La falta de dólares es un problema irresuelto de la economía nacional y un escollo que los diferentes gobiernos intentan resolver, cada cual de acuerdo a su receta económica. De hecho, a lo largo de la historia argentina los avances de la industria junto a la consecuente mejora de los estándares de consumo de la sociedad han encontrado en esta problemática su límite de crecimiento. A esta altura pocos dudan de que el problema de la escasez de dólares solo se resuelve si la industria crece y asegura un nivel de competitividad que le garantice exportaciones futuras. 

A contramano del mundo, el gobierno de Mauricio Macri ha encarado desde 2015 un plan económico sin la industria nacional como elemento clave del crecimiento, que lógicamente, agudizó la problemática de escasez de divisas (a lo cual también colaboró con dos medidas centrales: la apertura indiscriminada de las importaciones y desregulación de los plazos para liquidar divisas de exportación). La solución para Cambiemos fue el endeudamiento feroz. 

El fracaso de este plan fue anticipado por muchos industriales que lo denunciamos tres años atrás y hoy está a la vista mostrando su cara más terrible: fábricas cerradas, cientos de miles de despidos, liquidación de activos, salida de inversores productivas, atraso tecnológico, gente en la calle y hambre en la sociedad. Por eso, hoy los argentinos vivimos con la sensación de que el estallido social es una posibilidad latente (su concreción sería lamentable por los resultados y las posibles pérdidas de vidas humanas que ello significa). Cambiemos sabe de esto ya que, si hay una especialidad que han demostrado es la de leer los comportamientos sociales y actuar sobre sus posibles consecuencias. Hoy una de las herramientas de control social utilizadas para evitar un estallido violento es el manejo del tipo de cambio que dispararía otra escalada inflacionaria y traería consecuencias impredecibles en la sociedad que ya no aguanta más aumentos. La suba de la tasa de interés es el freno que ha elegido el Banco Central, ya que orienta a los tomadores de dólares hacia la especulación con las ganancias de los bonos y los aleja de la divisa verde. 

Esta receta al estilo Duran Barba que está aplicando el Banco Central para contener la paz social tiene consecuencias nefastas para la industria y para las pymes nacionales, y puede denominarse como “cepo a la producción”. La suba de tasas de interés a niveles del 60/70 por ciento deja descapitalizados a los sectores productivos: sin crédito para hacer trabajar nuestras máquinas y sin crédito para que nuestros clientes compren lo que fabricamos. Se trata de un verdadero cepo a la producción y al consumo que garantiza la paz social pero somete a nuestras fábricas a la paz del cementerio y a los argentinos al hambre. 

Por último, el cepo productivo tiene un precio y por lo tanto alguien lo tiene que pagar: en el futuro seremos casi todos quienes deberemos enfrentar la enorme deuda tomada por este gobierno; pero en el presente somos los industriales y las pymes quienes ya lo estamos pagando. Estamos liquidando ahorros, activos y desarmando nuestras estructuras fabriles para atravesar este cementerio de consumo y ventas, y este verdadero saqueo de la tasa de interés. Hay una aspiradora de dinero en la economía que se está chupando el patrimonio de los empresarios que tenemos industria e inversiones productivas y que funciona de una forma simple: la dolarización de las tarifas energéticas, la dolarización de las materias primas para la industria y la tasa de interés a niveles irrisorios nos aumentan los costos, pero como no tenemos ventas no podemos trasladar esos aumentos a los precios. El resultado es liquidación patrimonial y transferencia de lo producido (nuestras ganancias) a las empresas energéticas y a los bancos. Esos pocos señores se llevan nuestra plata y la de la mayoría de la población. Mientras que la paz social que necesita la reelección de Macri y que por ahora garantiza el cepo productivo, la pagamos en buena medida, los industriales y los productores de la Argentina.

* Empresario textil. Vice-Presidente de la Cámara Argentina de fabricantes de medias. Dirigente de la Fundación Protejer.