En términos literarios, el plan era arriesgado: debían llevar a Jorge Luis Borges, o a cualquiera de sus personajes, a un universo que no les correspondía. Obligarlos a inmiscuirse en un policial negro. Trazar un recorrido que comience en algún punto de la obra del escritor argentino –o quizás de su propia vida–, y que se adentre en un territorio al que él nunca hubiese querido llegar. El objetivo era rendir homenaje a un hombre que había cultivado uno de los más vastos conocimientos dentro de la literatura policial: el librero y activista cultural español Paco Camarasa. “El año pasado, cuando Paco murió, empezamos a barajar una serie de hipótesis para homenajearlo. Ahí me pregunté qué es lo mejor que tenemos para ofrecer los argentinos en términos literarios. Bueno, lo mejor que tenemos es a Borges. Entonces contemos a Borges en clave negra y criminal, que es la forma en la que Paco había nombrado al género”, explica Kike Ferrari, el escritor argentino a cargo de la edición de Borges, negro y criminal. Un homenaje argentino a Paco Camarasa (Editorial Revólver), la antología de cuentos que se presentará hoy (martes) a las 18 en Dain Usina Cultural (Thames 1905).

“Paco Camarasa venía de la militancia de izquierda. Pensaba la cultura como un evento político y la palabra policial no le caía demasiado bien”, lo define Ferrari, amigo personal de Camarasa, ganador del Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón por su novela Que de lejos parecen moscas”, primera mención en el premio Casa de las Américas en 2009 y finalista del Grand Prix de Littérature Policière de Francia, entre otras distinciones. “Por sobre todas las cosas, Paco era esa persona tan importante como olvidada en la cadena de lectura: el librero que se convierte a la vez en guía, el tipo que te abre mundos a través de los libros”. Esos mundos los disparaba desde Negra y Criminal, su pequeña librería ubicada en los márgenes de Barcelona. Dentro de ese reducto, entre pruebas que eran tomadas para saber si uno era merecedor o no del libro que buscaba, Camarasa fue haciendo crecer un nombre que se convirtió en contraseña para explorar los confines de la literatura policial, y que lo llevó a recibir en 2017 la Medalla de Oro al Mérito Cultural de Barcelona. 

Con el escenario planteado, un grupo de diez escritores argentinos se lanzó a la aventura de teñir de negro alguna de las historias pergeñadas por Borges, y recordar así a Camarasa. Horacio Convertini, Juan Mattio, Liliana Escliar, Raúl Argemí y el propio Ferrari son algunos de ellos. La serie de exquisitos relatos se va armando entonces con incursiones a zonas impensadas para la literatura borgeana, que siempre se mantuvo dentro de las fronteras de la intriga y el enigma. Y cierran, en la contratapa, con una poesía de Juan Sasturain, en donde se lee: “En el plano terrenal / la guadaña fue un fracaso / Dejo constancia del caso: / hubo un librero inmortal”. 

–Si bien la idea de este homenaje está planteada desde el principio, en ninguno de los cuentos hay una referencia clara a qué historia de Borges remiten. ¿Por qué tomaron esa decisión?

–Me daba la sensación de que estaba buenísimo que los lectores de Borges supiésemos de qué hablábamos y los que no, tuvieran que investigar. Odio a los lectores pasivos. Cuando todo se da hecho, me aburre y me molesta. Para eso miro Netflix. Entonces dejamos que la tarea que le toca al lector, la haga el lector. Después de leer los cuentos, pueden salir a buscar de dónde vienen las historias.

–¿Pusiste alguna regla a la hora de pensar en cómo transformar esas historias?

–No, cada uno tenía que encontrarle su propia vuelta. Entiendo a los géneros populares como zonas sin pureza. No tienen prosapia. Estaba bueno que los cuentos estuvieran porosos, percudidos, mezclados con otras tradiciones. La tradición argentina viene de la violencia política y la mixtura de géneros: el Martín Fierro, el Facundo, nadie sabe a qué género pertenecen. La riqueza del género está en la mezcla, en los cruces con la ciencia ficción, el terror, el fantástico, la crónica. Creo que a eso que llamamos “posverdad”, por ejemplo, en donde la ficción percude la realidad, hay que aplicarle el mecanismo a la inversa: encontrar la manera para que la realidad haga porosa a la ficción. 

–Elegiste reformular “La muerte y la brújula”. ¿Qué te atrajo de ese cuento?

–Mi tesis, a instancias de (Ricardo) Piglia, es que ese cuento es el último relato del policial clásico, porque muere la llamada “función detective”. Y porque hay una segunda línea de investigación que no está en el relato, que justamente es la del policial negro, duro. En ese cuento Borges mata a Lonrot, pero también de esa manera mata a Sherlock Holmes, a Dupin, a Poirot, al Padre Brown. Y deja sin escribir la otra posibilidad: la línea del tipo que tortura, que le pega a la gente, que se mete en el barro, en las calles, pero que quizás hubiera evitado el último crimen. En 1942, Borges prefigura que eso es lo que viene dentro de la literatura policial, y como no le interesa, se retira asesinando a su detective. 

–¿Por qué creés que se da esa relación conflictiva entre Borges y el policial negro?

–Hubo una tradición del relato de intriga, que Borges llamaba “el mecanismo de relojería”. A él le gustaba ese policial porque venía a poner orden en un mundo caótico. Era un lugar donde las cosas eran ordenadas, con sentido. Un resabio del iluminismo que no es casual. El género negro nació en 1929 en Estados Unidos, con el crack financiero, el fordismo industrial, la prohibición, el crimen organizado. Llegó cuando la cosa estaba putrefacta. Y Borges se negó a todo eso. Solo aguantaba a John MacDonald, que lo publicaba en el Séptimo Círculo, porque era el menos negro de todos. A Dashiell Hammet, que es el mejor autor del género, lo odiaba. 

–Al momento de trabajar en los cuentos, ¿pesó la sombra que María Kodama puso sobre la obra de Borges a fuerza de juicios?

–A mí me parecería una gran noticia que Kodama se enoje con nosotros y nos haga un juicio (risas). María Kodama es todo lo que está mal: es el gendarme del talento de otro. El ama de llaves, el capataz de la propiedad privada de algo que no se puede privatizar. Cuando Borges sale de la poesía y entra en la narrativa, lo hace con un cuento que se llama “Pierre Menard, autor del Quijote”, que nos trae una noticia: el dueño último de un texto es el lector. El lector reinventa el texto, el lector es la literatura. Y que ella diga que es la heredera de esa obra es lo más antiborgeano que podía pasar. 

–En muchos de los cuentos hay un reclamo encriptado a Borges, en relación al lugar en el que se paró durante la última dictadura militar. ¿Esas cuestiones atentaron finalmente contra su obra? 

–A todos nos cuesta de alguna manera acercarnos a Borges. A nadie le importa abrazar a Arlt. Sus barbaridades son de barrabrava, no de gorila. Borges dijo que Videla era un “caballero”, se sentó a comer con los asesinos, recibió un premio de Pinochet. Es muy difícil quererlo así. Pero también firmó una carta para Madres de Plaza de Mayo cuando nadie se animaba. Hay algo de eso que se cuece en el trasfondo de todo el libro. Creo que tenemos que sortear ese escollo que nos dejó y quererlo igual, porque era un escritor grandioso, de una irreverencia absoluta, con una obra completamente disruptiva. En mi casa no voy a colgar ninguna foto de Borges, pero tengo todos sus libros.