En un mundo que ha devenido iconoclasta, en el que se van volatilizando cada vez más la metáfora y la narrativa, la capacidad humana de producción de imágenes, sean gráficas o audiovisuales, es infinita y es instrumentada en función de intereses diversos. Los cuales, en algunos casos limitan, y en otros estimulan la libertad subjetiva.

Por ejemplo, la potencia expresiva de la imagen es masivamente capitalizada como recurso de persuasión en la mayoría de los montajes publicitarios. En ellos, una presión silenciosa y constante va imponiendo a través de aquélla y de las palabras que la refuerzan, de un modo casi ritual, un sentido preestablecido: una consigna de venta que pretende abrir en el espectador un anhelo mecánico de consumo. En esa insistencia subliminal, y sabiendo que la emoción es sustancia clave en la condición humana, la imagen publicitaria investida con la convicción de un amo, quiere fundar realidades a ser imitadas. Y utiliza en ese paternalismo interesado recursos que evocan a la hipnosis.

Al respecto, Sigmund Freud dice en uno de sus escritos de 1890: "Mientras que el hipnotizado se comporta hacia el mundo externo en un todo como lo haría un durmiente, vale decir, extrañando de él todos sus sentidos, permanece despierto respecto de la persona que lo puso en estado hipnótico: Sólo a ella la oye y la ve, la comprende y le responde". Parece ésta la  descripción contundente de un estado alienado, en el que el universo de la persona se reduce al hipnotizador.  Receptividad pasiva o entrega crédula de aquellos dispuestos a dejarse convencer y conducir.

Ahora bien, en la oferta publicitaria ¿dónde ancla la fuerza que legitima esa tiranía del producto ofrecido? "El es atractivo y eficiente porque usa tal marca de ropa", es el mensaje encubierto de alguna propaganda. Allí el producto aparece como el pasaporte mágico a una realidad exitosa, y la imagen se carga con el valor de una respuesta plena de sentido, que al no dejar lugar a dudas, fascina.

En una época en que los referentes sociales y culturales trastabillan, colisionan y cambian aceleradamente, dejando brutalmente expuesto al humano a su indefensión, quebrado en su identidad, mensajes más o menos entredichos como "esta marca te identifica" o "tal marca piensa por usted" sostienen la promesa oculta de una identidad como prótesis. Identidad estándar de la moda: "Para ser distinta/o, vestite a la moda como todas/os". Estas frases representativas suponen sellar para la persona -en tanto ser humano pensante- una declaración de nulidad: sólo interesa en tanto canal anónimo de consumo, no como cuerpo sintiente, en una lógica mercantilista en la cual las diferencias con los otros, base de lo comunitario, no cuentan.

Son éstas, estrategias muy utilizadas en la política de los tiempos que corren. Ellas utilizan con frecuencia un poder disciplinar sutil, recordemos al llamado "cuarto poder" referido a los medios de difusión, que envían un mensaje sin mostrar su intención. La trama dominante queda oculta para quien percibe, si no está advertido/a.

En contrapunto con el énfasis persuasivo

de la publicidad, otras producciones

invocan y estimulan el pensar crítico.

En contrapunto con ese énfasis persuasivo de las políticas publicitarias, hay otras producciones culturales que toman a la imagen como recurso para invocar y estimular un movimiento liberador de la imaginación y el pensar crítico. En ellas, la imagen, gráfica o audiovisual, es el artificio que convoca a su público al trabajo de pensar, inventar, discernir, crear. Es decir, a ejercer los resortes más finos de la humanización, en los cuales más que de un sentido, se trata de una experiencia con proyección social. Las palabras salen de un cuerpo imbuido de alteridad, lo cual hace al arte muy político. Y así, al proponer al público lector como protagonista de la acción, le hace extensiva la capacidad crítica. La imagen se inviste allí con el valor del símbolo. Es como un dispositivo flexible que regula y genera la producción abierta de mensajes que se realizan en el lector/a que aprecia la obra. Un modo acotado de decirlo: La imagen publicitaria anula al otro/a; la imagen artística llama al otro/a.

Son un buen ejemplo de esta última las figuras caricaturescas que ilustran algunos comentarios políticos o económicos en los medios de difusión cotidiana. En muchas de ellas funcionan las mismas leyes del lenguaje de los sueños, con la potencial capacidad significativa que aloja el cifrado en unidades simbólicas. En este caso, la imagen no da un sentido unívoco ni impone una realidad, sino que está cargada de sugerencias, de intriga, de sinsentido… Y al conmover nuestro sentido común emotivo y racional, deja pasar una riqueza de efectos que encuentran impresión de realidad viviente en quien descifra. Es el modo de este lazo social: Hace obra en el otro, haciendo lazo entre la estética y lo vivo. 

*Psicoanalista.