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Clara de noche

Convivir con virus

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Jueves 26 Agosto de 1999
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Está bien, puede ser que yo sea irresponsable, desbolada y bardera, si se quiere. Es cierto que la rutina no es lo que marca mis días, y que los hábitos de largo alcance en lugar de darme seguridad me traigan la idea de que lentamente estoy cavando mi propia fosa. Pero también es cierto que tomarse las pastillas no es fácil. Pongamos un ejemplo cualquiera. Alguien llama para salir a comer, o ir al cine y después a comer, un clásico. Todo muy lindo hasta que una vocecita interior dice “llegó la hora, hay que sacar el pastillero, poner sobre la mesa las siete grageas de la noche y tomárselas de una vez”. Eso es lo que dice la voz interior que rápidamente es retrucada por otra voz, sensata también, que indica que no es momento, que el caballero de turno puede sufrir una impresión si ve que por esa boquita entran todas esas pastillitas –aunque nunca falta aquel que también puede leer alguna promesa en una boca tan ancha–. Pero claro, la primera cita empezará con las explicaciones del caso y toda esa conversación romántica derivará en los pormenores de la vida con vih y los rechazos tan temidos y etcétera, etcétera. Igual en algún momento habrá que decirlo, podría apuntar alguien con sentido común, pero éste no es el único caso en el que se plantea la dificultad. Otro ejemplo. El despertador no suena, no hay tiempo para el desayuno, mucho menos para acompañar las pastas con algo en el estómago. Las dejamos para el mediodía. Pero claro, a esa hora estamos en medio de la jornada laboral y es probable que el almuerzo se limite a un yogurcito y que en el apuro nos olvidemos de las malditas ya se sabe qué. “Háganme acordar que me tome las pastas”, suelo decir en un llamado desesperado a la solidaridad. Y en el minuto siguiente me contestan: “Tomate las pastillas”. Pero yo necesito que me lo recuerden cuando yo no me acuerdo. Por supuesto es imposible pedirle al resto del mundo que tenga en cuenta lo que para sólo para una es vital. Pero lo necesito, qué voy a hacer, dependo un poco de ese gesto desprendido de tantos amigos y amigas que cada tanto me recuerdan, con la paciencia perforada por mi falta de memoria, que me tome las pastas, que no me puedo descuidar, que me siente cinco minutos, me coma algo y me las fucking tome de una vez. Por eso éste es un llamado a la solidaridad, a la de todos aquellos que viven con quien tiene vih, porque si algo he aprendido en estos años es que sola no puedo –aunque a veces haya que poder– y que sin ese amor que me rodea y me protege apenas si podría levantarme cada día.

MARTA DILLON