Guadalupe Gaona no recuerda bien hace cuantos años empezaron a trabajar con Milagros Mumenthaler en la adaptación de su libro Pozo de Aire. En verdad, se corrige Gaona, la idea de hacer algo audiovisual fue de la directora. La intención era hacer un corto que filmaría poco después de estrenar su ópera prima, Abrir puertas y ventanas. Una aproximación sensorial y visual al libro, incluso un poco abstracta, que de a poco se alargó hasta convertirse en un mediometraje, y cuando se quiso acordar tenía un largo entre manos. El proceso de escritura del guión fue largo y atípico; porque en definitiva, cuando se adapta un libro de narrativa, novela o cuento, la transposición resulta a veces más directa o simple. El problema es cuando se adapta un libro como Pozo de aire.          

“Quería explorar los aspectos sensoriales de la imagen”, dice Mumenthaler. “Pensé que la mejor manera de plantear la película y pensarla era siendo muy fiel a esa primera experiencia: el impacto que tuvo la lectura en mi.” Libro objeto, extraña y extrañada yuxtaposición de textos poéticos con imágenes familiares, fotografías sobre recuerdos escamoteados y recreados; el trabajo que la poeta, cineasta y fotógrafa Guadalupe Gaona publicó por la editorial Vox de Bahía Blanca en 2010 es difícil de definir. Un libro en donde se evidencian los huecos que la memoria ejercita y no siempre puede reparar cuando se libra al ejercicio de evocar. Porque en el centro oculto de Pozo de aire está la figura de su padre desaparecido durante la última dictadura cívico militar. El libro de Gaona hace del centro de su relato personal un huracán contenido: las imágenes de su infancia, la relación con su madre, los bosques del sur en sus vacaciones en familia, están teñidas de una extrañeza fantasmática: la presencia y ausencia de su padre.”Cuando uno ve una fotografía piensa en el pasado. La fotografía, en el momento en el que se captura la imagen, forma parte del pasado” dice Gaona, quien también da cursos sobre la historia de la fotografía. “Si la imagen fotográfica es pasado, entonces, me interesaba ver ese pasado en movimiento. Porque el cine es imagen en tiempo presente. Poner al fantasma en movimiento”.

La adaptación de Mumenthaler reproduce al mismo tiempo que interpreta ese desafío. Por un lado, se enfrenta con la dificultad de poner en imágenes un libro que no tiene una línea narrativa concreta a pesar de estar compuesto por imágenes; por el otro se hace cargo de una historia ajena sin caer en la solemnidad ni la concesión previa. Interpretada por Carla Crespo, y Rosario Bléfari, La idea de un lago narra la historia de Inés, una chica que intenta,  por medio de diversas fotografías, hacer un libro sobre su padre y su infancia. El relato cruza las imágenes del pasado con el tiempo presente. La relación cálida y por momentos tensa entre madre e hija, se van trenzando con algunos pasajes sensoriales, oníricos, que Inés, de chica, proyecta sobre su padre ausente. Para Mumenthaler, sin embargo, las secuencias “surrealistas” tienen un componente real, un sustrato documental: Gaona abrió las puertas de su historia familiar, reprodujo el efecto fantasmal que tuvo la desaparición de su padre en el núcleo familiar; abrió las puertas de la casa de su abuelo en Villa la Angostura donde la película fue filmada. Se usaron muchos de los mismos objetos (un bote, sábanas, camas, ropa) y se reprodujeron posiciones y encuadres tomados directamente de las fotografías del libro, para plantear ese leve deslizamiento entre memoria y ficción. “Ciertos cruces me resultan interesantes: no hacer una mera adaptación del texto sino intervenir y poner algo de mi  propio mundo a la hora de ficcionalizar” señala la directora, que para reconstruir los lapsos de la memoria empleó diversos formatos cinematográficos, desde el Super 8 hasta el 35 mm.

“Uno nunca tiene una imagen terminada de lo que pasó”, dice Gaona. “La única fotografía que tengo con mi padre en el lago es muy contundente. Miro esa fotografía y los contornos son para mi un misterio. Mi padre desapareció cuando yo era muy chica, y lo que guardo son versiones, distintas historias de mis familiares, que en muchos casos son hasta contradictorias, por eso, para mi, la fotografía que guardo de él es  un documento”. Gaona tardó mucho tiempo en mirar la versión terminada de la película. Si bien acompañó en el proceso de escritura del guión y participó durante el rodaje haciendo fotografía fija, no estuvo durante la edición e incluso prefirió no verla hasta mucho tiempo después del estreno internacional (en Locarno y en distintos festivales de Europa). “No es fácil ver todo eso que uno, de algún modo, imaginó. Ver esas fotos convertidas en cine, ver el fantasma de mi padre, no es para nada fácil”.

Tanto el libro de Gaona como la película de Mumenthaler ofrecen una mirada distinta para abordar memoria e Historia, del mismo modo en que lo hizo Félix Bruzzone en los cuentos de 76 o Albertina Carri en su docuficción Los Rubios, y un poco más acá, La larga noche de Francisco Sanctis de Francisco Márquez y Andrea Testa. Es decir: no rendirse ante la mera argumentación narrativa de evocar para tapar las fisuras o llenar las grietas de la memoria en función de armar un relato acabado; sino poner en imágenes esa imposibilidad, e inventar, al mismo tiempo, por medio de sensaciones, climas e impresiones, un poderoso modelo narrativo para repensar los actos reflejos de la Historia que repercuten en las historias íntimas y familiares. En definitiva, la búsqueda de una respuesta a una pregunta siempre latente: cómo hacer para que la memoria personal trascienda a la memoria colectiva.

La idea de un lago se exhibe los sábados a las 18, en Malba Cine.

La reconstrucción para la película