Desde la infancia, Anahí Lazzaroni (La Plata, 1957) vivía en la capital de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur. Había llegado al sur del sur antes que ese territorio fuera declarado una provincia argentina. En su primer libro de poemas, Viernes de acrílico, que dio a conocer en 1977 a los veinte años, su escritura bordaba imágenes de la infancia platense con otras de su arribo al “fin del mundo”, durante 1966. Por sus temáticas, la reinvención de los paisajes y el tono meditado y a la vez frágil como un copo de nieve, se la consideró desde el comienzo una poeta patagónica.

“Sin prescindir de la riqueza del universo visual, que traza la mejor arquitectura poética fueguina, la obra de Anahí tiene un oído total –afirma la poeta e investigadora Luciana Mellado–. Los párpados auditivos se abren para leerla, porque sus versos, generalmente breves, reclaman una escucha atenta en su interpelación. Abajo del agua límpida de las grafías, otros signos se oyen, se expanden y se contraen para que irrumpan, se extravíen y encuentren los sentidos.” Mellado, que vive en la ciudad de Comodoro Rivadavia, seleccionó poemas de Lazzaroni para el volumen Patagonia literaria VI. Antología de poesía del sur argentino, que se publicó este año en Alemania, con compilación y selección a cargo de Mellado, y en coedición con Claudia Hammerschmidt.

Hasta inicios de 2019, Lazzaroni y Mellado mantuvieron una extensa correspondencia. “Anahí prefería la poesía argentina, la italiana y la japonesa, pero solo si hallaba, como decía, espontaneidad sin pereza –cuenta Mellado–. Le preocupaba la marginalización que sufría, en los circuitos editoriales y educativos, la poesía en general, y la escrita por los y las poetas de las provincias en particular. Sabía que estaba afuera del canon, y no creo que le importara; pero sí la inquietaban e irritaban las enormes inequidades derivadas de la marginalización geocultural”. Como un misterio que fue circulando entre lectores hasta alcanzar la forma de una admiración ferviente, la poesía de Lazzaroni encontró hogar en editoriales independientes y blogs de poesía. “Señoras y señores poetas: // El insecto que se desliza a ras de tierra/nos ignora.// Los latifundistas también.// Por eso nuestra idea de la poesía/ nunca debe de ser tan grandiosa.// Alcanza/ con que quepa/ en una caja de zapatos/ mediana”, se lee en su poema-consejo “Bajando decibeles”, del libro Alguien lo dijo, de 2017.

“Detrás de esa mirada irónica y en apariencia arisca, había una mujer amable, elocuente, con mucho sentido del humor y de una excentricidad para mí encantadora –dice la poeta Florencia Lobo desde Ushuaia–. Aunque la conocí muy tarde, entablamos una linda relación. Nos mandábamos poemas, en mis visitas me contaba de la época en que podía viajar a Buenos Aires y frecuentar a amigos o veladas poéticas, y siempre me recomendaba a poetas que le gustaban y que lamentaba que se leyeran tan poco en esta época, como Alfredo Veiravé o Elvio Romero.” Con ellos y con muchos otros escritores, Lazzaroni compartía el amor por el lugar de pertenencia.

Carlos J. Aldazábal es el editor de los dos últimos libros de Lazzaroni: El viento sopla, de 2011, y Alguien lo dijo, de 2017. Ambos títulos integran el catálogo de El Suri Porfiado. “Era una presencia poética poderosa y generosa, capaz de dejarse corregir por jóvenes poetas para darles una mano a sus proyectos laborales y para alentarlas y alentarlos en su producción cultural –revela Aldazábal que es, también, poeta–. Tenía una generosidad sin límites. Para Tierra del Fuego, su producción, junto a la de Julio Leite y Niní Bernardello, significa un antes y un después: con ellos empieza la modernidad literaria en la poesía de la isla, en continuidad a toda la estupenda poesía patagónica que se escribió y se sigue escribiendo en esa zona entre mediados del siglo XX y principios del XXI”. Y recuerda que en marzo pasado, pocos días antes de la muerte de Lazzaroni, falleció la poeta salteña Teresa Leonardi Herrán. “Fueron personas que hacían mucho bien a la cultura de sus lugares y a la diversidad poética del país. Quizá por eso sus ausencias nos duelen tanto”. Por fortuna, se puede encontrar consuelo (y maravilla y entusiasmo) en sus obras.