“–¿Alguna vez le dijeron que tiene los ojos de Bella Darvi? Azules como los de Bella Darvi.                                                                                                                        –¿De quién? 

–Bella Darvi, una actriz con un trágico destino, se suicidó en Montecarlo. Era la Marilyn Monroe de los pobres. Bella Darvi –dice (horrorizado por la ignorancia de su interlocutora) Dominique Besnehard tomando champagne y haciendo de sí mismo en una serie francesa. Un día de septiembre de 1971 Bella Darvi abrió las llaves de gas y logró lo que otras veces (en Mónaco en agosto de 1962, en Roquebrune-Cap-Martin en abril de 1966, y en un hotel de Montecarlo en junio de 1968), no había logrado. Cuando la policía la encontró, con la puerta del horno de la cocina abierta, había pasado más de una semana.

El día interminable es aquel en el que terminamos de morir.                                                                       Se llamaba Bayla Wegier, era hija de un panadero y había nacido en Sosnowiec, Polonia, pero la familia se mudó a París cuando Bayla era una nena. Tenía doce años cuando los llevaron a un campo de concentración donde mataron a su hermano mayor. A ella, la liberaron tres años después. Cuando Virginia Fox, la esposa de Darryl F. Zanuck (un productor de la edad dorada de Hollywood) la descubrió –encontró o buscó, que el verbo se acomode a las intenciones–,  dijo que tenía un glamour Bergmaniano (de Ingrid), la llevó a su casa y le cambió el nombre: Bella Darvi, un apellido nuevo y hecho a medida con las primeras letras del nombre de su esposo y del suyo. Bella, que estaba casada con un “rico hombre de negocios”, se divorció y se fue a vivir con Virginia y Darryl quienes pagaron sus deudas de juego y compartieron el sueño de Pigmalión. Un matrimonio de tres,  dos amantes y una esposa, o dos amigas y un esposo, (las versiones cambian según la memoria tácita confiese) duró hasta que Darryl se fue con Bella. Convertida en su protegida, filmó con Richard Widmark El diablo de la aguas turbias, con Kirk Douglas, The Racers,  y lo hubiera hecho con Marlon Brando  en Sinuhé, el egipcio, basada en la novela de Mika Waltari, si Brando no se hubiese ido después de la primera lectura. Dicen que no la soportó pero dijeron que prefirió ser el Napoleón de Desirée, Jean Simmons. Cuentan que fue Jean Simmons (Merit, en Sinuhé) quien se reía de Bella con Brando llamándola “an actress who ‘nefer’ was” (una actriz que nunca fue), valiéndose para la burla del nombre de su personaje, Nefer. La pareja del productor y la actriz que, según la crítica, “no tenía encanto ni magnetismo”, “era solo sexy (...) una gran bola de fuego reluciente”, fue “hipnótica” para Camille Paglia, terminó porque Bella, según Darryl, “se acostaba con demasiadas mujeres”. Que lo hiciera con hombres (la lista era larga, con nombres célebres y casi pública) no parecía haber sido un problema. Mientras que el mundo del chisme pagaba sus cuentas gracias a Bella, ella se casaba con un mozo en Las Vegas y seguía apostando compulsivamente hasta perderlo todo. Unos días antes de morir le había pedido dinero a Zanuck para pagar deudas de juego. Él no se lo dio. Cuando terminaba la década del cincuenta, antes había sido nominada como revelación, un accidente la confinó durante meses a un hogar de ancianos. Se recuperó y volvió a filmar pero ahora, lejos de Hollywood. Por razones de butaca todo parece imborrable y la dama del relato, por tahúra y secundaria, merece un himno en las lenguas que hablaba: polaco, alemán, italiano, inglés y francés. Misa en lenguas para la rebelde de susurro extranjero.