Para el emblemático Lenny Bruce, la receta para influir en la sociedad radicaba en ser grosero, más explícitamente en hablar de manera sucia. Aunque el formato y los tiempos sean otros, Influencers (estreno de la semana pasada de UN3TV) llega a una conclusión que no dista tanto de la del standapero estadounidense. Esta webserie, prototípica en sus duración y hechura (el más largo de los siete episodios dura diez minutos), quiere mostrar la versión más destructiva de los personajes que pululan y brillan en las redes sociales.

Hay una historia, o una InstaStory, para ser más correctos. Samantha (Silvia Labate) es una de esas criaturas obsesionadas por la fama instantánea y con un talento inusual para generar seguidores con sus publicaciones, que se hacen llamar Samanthics. Su libro Yo, vos y yo generarían la envidia de Calu Rivero por la cantidad de ventas. La contracara es Ramona (Paula Baldini), una estudiante universitaria depre que se viste con ropa de segunda mano y cuyo regodeo con el patetismo la podría transformar en estrella de las redes. La grey se completa con Martín –el amor y nexo entre ambas–, los padres de las influencers, un manager malévolo y followers desquiciados. La paleta actoral es multicolor y se divierte con su enchastre. Un gancho de la serie es que actúan expertos en estas lides. Desde el inefable Martín Cirio (más conocido por sus videos como La Faraona) a los humoristas Daiana Hernández y Fran Gómez. Lo mismo vale para las apariciones fugaces de invitados, sean instagrammers o personalidades variopintas (Chano de Tan Biónica, Leo Sbaraglia y Facundo Pastor). Todos tienen sus quince segundos de fama.

La última creación de Esteban Menis elimina los filtros que embellecen ese ámbito para dar con arribismo, misantropía y un mundillo donde la felicidad se cuenta en clicks. Obsesiones recurrentes en la obra del guionista y director de Eléctrica y Un Mundo Horrendo. Influencers, entonces, se ocupa de surfear ese universo donde ser es parecer, se desconoce la empatía y la crueldad es tendencia permanente. Ergo, la confección visual tiende a la caricatura sin culpa. Que una actriz notoriamente mayor interprete el rol de una chica preocupada por su imagen, que los más jóvenes hagan de viejos o que los maniquíes cumplan roles secundarios, corresponde tanto a la figura como al fondo. Más que sinsentido aparece la sobrecarga de significado. La premisa, por momentos, se torna excusa y el humor toma la ruta de la metatextualidad con notas sobre las papas fritas de supermercados Dia, la intelectualidad, Marcelo Polino o extractos de cine de Bollywood. 

Este combo de saturación consciente tuvo sus antecedentes en la tevé de aire con Voy a pagar la luz –gran parodia a las telenovelas creada por Gastón Portal– y el segmento “Kitsch” de Duro de domar a cargo de Sebastián Wainraich. Como en aquellos, aquí hay chistes que corren por la cornisa, otros que saltan al abismo y también están los sutiles. Sean unos muy perspicaces y actuales gráficos televisivos o ese alumno de colegio primario (encarnado por un hombre canoso y arrugado) que grita desbordado: “¡Aguante la escuela pública, abajo el patriarcado y arriba los corazones!”.