“¿Esto es real?”, pregunta David Haller sobre el final del primer episodio de Legion. Duda singular para alguien diagnosticado con esquizofrenia paranoide y que ha pasado gran parte de su vida en manicomios. “Muy real”, le responden al posible mutante mientras vuelan soldados enemigos, el cielo estalla de colores y lo invitan a formar parte de una organización para los de su tipo. Se trata de la última entrega audiovisual surgida de Marvel, muy consciente de no querer ser una más dentro del amplísimo espectro que incluye al cine, la tevé y el on demand. La ficción pertenece a la comarca X-Men y, en búsqueda de su autonomía, presenta una estructura que dista de lo esperable. El estreno de esta producción original de FX, con la venia y cuidado de la casa matriz de comics, será el próximo jueves a las 22 (en total son 13 episodios de una hora de duración y el primero de ellos se emitirá sin cortes comerciales).

Los primeros dos minutos del piloto demuestran cómo se puede describir de manera cabal a un personaje dejando los enigmas en un plano secundario. Mientras suena “Happy Jack”, de The Who, se exhibe el crecimiento de Haller (Dan Stevens) en primerísimo plano: la infancia, el traspaso a una adolescencia compleja –cuando comienza a padecer sus poderes–, sus “alucinaciones” en la adultez y el presente en un hospital psiquiátrico. A los fines prácticos, no se necesita saber nada más sobre quién es este tipo: los marvelitas conocerán muchísimo acerca de sus orígenes y filiaciones, de hecho toda la información sobre su identidad está disponible a un click, pero no hace falta destacar demasiado. Lo que importa es que está considerado un loco y procede como tal. No es el clisé del “demente cuerdo”, ni un líder mesiánico: Haller es un chiflado cuya rutina se remite a comer, tomar calmantes, someterse a sesiones de terapia, ingerir más drogas prescriptas y dormir. Hasta que aparece una chica de la que se enamora (Rachel Keller) y que por un motivo singular no desea ser tocada. 

Al igual que en la infravalorada Awake (serie de la NBC cancelada tras una temporada), hay otra realidad, y tanto el protagonista como el espectador se queman las pestañas tratando de adivinar cuál pertenece al terreno de la imaginación y cuál es la efectiva. En este segundo plano, Haller es examinado por una enigmática corte y se ha elaborado una compleja puesta en escena para hacerle creer que alucina. Así pasa sus horas, anestesiado, en otros momentos lúcido, perseguido por un diablo de ojos amarillos, y también están los instantes en los que despliega una serie de habilidades que van de la telequinesis a la telepatía, sin dejar de mencionar la transmigración de almas. Sí, Haller es un mutante  y puede que su juicio no sea el mejor. 

El showrunner Noah Hawley dejó en claro que Legion no tiene un vínculo directo con lo que ya se vio en cine sobre Wolverine y compañía, donde el mundo sabe de la existencia de los mutantes. “Parte del descubrimiento es descubrir que no está solo”, señaló el realizador que deslumbrara con Fargo. Bryan Singer, productor ejecutivo de esta serie y quien le dio el puntapié a la saga de X-Men en el cine, puntualizó que la ficción está diseñada para ser una cola de ese universo pero que no hay necesidad de etiquetarla, “ya que puede existir por sí misma”. Lo que hay es el viaje iniciático del traumatizado Haller. Y, en ese sentido, la interpretación de Stevens es notable, su desajuste es vívido y acompaña con sus dudas al espectador. “En la mente de David, todos los planos son potencialmente reales o irreales, y él trata casi todo con el mismo nivel de incertidumbre. Puede no serlo, ser algo intermedio, pero todo tiene el potencial de ser real. Nunca sabe muy bien donde está”, planteó el actor reconocido por Downton Abbey.

La serie apela a una desbordante gama de recursos técnicos para representar la locura (angulaciones extravagantes, montajes paralelos, planos secuencias, edición que va del vértigo a la cámara lenta). Cuando todo parece complicarse, el propio protagonista pide una pausa y se pasa a explicarle al espectador el backstage de ese teatro de operaciones. La estética puede aprovechar el videoclip, variar los puntos de vista, mixturar el look brit de los ‘60 con un futurismo discordante. Incluso se da el gusto de intercalar interludios coreográficos (¿quién dijo que los mutantes no pueden bailar?). Asombrosamente, la serie evita el pastiche. Otra de las grandes influencias, puntualizó Hawley, fue Pink Floyd. Suenan pasajes de El lado oscuro de la Luna y la canción no es un “diamante loco” perdido. Cabe agregar que la pregunta del comienzo de esta nota Haller se la hace a su chica, cuyo nombre es nada menos que Syd.