¿Puede una nube de olor a podrido estimular la creatividad? ¡Sí! Corría 2012 cuando Buenos Aires amaneció con un olor insoportable. Extrañada, Agostina Mileo empezó a buscar informes, pero rápidamente se dio cuenta de que decían cualquier cosa. Eso dio pie al primer artículo de La Barbie Científica, un alter ego que no es un personaje total sino un aspecto que decidió exacerbar. Desanimada, en una oficina gubernamental donde creyó que tendría el trabajo de sus sueños, se encontró con una subestimación constante por ser mujer joven: todas eran secretarias u organizadoras de eventos. Esa situación la llevó a buscar qué hacía falta en la comunicación pública de la ciencia.

“Está la creencia de que si tenés un título universitario sabés hablar de lo que hacés, que no requiere ninguna formación específica. Quería buscar un recurso y me pareció que un personaje podía estar bueno. Crecí viendo El mundo de Beakman y eso me ayudó a que parezca que me río de mí aunque en realidad me ría de los prejuicios”, cuenta Agostina. “Hay un montón de chabones que se dedican a la comunicación pública de la ciencia que se pusieron un chupín de colores y dicen ‘boludo’ cada dos palabras. Fueron ñoños toda su vida, unos aparatos que parecen el meme del Señor Burns con el gorro de Jimbo. Yo no soy eso. Si bien fui bulleada en el colegio, fui a recitales y me juntaba a tomar birra. Se mezclaron esas cosas y creé a la Barbie.”

Agostina estuvo en Pirámide Selva, un colectivo de artistas donde escribió textos; y después hizo un fanzine con amigos que la ayudó a encontrar su lenguaje corporal. “Es un aspecto mío y es un poco como me gustaría ser y no soy; mi modelo aspiracional”, admite. “Yo soy mucho más torpe. Hay algo de la sensualidad de lo que yo, Agostina, carezco completamente. Pero la Barbie tiene seguridad, se cree divina. Hago un poco de terapia a través de ella.”

¿Qué es lo que más disfrutás de difundir ciencia?

--Me gusta la ciencia. Estudié ambientales y la carrera me entrenó para caracterizar panoramas: dar visiones generales acerca de las cosas para ver interacciones puntuales. La comunicación surgió a partir de lo que creía que era relevante sobre estas cuestiones. Entendí que comunicación científica es distinto a periodismo científico. Había sido entrenada para la “divulgación”, que es la traducción a un lenguaje coloquial, pero eso no bastaba. Es necesaria una interpretación porque en general hay una disociación entre la producción científica y la vida cotidiana. Tengo un lema que dice que “las taradas también podemos hacer ciencia”. No hay que ser brillante. La diferencia es haber estudiado ciencia u otra cosa. Para mi comunicar algo es argumentar tu posición acerca de una cuestión: tengo esta conclusión acerca de este tema, a la que llegue mediante estas herramientas. Los demás pueden hacer el mismo camino para llegar a la misma conclusión o a otra. Pero una opinión no es un argumento. Empecé haciendo un resumen de lo que estaba escrito y hoy pasé a formato video porque la gente ya no lee.

¿Te resultó complejo mutar de formato?

--Fue un desafío porque la Barbie empezó a tener cara, gestualidad y un montón de cosas que me dan vergüenza. Me gustaría hacerla más ridícula, pero no se entendería la ironía y va a parecer que la información es falsa. No me gusta verme, me acompleja. La relación con la imagen es difícil. Enfrentarse a la corporalidad y la imagen, a ser juzgada por eso. Trato de no sexualizar a la Barbie porque creo que a las mujeres y a las disidencias nos perjudica la mercantilización de la sexualidad. Si reconocemos que nuestra opresión es sexual y reproductiva, la sexualidad y la reproducción tienen que estar por fuera del mercado. Voy explorando y me voy equivocando, y es difícil hacerlo bajo el escrutinio público. Por suerte no sufro mucho hostigamiento virtual, como otras compañeras. También este fenómeno amplifica cuando te exponés y pensás que lo vio todo el mundo y no lo vio nadie: lo virtual es distorsivo. Creo que por eso la gente también está dejando de coger. ¿Cómo hacés para que te guste alguien? No come rico todo el tiempo, no está siempre impecable, no habla siempre articuladamente ni dice cosas inteligentes ni es todo el tiempo tan gracioso. Por eso trato de usar las redes sociales para hacer contenido. Sobre todo porque tengo qué y no tengo otros espacios.

¿Te ayudó la Barbie en la construcción de tu propio feminismo?

--No los viví separadamente. Si me preguntabas si era feminista, siempre hubiera dicho que sí, por una cuestión que tiene que ver con el rock, el punk, las riot grrrl y eso. Me considero muy feminista desde el ejercicio consciente. Hace mucho daño pensar que el feminismo es una acción declamatoria y que si digo que soy feminista alcanza. Creo que es un ejercicio consciente frente a ciertos parámetros. Soy de la ola de Ni Una Menos, justo laburaba en una empresa de copas menstruales, y fue como una epifanía donde se me juntó todo. Hasta ahí la causa era medio abstracta y ambigua, de querer comunicar para hacer un mundo mejor. A partir de reconocerme feminista, pensé en el rol que podía tener desde la profesión. Hablo mucho de la profesionalización del feminismo, que podía ser mi área de laburo y crecimiento. Aunque en realidad me genera más de esas contradicciones con las que convivo como feminista día a día. Considero que la depilación es un acto mutilatorio y represivo, y sin embargo me sigo depilando, me gusta verme depilada. Y soy feminista igual. Es importante entender el horizonte político y tus prácticas individuales. Está bueno que uno tenga en claro hacia donde milita, cuales son los valores o el modelo de sociedad al que apunta.

Agostina no se siente cómoda al releerse o reverse. De hecho, no lo hace. El año pasado publicó su primer libro, Que la ciencia te acompañe a luchar por tus derechos, el cual lee solo a partir de las repercusiones y devoluciones que recibe. “No esperaba que fuera tan importante el capítulo sobre dietas y alimentación, y estuvo buenísimo. En un momento le doy con un caño a la poca perspectiva de clase que surge en general en esas áreas, y también fue comentado”, cuenta. Ante la pregunta sobre cómo evitar los haters de las redes, su respuesta es concreta: “Las críticas destructivas no las leo. Para mí el límite es el fascismo, que hoy está muy maquillado. Dentro de las ciencias ni hablar, con teorías o postulados que sitúan en la biología la inferioridad de las mujeres. Me han preguntado qué pienso de los pañuelos celestes, y para mí es militar contra la obtención de derechos. Hay un montón de personas que no practicarían un aborto, pero un pañuelo celeste es otra cosa, es otro simbolismo, es peligroso, es una ideología política que también se opone a la educación sexual integral y al matrimonio igualitario. Con el fascismo no se negocia. El feminismo no es una pavada en este momento y contexto.”

Agostina también es parte de Eco Femini(s)ta, una organización que tiene el objetivo de visibilizar la desigualdad de género mediante contenidos. Actualmente quieren financiar, vía crowfunding, un material de ESI disponible para educadores del sistema formal y no formal, con descarga gratuita. También tiene un espacio de ejercicio feminista llamado El Club del Libro. Como leer es parte de su trabajo, se dio cuenta de que la lectura había dejado de formar parte de su recreación. Por eso hizo una convocatoria por Twitter para juntarse a leer, donde no necesariamente las lecturas son feministas: “Nosotras somos las feministas. Desde hace dos años nos reunimos los últimos sábados de cada mes a leer y discutir lecturas”.

¿Creés que en este momento de cambio hay situaciones donde el varón cis hetero se victimiza porque siente que no puede opinar sobre ciertas cosas por miedo a quedar en offside?

--Esos comentarios me parecen muy performáticos. Nunca me crucé un chabón que me diga que tiene miedo de preguntar nada, esa prudencia no la experimenté. Pero creo que a veces es un pie para decir cualquier barbaridad. Sí me crucé un montón de varones genuinamente interesados en mi laburo o en el de otras. Yo tengo una experiencia excepcional en internet, muy amena, me preguntan de buena fe. En Economía Feminista criticamos políticas, no personas; no incitamos al odio en internet, y creo que es súper importante tener una postura criteriosa. Detrás de las cuentas hay personas, a veces muy jóvenes, y no es gratis esa instigación. Hay que ser cuidadoso con el trato. Soy muy Barbie, no me gusta el derrape, la grosería, no es lo mío. En el momento en que alguien hace un comentario sobre mi aspecto, me cagó semanas y sesiones de terapia. Las redes tienen esa ilusión de validación y de tu ejército de aplaudidores. Son cámaras de eco, nadie se convence mediante esos debates. Pero me resulta un espacio productivo. Estoy muy agradecida al recurso de las redes, me trae más satisfacciones que desencantos, pero veo que es una excepción. Hay discursos de odio y fascismo que se forjan a partir de las redes y hay que tener cuidado.