Guillermo Roux tiene casi 90 años. Siempre fue el hombre indicado en el sitio correcto en el momento justo. Historietista y acuarelista profesional de éxito, a cargo de los fondos de las primeras tapas de la revista Patoruzito que editaba su padre Raúl, aprendió la técnica de la pintura al fresco en la elegante Roma de la tardía posguerra, vivió y pintó en Nueva York en 1966, estuvo y expuso en Londres en 1973, y la lista sigue: París, Venecia, Berlín y su Buenos Aires natal.

Además de consagratorios premios, notables encargos públicos y una biografía, en importantes museos del planeta es el único artista argentino que tiene obra que lo representa. En Rosario se lo conoce por el mural del Pasaje Juramento que le comisionó el entonces intendente Binner; en Santa Fe, por la monumental alegoría cívica La Constitución guía al pueblo, pintada sobre lino belga por encargo de la Cámara de Diputados provincial.

Roux combina el interior doméstico, la

lejanía del mundo que acerca el televisor

y el país que se ve por la ventana.

Este surrealista con los pies en la realidad, apasionado por la moda y el jazz, dotado de un ojo capaz de leer arqueológicamente y al instante el patchwork de sucesivos períodos de esplendor o decadencia que constituye la superficie de las ciudades, un día cayó enfermo.

Cuando volvió a su casa, se encontró con que su mundo se había reducido a lo que podía ver desde la cama. Una constante labor de rehabilitación, con ayuda de sus seres queridos, fue ampliando ese pequeño campo visual. El testimonio de ese proceso se encuentra reunido en más de un millar de dibujos, realizados en birome negra trazo grueso sobre hojas de cuaderno, 297 de los cuales se expusieron el año pasado en Buenos Aires con curaduría de Cecilia Medina.

Anteayer, en la sala central del Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino (Bv. Oroño y Av. Pellegrini, Rosario), se inauguró una exposición de 143 dibujos de esa serie, que lleva el título de la muestra de 2018: Diario gráfico.

Como cualquier diario, los dibujos están ordenados en sentido cronológico y narran un presente atravesado por las proximidades cotidianas, los temores y los cambios de la vejez, la cuestión social y la política internacional. Maestro del mural y del plano montaje, al acotarse al pequeño formato Roux combina en un mismo espacio complejo el interior doméstico, restos de comida en primer plano, la lejanía del mundo que se vuelve cercana en la pantalla del televisor y la realidad del país que se ve por la ventana: precios, mercancías, letreros, transeúntes. A veces las obsesiones acuden desde la memoria y otras los maestros pintores asisten desde la biblioteca. Un prisionero a punto de ser decapitado por la Jihad es contemplado por un gato negro desde la mesa del comedor; una serie de autorretratos con texto construyen algo parecido a una historieta autobiográfica. La vida pasa por el ojo de la mente como un sueño febril casi irreal.

-¿Es una selección de cuadernos de cuanto tiempo?

Cecilia Medina (curadora): De agosto de 2015 a diciembre de 2017. Hicimos un corte ahí…

Guillermo Roux: son dos años. En dos años son mil doscientos.

-¿Más o menos qué ritmo?

Medina: Todas las noches. Están fechados.

Roux: Me cuesta dormir. Porque cuando estoy en la cama me aparecen veinte mil cosas que me pasaron en el día y las revivo. No porque yo quiera sino porque aparecen. Y no me puedo dormir. Son las dos, tres de la mañana y me quedo dibujando. Antes leía. Pero me enfermé… y cuando llegué, salí del sanatorio… me había enfrentado con la muerte. Tenía que empezar de nuevo. He iniciado varios diarios. Pero llega un momento en que tengo que hablar de mi familia. Tengo que hablar de muchas personas. Y yo me empecé a imaginar que a nadie le iba a gustar lo que yo iba a decir. Era un diario, iba a quedar escrito. Entonces decidí no escribir nada. En el dormitorio me pusieron la biblioteca, en mi casa. Y me sentía solo. Entonces tenía unos cuadernos ahí, no era mi intención… y digo, acá hay que empezar de nuevo, la vida. No voy a hacer nada de lo que les gusta de mí. Voy a hablar de mí, pero explícitamente. Esa fue la idea. Se me hizo un vacío… ¡y qué sé yo! ¿Cómo me autodefino de nuevo, como para empezar a trazar rayas? Y veo un cable, veo un enchufe… para saber… ¡y bueno! La rueda de la silla, es decir, una pata de una mesa… empiezo por eso. De repente digo, ¿y yo, dónde estoy? Pido un espejo. Me traen un espejo. Y ahí me veo. Viejo, cuando yo tenía la fantasía de ser joven. Pero me empecé a ver, otro. Bueno, entonces, digo: me gustaría representarlo, a ése. Era un poco impresionante, porque estaba lleno de cosas, en ese momento creo que tenía la cosa para el corazón. Y no, me dijo la otra voz: "Tenés que hacer lo que sos ahora. Y como estás ahora". Y entonces yo, al otro día digo: "Sí, es así. Sos esto, te caés, tenés moretones, te pasan cosas, tenés roto el corazón. ¡Dibujá eso!" Y eso empecé a dibujar. Y esa es mi historia. Todos los días, todas las noches. Y como no pensaba ni exponer ni nada de eso, la birome, material para pintar no, la birome que usan los chinos para sacar cuentas en el super, ese es mi gobierno. ¡La Bic! Y era la comodidad de tener los cuadernos y una Bic negra. Como había dicho mi maestro: todo está en la carbonilla, yo digo: todo está en la Bic. Cuando quise acordarme había una autobiografía, un diario, porque me di cuenta de que los dibujos finalmente al representar lo que tengo alrededor y lo que yo miro en el espejo, no son iguales. Todo cambio en mí tiene que aparecer ahí en el dibujo. Acuarela no, no más. Pero sí, los personajes de publicidad, Tinelli, Susana, es cierto, me interrumpían lo que yo estaba pensando, y aparece la carota de Tinelli. Y yo digo: "Éste aparece en todos lados. ¡Mirá la cara que tiene!

Los dibujos narran proximidades cotidianas,

cambios y temores de la vejez, la cuestión

social y la política internacional.

Su biógrafa, la periodista Paula Zacarías, le recomendó a Cecilia Medina; la llamó y así surgió la muestra, que en 2018 se dividió entre el Museo Nacional de Bellas Artes y la Casa de Cultura en Villa 21 y 24 de Barracas. Este año, en Rosario, la selección es más acotada pero está completa en el hall central del Castagnino. La curadora, de acuerdo con el artista, reemplazó la idea original de Roux de que la gente se lleve sus dibujos por una selección de 10 que fueron reproducidos en alta calidad y que cualquiera puede copiar en su teléfono mediante un código QR. Además Roux dibujó algunos especialmente en un sistema de tablet e ipads para crear animaciones en pantalla que muestran en tiempo real el proceso creativo. También se exhiben algunos de los cuadernos. "No fue una decisión mía de exponer para vender. Fue confesional, fue una necesidad espiritual de volverme a construir. Tenía que decir, para que guste y para que no guste", dice Roux.

-Como dar testimonio de uno mismo. Con esa certeza de que si no se lo dice hoy puede ser que no se lo diga nunca.

Roux: La presencia de la muerte es muy fuerte. Entonces te das cuenta que no podés rodear más. No hay más mañana.