de sus dos hijos con síndrome de Down, Garzón estaba desconcertado. “Sabía que nada bueno me había pasado porque me daban todos el pésame. Nadie me felicitaba y había tenido dos hijos. Y escuché cosas que me asustaron y me preocuparon”, completa el actor. Si el conocimiento de vivir es un aprendizaje constante, nada mejor que Garzón para corroborarlo: su documental deja traslucir el amor que siente por sus hijos y la necesidad de tenerlos cerca todos los días que siempre les demuestra 

Una escena de Down para arriba, el nuevo largometraje como director de Gustavo Garzón.

–¿Hay un mayor conocimiento social sobre lo que significa el síndrome de Down?

–No, hay una cosa establecida de que tener un hijo con síndrome de Down es que te va a pasar algo malo. Incluso, sin saber mucho por qué, me decían que era “un problema que habría llegado a la vida de uno”. No quiero contar detalles de lo que fueron esos días porque tendría que culpar a algunos profesionales y no quiero hacerlo (respecto de cosas que los mismos profesionales me decían). Primero, que el amor no sabe de capacidades o discapacidades. El amor es el amor. Yo me enamoré de mis hijos apenas nacieron y ese amor lo sigo sosteniendo. Es mutuo, por supuesto. Y como en todo amor, hay momentos luminosos y momentos oscuros. Pero hoy mi vida con ellos es luminosa, los veo felices y estoy satisfecho de lo que pude hacer por ellos todos estos años. Y ellos me dan a cambio, recibo mucho de ellos y aprendo. El contacto con mis hijos es algo que me hace bien, es algo saludable para mi vida. 

–¿Cómo te enteraste de esa escuela de teatro?

–Llegué porque un amigo mío me dijo: “Tengo un amigo que hizo una película con personas con discapacidad y da clases de teatro. Me gustaría que veas la película”. La vi, se llama Sin drama de Down, y la dirigió Juan Laso, con los mismos chicos que actuaron en mi documental. Y me impresionó. Yo buscaba ese nivel de actuación para mis hijos, esa concepción de lo que es la actuación para ellos y no lo encontraba porque en todas las escuelas por las que habían pasado les hacían estudiar textos de memoria o cosas que yo veía que ellos no disfrutaban. No podían potenciarse. Y cuando vi esta producción, me acerqué a Juan, el profesor, y le dije que estaba maravillado por la película y anoté a mis hijos. En realidad, yo quise descubrir su secreto, qué tenía él de diferente a otros profesores de actuación para personas con capacidades diferentes, que es como yo bautizo ahora a ellos. En los últimos meses cambié la idea de discapacidad por la de capacidades diferentes. No es demagógico sino que lo siento así, lo vibro así con ellos. Tienen capacidades realmente diferentes, ni inferiores ni superiores. Y haciendo el documental entendí cómo llegar a esa producción. Y aprendí mucho acerca del Síndrome de Down, cosas que no sabía. Fui bastante reacio a grupos de padres, grupos de autoayuda o asociaciones. Me interioricé bien lo que era el Síndrome de Down compartiendo la intimidad de esas clases. Me ayudó mucho como persona y como padre. 

–¿La idea de trabajar con la improvisación es para trabajar toda esa energía que los chicos llevan y que les ayude a soltarla?

–Trata de conocerlos profundamente: saber qué quieren, qué les gusta, qué desean, qué no les gusta, cómo se expresan. Los conoce mucho. Y, a partir del conocimiento, les crea las bases para la improvisación. Pero las improvisaciones son sobre temas que a ellos les interesa. El no impone temas externos. Y eso es lo más interesante: trabaja con sus necesidades, con sus deseos, con sus gustos, con sus posibilidades y con sus límites. Y eso no lo hacen otros profesores de teatro.

–Algo interesante de las clases es que no se trata solamente de un espacio terapéutico sino también de un lugar donde pueden desplegar sus habilidades artísticas. 

–El los concibe como actores profesionales. Eso me parece muy sensato. Ves una clase que él da para personas con capacidades diferentes y ves una clase normal de actuación y es muy parecido. No baja el nivel de ellos. Los hace subir a su nivel y demuestra cómo cuando se les exige, se los contiene y se les da cariño, ellos pueden más de lo que se cree. Pero más que nada a partir del conocimiento. El sabe perfectamente de cada uno la problemática que tiene, sus obsesiones, sus caprichos. Conoce todo. Con eso trabaja y, a partir de ahí, crea. 

Laport, Soriano, Garzón y Laplace en la nueva puesta de Rotos de amor.

En las tablas

En 2005, Garzón participó en la obra teatral Rotos de amor de Rafael Bruza, junto a Víctor Laplace, Daniel Fanego y Patricio Contreras. Este año vuelve a protagonizarla junto al gran Pepe Soriano, Osvaldo Laport y nuevamente Víctor Laplace en el Teatro Picadilly (Corrientes 1524). Allí, cuatro visitadores médicos amigos son también cuatro enamorados ignorados, no elegidos y frustrados. A uno de ellos lo deja su esposa, que se va con el profesor de tango (Laport), otro es abandonado porque ronca (Laplace), está el que no puede exteriorizar su amor y se dedica a observar todos los días, durante años, a su amada, sin decirle nada y sin confesarle su amor (Garzón). Y el más viejo quedó mudo tras el fallecimiento de su mujer (Soriano). La obra invita a la reflexión sobre los vínculos amorosos, pero contiene alta dosis de humor. “Hice esta versión porque amo esta obra. Me parece que es una joya porque es una obra liviana, inteligente, graciosa, emotiva y de un cierto grado de reflexión y de exposición acerca de lo que es el amor para el hombre. Bastante novedosa. Y es poética, y la poesía no circula en el teatro comercial argentino. La poesía enaltece a las personas. Y ésta es una obra que enaltece al hombre”, explica Garzón sobre su elección. 

–¿Tu personaje es el más soñador?

–Sí, el personaje es una metáfora. En realidad, todos los personajes son metafóricos y poéticos. No creo que exista ninguna persona que se pare ocho años con una flor para ver pasar a una mujer y nunca decirle nada ni animarse a nada y que así esté bien. Me parece que es una expresión poética de lo que un hombre puede hacer para evitar el sentimiento del rechazo. Por las dudas, “¿A ver si me acerco y me dice que no?”, “En cambio así, me quedo con la duda toda la vida”. Son dichos machistas de otra época, pero yo estoy acostumbrado a la época en que el hombre era el que encaraba a la mujer y esta obra es todo lo que los hombres hacen para no sufrir por amor. El sufrimiento de amor en el hombre es desgarrador. No sé en la mujer, no lo experimenté.

–También estuviste y vas a estar en el circuito independiente. ¿Cómo es la experiencia en Doscientos golpes de jamón serrano, la obra que estuviste haciendo con Marina Otero y que retoman en abril en Chacarerean Teatre? 

–Es la experiencia más trascedente de mi vida como artista. Es lo que me devolvió el sentido a estar en un escenario, que un poco lo había perdido. Tiene que ver con un momento de cambio mío muy importante y por suerte lo pude canalizar en ese espectáculo al que le debo muchas alegrías. Marina consiguió un espectáculo diferente que no se parece a nada de nada y yo hago cosas que nunca imaginé que iba a hacer en el escenario: puedo bailar, cantar, muevo el cuerpo, me sacudo, expongo cosas muy íntimas y ella actúa conmigo en la obra. El espectáculo es muy crudo. No es ficción, es todo verdad. Es otra cosa, de otro palo. Nunca lo había experimentado y me animé. Siempre me gustó el biodrama, pero me daba un poco de miedo, vergüenza, pudor. Y gracias a Marina me animé. Se debate el tema de las distintas maneras de relacionarse con el arte. Ella, una chica del undeground, una bailarina irreverente, agresiva, guarra. Y yo, un actor comercial, bastante clásico. Se juntan para tratar de crear algo ambos. Reproduce lo que fue la realidad: yo la fui a buscar para hacer algo con ella. Y todas las dificultades que nos genera esa construcción, donde los dos buscamos algo que no ocurre.