La intimidad de las mujeres es un territorio minado por contradicciones y ambivalencias difíciles de capturar. Delfina Korn explora el alma humana con la mirada y el oído empeñados en dilucidar las acciones y pensamientos de los personajes de Aguas compartidas (Griselda García Editora), excepcional libro de cuentos que presentarán Inés Acevedo y Eduardo Muslip hoy a las 18.30 en Libros del Pasaje (Thames 1762). Una joven llega a Lima para visitar a su mejor amiga, la que le permitió descubrir que nadie sabe pasarla tan bien como los peruanos. El amor a distancia con un paraguayo se acaba cuando se entera de que él está esperando un hijo de otra mujer: “Estaba triste y no lo podía disimular –confiesa esa narradora desbordada por el dolor–. Me sentía sin fuerzas. En un momento empezó a sonar esa cumbia que dice si en una rosa estás tú, si en cada respirar estás tú, cómo te voy a olvidar, cómo te voy a olvidar, y yo sentí un nudo apretado en la garganta de melancolía. Como si todo lo que estaba viviendo fuera ya un recuerdo. Como si me hubiese desdoblado y una versión mía del futuro estuviese recordando ese momento”.

   Korn (Buenos Aires, 3 de enero de 1988) recuerda a su querida maestra, Hebe Uhart (1936-2018), con quien empezó taller literario cuando tenía 18 años. “Hebe decía que un texto es como una planta que una la va regando y la planta crece para donde quiere. No es que uno puede elegir hacia dónde irá. Cuando me surge la necesidad de contar algo, la forma que va tomando no la decido. La novela Decir mi nombre surgió a partir de una pregunta que me hizo un profesor en la facultad: si alguna vez había probado drogas. Yo quería contar una experiencia de cuando había tomado ácido, pero para escribirla tenía que contar toda mi adolescencia. La novela, al final, no incluyó nada del ácido, no tiene que ver con las drogas, pero el disparador fue querer responder una pregunta”, explica la escritora y periodista a PáginaI12 . “Mis cuentos son ‘cuentrónicas’, una  mezcla de cuento y crónica. Pero no crónica periodística, no en el sentido de que sea verdad. Hebe decía que lo que diferencia el cuento de la crónica es un ‘pero’. A veces trato de que haya un pero, aunque me voy por las ramas y se pierde. Por eso me salen ‘cuentrónicas’”. 

–La mayoría de los personajes de Aguas compartidas no tienen miedo al ridículo. Hasta pareciera que no tienen ese concepto incorporado, ¿no?

–No me lo había planteado así, pero ahora que los decís puede ser. Yo tomo a los personajes desde un lugar muy íntimo; pero en la intimidad todos somos un poco ridículos. Creo que son mujeres un poco temerarias, lanzadas, y desde ahí hacen y cuentan también. Es ese fuego que uno tiene adentro y que te mueve hacia las cosas y que a veces te deja en lugares un poco absurdos. Muchas veces cuando uno mira para atrás dice: “¡cómo pude hacer eso!”… El ridículo es algo que se puede leer después, una interpretación que hace uno mismo, pero ¿qué es ser ridículo? No sé… En la intimidad todos podemos tener fisuras. Yo trato de mostrar la fisura, no como el reviente, sino como un modo de entrar al personaje.

–¿Por qué esa intimidad es tan descarnada?

–Esa intimidad es descarnada, pero tiene sus velos, aunque pueda parecer que no tiene límites. Hace poco leí Los mejores días, de Magalí Etchebarne, y uno de los comentarios decía que “muestra todo y sin embargo el misterio permanece”. Yo creo que se puede contar todo y que permanezca el misterio. No necesariamente ser muy descarnado en la escritura es mostrar todo. Yo busco que el misterio del alma humana permanezca en mis cuentos. La vida es muy misteriosa y eso también me mueve a escribir. En esa búsqueda uno trata de hacer como un racconto de todo y sin embargo hay algo que nunca está dicho.

–Las diversas experiencias de las mujeres que protagonizan los cuentos, ¿hasta qué punto están próximas a lo autobiográfico?

–Los cuentos son autobiográficos en el sentido de que trabajo con lo que conozco, con lo que he escuchado, con lo que me cuentan, con lo que me nutro de la realidad. Me costaría escribir sobre algo que no conozco. Hay autores que lo hacen y me parece admirable, pero a mí me cuesta. Yo me siento más cómoda escribiendo sobre lo que conozco. Después ficcionalizo y mezclo mucho. Yo sé que mis cuentos se sienten muy autobiográficos, como si me hubiera pasado lo mismo que se cuenta. Algunos lectores del libro me hicieron comentarios creyendo que algunas experiencias son las que yo atravesé, pero no. Y otras que escribí más propias me preguntaban: ¿quién te contó eso? (risas).

–¿Los cuentos de Aguas compartidas los trabajaste en el taller con Hebe Uhart?

–Sí, casi todos los leyó Hebe, también los trabajé con mi otro profe, Alejandro López, y con José Fraguas. Con Hebe empecé taller a los 18 años, hace un montón. Con ella fui hasta que murió, el año pasado. Hebe tenía esa forma de decir: “¡ya está; volá!”. Pero en nuestro grupo no queríamos soltarla y le pedíamos: “por favor, un año más…”. Se dice que la escritura es una actividad solitaria, pero uno solo no puede escribir; las manos de los otros son muy importantes.