El cambio del panorama financiero es notable entre enero y marzo. El dólar pasó de estar quieto en 38 pesos a aumentar en saltos y ubicarse por arriba de 43. Las acciones bancarias pasaron de registrar ganancias de más del 5 por ciento en un día a anotar caídas de hasta el 10 por ciento. El riesgo país que algunos operadores aseguraban iba a perforar los 400 puntos se encuentra nuevamente camino a 800. La tasa de interés que había bajado a mínimos de 43 por ciento se acerca a 70. La expectativa de inflación de 2019 que empezó siendo 30 por ciento se calcula ahora en 40. 

El mercado no sorprende por estos cambios de humor. No es una novedad. El optimismo del sector privado es volátil y parece poco inteligente dejar la marcha de la economía atada a las expectativas de los inversores. Los economistas hace mucho debaten esta idea. Keynes la ubica en el centro de las conclusiones de la Teoría General: “las decisiones humanas que afectan el futuro, ya sean personales, políticas o económicas, no pueden depender de la expectativa”. Pero en el equipo económico están convencidos que la economía no requiere regulaciones y la tarea clave es generar confianza en el sector privado.

La obsesión por no controlar los flujos de capitales ni aplicar políticas no convencionales para enfrentar el problema de precios obliga a usar estrategias conservadoras (y con eficiencia decreciente). La medida del Banco Central de limitar la emisión monetaria y mantener tasas de interés altas todo lo que haga falta avanza con esta lógica. Pero la autoridad monetaria parece haber entrado en una situación de trampa de la absorción en la que la política monetaria dejó de ser efectiva para contener las subas del dólar. Esta situación a nivel teórico puede pensarse como el opuesto de la trampa de la liquidez (en la que la autoridad monetaria emite pesos pero no consigue reactivar el mercado interno). 

Los hacedores de política económica usan en muchas oportunidades el modelo IS/LM para pensar la macro. El esquema es útil para intentar explicar el punto en el que parece encontrarse la economía local. El modelo puede plantearse en un gráfico cartesiano: en el eje vertical se representa la tasa de interés y en el eje horizontal la actividad económica. Dentro se trazan dos curvas: la IS y la LM. La primera tiene pendiente negativa y representa puntos de equilibrio en el mercado de bienes (la política fiscal tiene capacidad para alterar esta curva). La segunda tiene pendiente positiva y representa puntos de equilibrio en el mercado de dinero (el Central puede modificarla).

El problema en la situación de trampa de liquidez es que la autoridad monetaria no consigue que la expansión de dinero modifique la LM (la traslade hacia la derecha en el gráfico cartesiano). Esto ocurre para cierto rango de nivel de actividad. Los pesos que entrega el Central en este rango no se usan para especular con bonos ni para gastos. La gente decide mantener el dinero como respaldo. La consecuencia es que la mayor oferta de dinero no es efectiva para bajar la tasa de interés e impulsar la producción (por el aumento de la inversión y el consumo). La conclusión es que se requiere de la política fiscal para impulsar la actividad.

La trampa de la absorción podría imaginarse como el opuesto. La política monetaria contractiva –en determinado rango de actividad– no mueve la LM hacia la izquierda. Esto aplicado al caso argentino equivale a que el Central no puede generar toda la recesión que pretende (para revertir la tensión en el mercado cambiario). La autoridad monetaria saca pesos de circulación y la gente no reacciona en consecuencia. La explicación podría ser que las expectativas de inflación son muy elevadas. No existen incentivos para vender activos para recuperar la liquidez de respaldo ni cambiar los gastos.

La idea de la trampa de la absorción puede intentar pasarse de la teoría a la práctica. El argumento no quiere decir que la política de emisión cero de Sandleris no provoca un derrumbe del mercado interno. Pero si que no lo hace en la magnitud que es necesaria para desactivar la inestabilidad del tipo de cambio. No es casualidad que cada vez más economistas de la city aseguren que el déficit fiscal cero no es suficiente y se requieren al menos tres puntos de superávit en el presupuesto. En un paralelo con la trampa de liquidez, en este caso la política fiscal más contractiva termina siendo necesaria para conseguir sacar a la economía de la trampa de la absorción.