Gracias a Turn Up Charlie, reciente estreno de Netflix, Idris Elba prueba el trono que antes ocuparon Arnold Schwarzenegger, Hulk Hogan, Vin Diesel y Dwayne “The Rock” Johnson. Nada de vencer a un villano, mostrar bíceps mastodónticos o salvar al mundo de un cataclismo inminente: aquí la tarea es la de domar a un infante. La comedia, en el apreciable formato de ocho episodios de media hora, es un nuevo intento en ese subgénero forzado y caprichoso de ubicar a un macho alfa en un contexto lleno de mocos, pañales y berrinches. El protagonista, vale apuntar, no es un rudo héroe de acción sino un músico que anda de malas y tiene que seguirle el ritmo a una niña de 11 años contestadora y malcriada.

Charlie Ayo –como bien dice el título de la ficción– necesita cambiar, pasar de página o, al menos, remixarse. La pegó con un tema pasatista en los 90, se convirtió en un one hit wonder y ahora la rema poniendo canciones en casamientos. Si bien vive de prestado en un cuarto lleno de vinilos, nadie va a quitarle el sueño de volver a la primera plana de la industria. La chance se le presentará con el regreso a Londres de un viejo amigo junto a su esposa. David (JJ Field) y Sara (Piper Perabo) son ricos, famosos y seductores; él una estrella de cine y ella una productora musical con el toque de Midas. La familia se completa con una hija que aparece en escena robándole el consolador a su niñera; entonces, quien ocupará ese lugar es el DJ de capa caída. Siguiendo la máxima de Pappo, el protagonista se estaría buscando un trabajo honesto. Aunque más bien es un contrato que sirve a las dos partes. Charlie ve la remotísima chance de colar algún hit y sus empleadores de seguir en lo suyo sin prestarle la atención que reclama Gaby (Frankie Harvey). La niña es un fastidio andante, tiene respuestas para todo, sabe cómo herir emocionalmente, puede manejar con soltura un soplete y –vaya sorpresa– detesta los unicornios.

“Jesús no se murió para que un tipo de tu edad trabaje cuidando a una nena”, lo reta su tía Lydia (Jocelyn Jee Esien) quien, además, le recomienda a su sobrino que corrija el comportamiento de la pequeña a golpes de cuchara. Este personaje quizá sea el único que despierta risas espontáneas, lo cual presenta un problema para lo que pretende ser una comedia ATP con algunos estiletes de sarcasmo y el fondo de la iconografía londinense. La narrativa, es cierto, no apela al ritual del patetismo propio de estos casos, ni lleva a su protagonista al ridículo extremo. Es como si el relato se conformara con presentar a un perdedor con charme en el momento justo de cambiar de fase. Cabe apuntar que en los últimos episodios –con toda la troupe en un festival en Ibiza– la serie recalcula el tono, deja a Gaby en un lejísimo plano y se acerca al drama personal de un tipo empeñado en dejarse tentar por el diablo.

La pregunta sería... ¿qué necesidad había, Idris? El intérprete se hizo conocido por sus personajes noir, imponentes y siempre carismáticos, como el narcotraficante con aplomo de The Wire, el policía conflictuado de Luther y, por esos motivos, rankea alto para ser el próximo James Bond. “El impulso original detrás de esto era simplemente hacer algo alegre, algo con un poco de ligereza, algo que me saque un poco de mi zona de confort. Entonces, hacer una comedia era eso”, confesó el actor, que también produjo la serie. Un detalle más. Elba dedica parte de su tiempo libre a pinchar discos y este mes se presenta en el festival de Coachella con el nombre de DJ Big Driis. La envidia de su alter ego en esta serie.