The Beatles: Eight Days a Week‑The Touring Years: 8 puntos

(EEUU, 2016)

Dirección: Ron Howard.

Guión: Mark Monroe, P.G. Morgan.

Fotografía: Caleb Deschanel, Tim Suhrstedt, Michael Wood, Jessica Young.

Montaje: Paul Crowder.

Con: Paul McCartney, Ringo Starr, Richard Lester, Elvis Costello, Sigourney Weaver, Larry Kane, Whoopi Goldberg.

Duración: 97 minutos.

 

 

Cita obligada ‑-no hay excusa-‑ para todo beatlemaníaco: mañana a las 20.30 se proyecta The Beatles: Eight Days a Week‑The Touring Years, el documental de Ron Howard que revisita los años de gira de los cuatro fantásticos a partir de material fílmico y de audio inédito. La proyección será en la explanada situada entre los galpones 11 y 13 del Parque Nacional a la Bandera, con entrada gratuita. Organiza El Cairo Cine Público, y completa la actividad la presencia invitada del grupo musical Fans.

¿Por qué hay que ver la película de Howard (el mismo de Una mente brillante, Apolo 13 y En el corazón del mar)? Es obvio, son los Beatles. Pero el asunto todavía mejora si hay un cuidado formal que aporte una mirada, una cuota distintiva.

Entre los años 1962 y 1966, The Beatles giró por el mundo y desencadenó una furia sin precedente. La película de Howard procura rescatarla desde el escenario y la combustión consecuente. El resultado es avasallante, y por momentos tenso. Por un lado, las imágenes permiten disfrutar de la fuerza extraordinaria de esos shows, con unos pocos amplificadores y sin retornos con los cuales guiarse. Al respecto, Ringo dice que se orientaba en las canciones a partir del movimiento corporal de Lennon, que el ritmo se lo marcaba "su culo".

Por otro lado, la atención a los matices distintivos aparece en cuestiones más o menos tangenciales: el asesinato de JFK; los dichos de Lennon sobre la fama y Jesús; los rodajes de las películas; el fastidio por las sesiones de fotos; el posicionamiento férreo a evitar la separación racial en el recital de Jacksonville; la histeria y el hastío ante algo que estaba perdiendo su encanto. Los Beatles, parece decir el film de Howard, surgen como un chispazo alegre que culmina por alumbrar un devenir más chirriante y menos contento.

Desde los recursos que tiene a mano, la película enlaza varios testimonios con un archivo fotográfico nutrido, junto a registros cinematográficos que son, en algunos casos, magníficos. El trabajo de recuperación de imagen y audio logra que se experimente una sensación casi imposible. Como si las presentaciones de The Beatles hubiesen sido filmadas hace pocos días. Además, el relato posee una dosificación informativa adecuada, que sabe ser equilibrada, con pausas que puntúan temporalmente.

En este sentido, el nombre de Ron Howard se revela adecuado, ya que se trata de un (casi) artesano, acorde a lo que todavía se denomina clasicismo narrativo. Por eso, la organización esquemática del film no ofrece sobresaltos ni una complejidad pretendida, mientras delinea el estado anímico de una época. Y eso no es poco. En este devenir, hay algo sintomático, que surge en los testimonios que refieren al paradójico "descanso" que a los músicos les suponían las sesiones de grabación. Como si paulatinamente hubiesen decantado hacia una elección que les separara de la luz pública, conscientes de que el dinero lo obtenían, justamente, de las presentaciones. Los discos eran negocio de las discográficas.

Howard elige como momento final el recital de azotea, cuando las corbatas con saco gris y el flequillo hasta la nariz habían mutado. Ahora asomaba el Sargento Pepper, y con él, otro signo de época.