En mi crónica del 3 de mayo “La verdad de la milanesa” publicada en este emérito suplemento evocaba mis correrías eróticas con un chongo motoquero que solo tenía un pequeño gran defecto: una mancha marrón como una enorme milanesa en su calzón de tela.

Nunca  fui capaz de imaginar que un plato típico argentino podía llegar a levantar tanta polvareda.  Nuestra adorada milanesa, que tanto acompaña las mesas de las familias argentinas, une a individuos variopintos en mesas de bares o elegantes restaurantes, porque si algo tiene este popular plato es tener la capacidad de abarcar un abanico democrático de diversidad que está dispuesto a saborear sus cualidades. Las milanesas de la abuela, las milanesas de mamá. 

Plato versátil indudablemente si los hay.  Por que nuestra adorada milanesa no discrimina, puede ser pareja y amante de un delicioso puré, de una suculenta ensalada, de un jugoso huevo frito, jamón queso tomate y sobre todo unas ricas papas fritas, sin olvidar la fálica banana frita que también se suele arrimar a su lado.

Tan solidaria, tan democrática, no diferencia pobres de ricos ni negros y blancos, gordos y flacos, trans, heteros ,travestis, lesbianas, géneros fluidos, asexuados, zurdos, fachos. Ella entra en la boca del que la espera ansioso o ansiosa por comérsela. 

Eso sí, habrá rincones en este planeta donde las preocupaciones pasarán por otros lados y no habrán visto ni por asomo una rica milanesa. El hambre, los desastres ecológicos, los agrotóxicos asesinos, la anoréxica educación, la corrupción, el caníbal capitalismo, la xenofobia, el racismo. 

Pero que más da, gente linda y tolerante, por esos detalles no se preocupen siempre y cuando nadie se atreva a descolocarlos violentamente y en vez abrir el juego poniendo sobre la mesa una suculenta milanesa en un plato,  se le ocurra ponerla en un calzón. Como decía mi abuela: los trapos sucios, se ventilan afuera.