El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, manifestó sentirse apenado por Theresa May (foto) tras su renuncia por no poder resolver la cuestión del Brexit. Pero él está encerrado en su propio Trumpxit… 

Trump genera la impresión de una ruptura con la integración histórica de EE.UU. al mundo. En su país, le critican haber abandonado el orden liberal que Estados Unidos implementó luego de la Segunda Guerra Mundial, primero, en Occidente y, tras la caída de Unión Soviética, globalmente. Pero Trump está lidiando con la perenne contradicción de la política externa de EE.UU.: no aceptar un orden mundial que no es de su agrado y su poca disposición a involucrarse para que lo sea porque demanda dos tipos de altos costos que le genera profundo disgusto: vidas y dinero. Esos costos, elevadísimos por cierto, son los que garantizaron en las últimas décadas que el mundo haya sido conforme a los deseos de Estados Unidos. En suma, Trump quiere un Trumpxit: que EE.UU. se retire de asumir los costos del orden mundial sin que éste cambie.

Conteniendo URSS; subiendo los costos

La creación del llamado orden liberal de posguerra demoró los cinco años que demoró EE.UU. en aceptar que, sin afrontar altos costos, el mundo que surgiría no sería acorde a sus deseos: debía responsabilizarse de la defensa militar y de la economía europea para alejar el riesgo de una penetración soviética. Así surgieron, en 1949, el plan Marshall y la OTAN. La revolución comunista en China ese mismo año aceleró un compromiso similar con Japón. La percepción de que la URSS era “una fuerza política comprometida fanáticamente con la creencia de que con los Estados Unidos no puede haber un modus vivendi permanente” según el diplomático George Kennan quién ideó la estrategia de contención que EE.UU. adoptaría. Había que cercar a los soviéticos con sociedades de mercado con poblaciones satisfechas. El Plan Mar- shall le demandó 17 mil millones de dólares (1,2% de PBI); una OTAN que defienda Europa ante un ataque soviético. El documento 68 del Consejo de Seguridad Nacional de 1950, que se hizo público en 1975, sostenía que “la frustración del diseño del Kremlin requiere que el mundo libre desarrolle un sistema político y económico que funcione con éxito y una vigorosa ofensiva política contra la Unión Soviética”. 

En 1947 la doctrina Truman había establecido una cruzada “contra movimientos agresivos que buscan imponerles regímenes totalitarios”. Luego, Truman explicó la guerra en Corea por el temor al “efecto dominó”: “Si decepcionamos a Corea, los soviéticos continuarán y se tragarán un pedazo de Asia tras otro... Si dejáramos ir a Asia, el Cercano Oriente colapsaría y quién sabe qué pasaría en Europa’. En 1953 Eisenhower aumentó brutalmente los gastos militares, que llegaron al 10% del PBI y se mantuvieron en los 60 por encima de 8% –al menos 40% del gasto fiscal–. El documento 68 incluía la preocupación por “nuestra fuerza moral y material” por lo que se debía cuidar “sindicatos, empresas cívicas, escuelas, iglesias y todos los medios de comunicación por su influencia en la opinión”, inaugurando la histeria del macartismo que, quizás, estuvo más relacionada a viabilizar socialmente estos tremendos costos económicos. 

Durante la Guerra Fría, Estados Unidos convivió de hecho con la URSS pero nunca fue su estrategia. No vio posible retraerse en 1945 como hiciera en 1919 dado el riesgo de una expansión soviética y tampoco hacerla militarmente retroceder (rollback) –aun hasta 1949 cuando era única potencia nuclear–. Tampoco aceptó demarcar zonas de influencia. El objetivo de la contención era la caída soviética, no la coexistencia. La confrontación era ideológica por lo que debía detener todo avance comunista en cualquier parte del mundo. El comunismo debía caer mundialmente porque el orden liberal también debía ser global. Esto significó que Estados Unidos se involucrase en todos los rincones del planeta, con su pesada carga económica que implicaba, más allá de la importancia efectiva real del lugar en cuestión. EE.UU. deseaba compartir con sus aliados estos costos, pero la tremenda asimetría de capacidad económica lo fue obligando a ser único responsable. Y acabó entrando en conflictos, como Vietnam, también porque debía demostrar, como explicó el presidente Johnson; a las “personas cuyo bienestar se basa, en parte, en la creencia de que pueden contar con nosotros si son atacados. Dejar a Vietnam a su suerte sacudiría la confianza de todas estas personas en el valor del compromiso de Estados Unidos”.

Vivir y dejar matar

Desde la Guerra de la Independencia en 1775 hasta 2019, dejando de lado la Guerra Civil, menos de 800 mil estadounidenses han muertos por todas las guerras que EE.UU. ha participado, número bajo para un país que ha estado en al menos una guerra en más del 90% de su historia. Vietnam cobró 50 mil, suficientes para generar un fuerte rechazo. Vietnam incrementó fuertemente el envío y muertes de tropas. De cerca de 1,5 millón (1947-50) de soldados se llegó a picos de 3,5 millones, haciendo la guerra tremendamente impopular. Reagan vencería la Guerra Fría concentrándose en la carrera armamentista. La importancia política de una baja conscripción, como explica Douglas Brinkley en Rise to Globalism, la tuvo Nixon al percibir “que no había suficiente idealismo en el movimiento antiguerra para mantenerse una vez que los estudiantes universitarios dejen de estar amenazados con ser reclutados”. En efecto, al suspender en 1970 el reclutamiento, las marchas por la paz fueron desapareciendo; hasta 1973, EE.UU. arrojó sobre Vietnam en bombas cuatro veces el tonelaje en relación a la Segunda Guerra Mundial. Tras la caída de Unión Soviética, en 1997, las FF.AA. consistían en menos de 1,5 millón.

Reagan prescindió de soldados, pero también abandonó el proyecto social del estado de bienestar. El elitismo y conservadurismo del gasto público retornaron. Por eso, según la oficina parlamentaria de presupuesto entre 1989-2013, “la parte de la riqueza correspondiente a las familias en el 10% superior de la distribución de la riqueza aumentó del 67% al 76%, mientras que la proporción de la riqueza de las familias en la mitad inferior de la distribución disminuyó del 3% al 1%”. Según la CIA, actualmente, en base al Índice de Gini, sólo 38 países (sobre 157) tienen peor concentración de riqueza que EE.UU. Trump expresa los enojos por soportar solo los gastos militares durante y, sobre todo, después de la Guerra Fría. Pero como explica Lind en “The American Way of Strategy”:

“entendieron mal la estrategia de contención dual. Los japoneses y los alemanes occidentales no debían defenderse solos. Se suponía que debían concentrarse en la industria civil mientras permitían que los Estados Unidos los defendieran, por lo que no era necesario que un ejército japonés y occidental alemán fuerte y potencialmente amenazante… Del mismo modo, el presupuesto de defensa de los Estados Unidos también fue el presupuesto de defensa de Japón y el presupuesto de defensa de Europa occidental y el presupuesto de defensa de los estados clientes de Estados Unidos en Asia, Oriente Medio y América Latina. Fue el presupuesto de defensa necesario para defender todos los protectorados de Estados Unidos, no solo Estados Unidos”. 

Sin Brexit, y sin Trumpxit

Es decir, esos costos fue lo que garantizó que el mundo fuese como desea EE.UU. Ahora, Trump desea que sus ciudadanos eleven su calidad de vida sin modificar la estructura distributiva interna. Para eso, busca mejorar la situación de EE.UU. en relación a otros países. Que europeos y japoneses se hagan cargo de sus gastos de defensa, sin que los alemanes busquen mejorar sus relaciones con Rusia, ni Japón con China. Que China adopte una política económica y comercial a sus deseos –y que no le dispute el liderazgo tecnológico–. Recolocarle a Irán sanciones económicas, que Irán retome el camino nuclear. Es decir, quiere retirar el rol mundial que tuvo Estados Unidos desde la posguerra, pero sin costos: Un Trumpxit.

En definitiva, Trump desea un orden mundial liberal liderado –y vigilado– a bajo costo por EE.UU., con “puertas abiertas” para sus capitales y mercancías. Nada diferente que sus precedentes, aunque con menor apelación a autovanagloriarse con los conceptos comunes a sus antecesores de que Estados Unidos es la “nación indispensable”, “única nación moral” o “última esperanza para el mundo”. 

Pero Trump no consigue, sin afrontar costos, que el mundo sea como desea –como sucedió con sus antecesores. La caída de May, pese su pena, quizás le dé algo de alegría. Si Boris Johnson la reemplaza, The Independent sostiene que serán “los amigos de Trump que dominarán Gran Bretaña”. Le puede venir bien, considerando que se vienen los chinos con su nueva ruta de la seda, cada vez involucrando más países. Algunos, aliados de Estados Unidos. Es que China parece dispuesta a pagar los costos.

* Profesor Ufrgs (Brasil) @Argentreotros.
** Maestrando.