Debo empezar reconociendo que dudé mucho antes de comenzar a escribir esta columna. Muchas veces, discutir algunas cuestiones en la esfera pública no hace más que validar posiciones que no debieran ser validadas.

Sin embargo, soy de los que piensan que si callamos otorgamos. Y que dar los debates por el sentido de las cosas forma parte ineludible de una democracia vigorosa y que debemos, ante el avance de posiciones autoritarias en la región y en nuestro país, defender muchas veces con la palabra.

El pasado 5 de marzo, Darío Lopérfido –ex funcionario de Fernando de la Rúa, Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta– escribió una columna en el diario La Nación titulada “El problema de los corsos porteños” que planteaba, entre otras cosas, lo siguiente: “Hay muchos temas que no se discuten en la ciudad de Buenos Aires, los corsos o carnavales porteños son uno de ellos…[donde] hay dos problemas que debemos atender y resolver en torno a este tema: los innecesarios cortes de calles y los dineros que van para las mafias.”

Lopérfido reconoce en principio “la relación de los corsos con la cultura popular porteña” en un tibio intento de apertura, pero rápidamente comienza a sustentar posiciones que lo muestran tal cual verdaderamente es: una persona “culta” que se vanagloria de su elitismo y desprecia toda manifestación que provenga de los sectores populares de nuestra sociedad.

Los ejes que pone en discusión el ex grupo Sushi son dos: los cortes de calles y el financiamiento público a las murgas. En el primer caso los compara con “piquetes” y en el segundo denuncia que son un modo de financiar mafias y barras de fútbol. 

Más allá de los numerosos errores y falsedades legales que contiene su posición (por citar sólo uno, el financiamiento de los corsos fue sancionado en plena gestión de Fernando de la Rúa, cuando Lopérfido era su secretario de Cultura), de sus dichos pueden desprenderse algunas cuestiones que nos interesa reivindicar: por un lado, la obligación del Estado de solventar y apoyar manifestaciones culturales que excedan lo que algunos consideran “alta cultura”. Los que tenemos un pensamiento popular y democrático sostenemos la convicción que esta distinción entre alta y baja cultura es reaccionaria y, por lo tanto, inculta. Todos: ricos, clases medias y pobres, en una sociedad plural y democrática, tienen derecho a acceder a programaciones culturales que sean de su agrado e interés y nadie es quién -más allá de los gustos personales- para señalar qué cosa es culta y que cosa no lo es. 

Para poner un ejemplo concreto: algunos vecinos disfrutarán más de la programación del Complejo San Martín y otros del retumbar de los bombos de una murga. Es una cuestión de gustos, de elecciones e identidades culturales; el Estado debe garantizar el reconocimiento y la existencia de todas ellas.

En otro pasaje de columna, el ex funcionario de Macri y la Alianza, admite, quizás sin notarlo, la necesidad de un gobierno y un Estado fuertes y potentes, con transparencia y capacidad de control. Si hubiera irregularidades en la administración de los subsidios a los corsos porteños se trata de controlar mejor y listo. A Lopérfido le parece más preocupante que el Gobierno de la Ciudad apoye los corsos a que cierre escuelas nocturnas o habilite permanentes aumentos de subte.

Pero que no nos engañe: no hemos visto a quien hasta hace poco tiempo fuera el director del Teatro Colón hacerse cargo de las numerosísimas irregularidades que allí se sucedieron (y suceden) y que los trabajadores vienen denunciando en soledad. 

Por eso hay que tener en claro esto: lo que le molesta a Lopérfido no es la corrupción. Lo que realmente irrita al ex funcionario macrista es que la gente tenga su identidad cultural, que la disfrute en las calles, que se apropie de lo público por un rato, que construya comunidad en los barrios a través de la música, el juego del carnaval y la danza. Por estas cosas es también que le molesta el monumento a Evita en la 9 de Julio, al que llamó “adefesio”, faltando el respeto de millones de argentinos que se identifican con la Abanderada de los Humildes. 

Lopérfido te jode lo popular, digamos las cosas cómo son, y es una pena, porque esto en verdad lo que muestra es que, escondido detrás de tu supuesto internacionalismo y roce con las más refinadas elites, lo que anida en tu corazón es una profunda e insensible brutalidad. 

* Gestor cultural y dirigente de Seamos Libres.