No hace mucho, la comediante Amy Schumer realizó en su programa un hilarante gag conocido como “el último día apetecible de Julia Louis-Dreyfus”. Allí, junto a Tina Fey y Patricia Arquette, dirimían sobre los motivos por los que una actriz adulta dejaba de ser seductora para la industria audiovisual. Es posible que a las protagonistas de Big Little Lies (estrena el próximo domingo a las 23) y Girls (ayer comenzó su última temporada, va los domingos a las 24) no les debe haber llegado la invitación. Las dos producciones originales de HBO, más allá de sus diferencias, no dejan de ser variantes explícitas e incisivas sobre cuestiones de género. Aquí hay mujeres de un rango etario amplio, se escarba sobre tópicos que van desde la realización personal hasta el propio cuerpo, la maternidad, el amor, el sexo, los hombres, el inevitable paso del tiempo, cuestionando lo de la “fecha de caducidad” y el retrato clásico de la mujer en pantalla.

“Tengo opiniones formadas hasta sobre temas que desconozco”. “Todos mis amigos se definen por lo que odian y nunca por lo que aman”. Dos frases que lanzó Hannah Horvath (Lena Dunham) en el primer episodio de la última temporada de Girls. Uno de esos envíos que, más allá de sus logros formales,  tuvo el tupé de retratar su época con un humor ¿feminista?, ¿clasista?, ¿neoyorquino? ¿millennial? “Empecé en la serie con 23 años y ahora tengo casi 30. Me parece adecuado que la serie comprenda mis 20. Después saldré al mundo”, dijo hace algún tiempo la actriz.Y gracias al envío, la propia Dunham –creadora y guionista de la comedia junto a Jenni Konner– se volvió una de las voces más sagaces, controvertidas e hiperexpuestas de su generación. “Hannah c’est moi”, podría haber dicho Dunham con toda la razón del mundo.Estos diez episodios de media hora serán los definitivos para ella, y sus amigas Marnie, Shoshanna y Jessa.  

El comienzo fue con un tono agridulce y una suerte de victoria pírrica para la veinteañera con sueños de escritora. Consigue un trabajo como periodista en una revista gracias a su crónica en el New York Times donde narró como su ex novio (Adam Driver) la dejó por una de las chicas de su troupe. Su editora le propuso un viaje a una playa exclusiva para que destripe a las MILF que veranean y hacen cursos de surf en ese lugar. No faltaron chistes sobre vaginas que toman sol para llenar “el interior del alma”, vómitos resacosos e inesperados topless playeros. Sí, más que pronto que tarde, el tono y el foco volvió a mostrar a Hannah en todo su esplendor. Una piba desprejuiciada, que no tiene pudor (¿por qué habría de tenerlo?) en explicitar sus atributos por fuera de las convenciones de femme fatale, aunque actúe como tal. Una chica que busca alguien a su lado, que puede ser cínica, compleja, querible, fiestera. En definitiva, una chica.

En el caso de Big Little Lies las protagonistas son tres. En el centro de esta historia están Madeline (Reese Witherspoon), Celeste (Nicole Kidman) y Jane (Shailene Woodley), madres que viven en un idílico paraje californiano llamado Monterrey y en el que todos parecen tener tiempo para dedicarse al yoga, fotografiar a sus hijos para Instagram y preocuparse por las obras infantiles del colegio. El espectador incauto pensará –y con razón– en una reversión de Amas de casa desesperadas. Es cierto que las máscaras y los cuchicheos son permanentes en esta comarca privilegiada pero la miniserie de siete episodios –basada en un bestseller escrito por Liane Moriarty–, provoca con golpes más refinados y arriesgados que los de aquel envío de la ABC. Las propias Witherspoon y Kidman aparecen como productoras de un proyecto que contó con un experto como David E. Kelley (Ally McBeal, Boston Legal).

“Ustedes son tan perfectas que me hacen sentir imperfecta”, le dice la recién llegada Jane a sus dos nuevas amigas. Madeline es una socialité mandona que sabe todo de todos y es la encargada de organizar eventos pero está acongojada porque siente que se le acerca el síndrome del “abandono del nido”. Celeste es la mujer que todos desearían tener, con un esposo más joven, una belleza eterna, dos hijos preciosos aunque pueda que su frialdad obedezca a motivos bien sombríos. A ellas se le suma la madre soltera interpretada por la actriz de Bajo la misma estrella. Janes luce confundida, alerta, solidaria y con un hijo acusado de haber golpeado a una compañerita de colegia en el primer día de clases. Ese hecho será el puntapié de la hecatombe que se avecina e incluye un cadáver. Al menos en el primer episodio, ese enigma no queda resuelto y es parte central de la narrativa de Big Little Lies. Contada en un largo montaje alternado de dos tiempos, avanza el whodunit y, cabe añadir, que tampoco se sabe a quién corresponde el cuerpo. Más allá del misterio, lo mejor de la apuesta son las actuaciones y los diálogos. Las palabras están hilvanadas con naturalidad, profundas e inquietantes, como ese momento en el que Madeline se quiebra tras un largo monólogo porque su vida se resume a ser “madre”.

Al juego de hipocresías (“debería ser ilegal que mujeres con más de 40 sean tan lindas”, dicen a sus espaldas), se le agrega una puesta en escena pulida, algo distante como esas mismas mujeres. “Queríamos que fuera complicado. No queríamos que fuera blanco y negro, porque muchas de las relaciones son así, muy complicadas. Y por eso son tan difíciles de curar”, planteó Kidman. “El final te va a dar miedo, es buenísimo. Y real. Estas mujeres, madres, viciosamente sobreprotectoras con sus hijos, arrastran un montón de secretos a punto de salir a la luz”, añadió Witherspoon.