La palabra del momento es “alivio”.    

Así presenta el Gobierno a su improvisado “paquete” de medidas destinadas a disimular (hasta las elecciones) los efectos devastadores del programa “estructural” que día a día fracasa en su intento de controlar la inflación y la inestabilidad cambiaria.

“Necesitamos un alivio todos”, le dice el propio Mauricio Macri a la familia elegida para filmar el más transparente producto de la escudería Durán Barba. “Sí, un alivio, es importantísimo”, remarca la atribulada ama de casa a la que el Presidente pide disculpas por volver a molestar con su visita. Es que la situación llegó a tal punto que la pareja ya fue testeada en otra propaganda y repite su rol de actor secundario, con su pequeña hija incluida, en una mala saga del habitual protagonismo de Antonia cuya rozagante presencia hubiera desmoronado al instante la credibilidad de que “todos”, incluida la multimillonaria familia presidencial, necesitan ese “alivio”.

La mujer que recibe a Macri aprendió su papel a las apuradas. Empieza confesando los problemas que le trajo la primera visita del mandatario (“Después de ella la gente cree…”), pero enseguida se concentra en su rol de representar a los “necesitados”.  “Se hace difícil llegar a lo básico, el alquiler, las facturas de todo que vienen (‘los súper’ le sopla el Presidente y ella entonces retoma), el súper que es una locura”. En ese punto ya puede empezar su parte el visitante en tono de maestro con sueldo inicial: “Lo que más daño nos hace es la inflación”, dice. Y enseguida da a conocer su receta. “Hemos hecho todo lo que hicieron los países que nos rodean, Uruguay, Colombia y Perú. Con el tiempo la derrotaron. A ellos les fue bien ¿Por qué no nos va a ir bien a nosotros?”, se preguntó como si no fuera la misma pregunta que todos los argentinos se hacen hace tres años sin conseguir que el Gobierno la responda. Y en ese punto Macri vuelve con lo del alivio y encara un resumen de los anuncios oficiales.

El tono monocorde de la descripción de las medidas no parece convencer a la mujer y el Presidente destaca entonces que por unos meses (hasta las elecciones) “conseguimos que las empresas de celulares no suban las líneas prepagas, ¿vós tenés prepaga?” “No, ya la di de baja”, le sube la apuesta la anfitriona. Macri prueba entonces con los acuerdos de precios con 16 empresas y la mujer decide que para convencer a alguien hay que subir el tono y lo interrumpe: “¡Esos lugares que ponen el precio que quieren!”, se queja y concluye con cierta lógica, “uno soñaba con algo de esto, algunas medidas que de alguna manera uno sienta que son para uno. Se sabe que es todo a futuro, pero en este presente necesitábamos escuchar algo así”. Queda claro, hace mucho, si es que alguna vez lo hizo, que el Gobierno no anuncia ninguna medida que la gente “de alguna manera sienta que es para uno”.

Lo que la a esta altura protagonista del video no sabe, es que acaba de explicitar la contradicción que está en la base de los anuncios de ayer. Todas las medidas adoptadas son “paliativos transitorios” destinadas a hacer más soportable el “presente” (hasta las elecciones) y están condenadas a ser abandonadas apenas llegue el “futuro” (el día después de las elecciones). El único paquete es llegar a octubre y entonces sí, si consiguen ganar, continuar con ímpetu, como ya prometió Macri, el mismo programa coconducido con el FMI que está hundiendo al país.

Si el objetivo del “paquete” fuera mejorar las condiciones de vida de la mayoría, y fue tan rápido diseñarlo, resulta imposible entender por qué no lo aplicaron antes. ¿Qué llevó esperar a que se acerquen tanto las elecciones, quién se arriesgó a semejante caída en las encuestas? La respuesta es sencilla. Las medidas, aún en su modestia como “paliativos”, van a contramano de todo el discurso oficial y ninguno de los encargados de llevarlas a cabo cree en ellas, empezando por el Presidente. Eso pone en duda que tengan algún éxito en su implementación y logren finalmente llevar “alivio” a los agobiados votantes, pero asegura que serán abandonadas apenas el FMI considere que ponen en riesgo el pago de las deudas que su rescate se propone garantizar.

Igual resulta instructivo ver que para disimular un poco el desastre al que arrastraron al país, el Gobierno tenga que recurrir a medidas que siempre calificó de “populistas”. Lo mismo ocurrió cuando el FMI los obligó a reponer las retenciones al campo, para emparchar un poco el desastre fiscal que habían provocado con el endeudamiento desaforado. Pero los que se ilusionen con un “giro” (como proclaman algunos radicales) deberían tener en cuenta que ni siquiera la incorporación de Guillermo Moreno al gabinete conseguiría el efecto buscado.

Cuando los gobiernos de Néstor o Cristina Kirchner adoptaban alguna de estas medidas, iban en el sentido general de sus políticas, respondían a su mirada sobre el comportamiento de los actores económicos, empezando por bancos y empresas. Si se anunciaban como transitorias, no había mayores contradicciones si después quedaban como permanentes.

Todo lo contrario de lo que se presenta hoy.

Resultan risibles los lamentos oficiales sobre “deslealtad comercial”, después de escuchar una y otra vez que cualquier intervención del estado en los precios solo sirve para atar las fuerzas del mercado que estabilizan la economía. Aun si sus intenciones fueran serias, ¿cómo harían para controlar los valores fijados por las empresas como “de descuento”, tras haber remarcado hasta la extenuación en las últimas semanas? ¿Cómo podrían discutir sus costos si desmantelaron todas las dependencias oficiales destinadas a conocerlos? ¿Cómo impulsarían la movilización popular necesaria para garantizar que se cumplan las promesas de estabilidad, por módicas que estas sean?

Ninguna de estas preguntas tiene sentido, porque el Gobierno no cree en ninguno de sus anuncios y no está dispuesto a defenderlos más allá de octubre, y casi seguro ni siquiera hasta entonces. En realidad, la única medida en que realmente confía es en la generalización de los créditos del Anses para los más débiles. Bien mirada, le propone a las familias pobres que recorran el mismo camino que eligió el Gobierno en sus primeros años: el endeudamiento irresponsable. Se sabe como terminó: en un default (no percibido aún por el rescate del FMI), en otra devaluación virulenta y en la brutal caída de ingresos para asalariados y jubilados. Nada augura que los créditos que asuman ahora las familias terminen mejor, pero el Gobierno tuvo la precaución de establecer que, para alivio de los incautos, se empezará a pagarlos después de las elecciones.